sábado, 3 de julio de 2010

Sin ruedines y con la melena al viento

Dejo una vez más este país. Vuelvo al mío. La otra vez, cuando salí de España, cuando el avión despegaba, se me caían unos cuantos buenos lagrimones. Yo creo que el americano que iba sentado en el asiento de al lado debió de pensar que me dejaba en tierra al amor de mi vida, a un hijo, o algo así. Y no. Simplemente me alejaba de nuevo del mundo conocido, del hogar, y me aventuraba otra vez a este mundo a ratos hostil, y siempre, por mucho que lo intentes, extranjero. Volvía además a un lugar laboral desconocido, con Dani saliendo del proyecto y oliéndose su vacío ya antes de hacerse real. Me iba de cabeza a un mundo en el que iba a tener que ponerme las pilas para estar a la altura de las circunstancias, porque me soltaban por fin como cuando aprendes a montar en bici y te sueltan por primera vez sin ruedines. La quemazón con la que me había ido en el mes de abril, los enfados y sofocones de los últimos días de abril aún estaban demasiado patentes en mi memoria, y lo que quería era salir corriendo, pisar terreno conocido y sentirme en un entorno amigable, en el barrio, entre mi familia y mi gente y olvidarme del país del proyecto y de todo.

Ahora, en cuatro horas, vuelvo a coger el vuelo que me llevará a España. Ha sido un mes intenso este, de mucho trabajo, de muchas nuevas mochilas colgadas a la espalda, de muchos nuevos retos, de consolidar muchos aprendizajes, de espabilar en muchos aspectos, de muchos “querer es poder” porque no queda más remedio. Y, sin embargo, creo que puedo decir que empiezo a cogerle el gustillo a esto. Quizás porque, por necesidad, empiezo a tener en mente casi toda la información de nuestro pequeño mundo-proyecto. Creo que puedo decir que ahora sí tengo una idea de conjunto de todo lo que nos traemos entre manos, de lo que estamos haciendo. Y lo que más me apasiona: creo que, después de conocer toda esa información, empiezo a tener criterio propio para intuir por dónde deben ir las cosas, empiezo a tener claro qué es y qué no es bueno para el proyecto y para lo que nos traemos entre manos; y una vez que tienes esto claro, es inevitable empezar a planificar. La cabeza empieza a volar, y no puedes parar de pensar, porque en un proyecto tan macroscópico como este, no puedes más que empezar a ver posibilidades por todas partes (¿será el “síndrome Dani”?), máxime cuando en el Ministerio empiezan a manifestarnos, sugerirnos, pedirnos, y a veces casi exigirnos que estemos más cerca en el nivel central, que transmitamos nuestro “saber hacer”, que quieren que les transfiramos la experiencia, porque (es un secreto a voces), “donde está FRS, las cosas funcionan”.

Tiene aún mucho que mejorar FRS, pero es cierto que tenemos una gran riqueza. Y una gran oportunidad, porque se nos escucha. Y esto es, sobre todo, un mérito de Dani, porque, por lo que dicen, antes nadie sabía ni qué era FRS, y ahora, por los pasillos del Ministerio, vas parando una y otra vez, y no sólo para estrechar manos y decir “hola, qué tal”, sino porque en casi todos los departamentos se nos conoce, tenemos algo pendiente, algo por hablar, por concretar o por cerrar...

Lo macro y lo micro. Lo macro y lo micro. Es lo apasionante de este proyecto. Lo micro, sobre todo, gracias a las hermanas y a los expatriados. Las hermanas, con su delicadeza, con su dar importancia a lo pequeño, con la delicadeza de dejarle como sorpresa un cuaderno nuevo y un puñado de chicles en el asiento al conductor que me traía ahora al aeropuerto, porque después de dejarme se iba corriendo al curso de informática al que, por mucho que de vez en cuando le regañe, la Hna Pilar no ha dudado en incluirle como al resto del personal sanitario, porque tiene clara la importancia de que hasta el conductor se forme y se supere. Y valga simplemente el ejemplo, porque hay otros muchos como este de hoy. Los expatriados, con las ganas de partirse el pecho por esto; porque, hoy por hoy, diría que todos somos unos idealistas ávidos de dar y de aprender, y sabemos la seriedad de lo que nos traemos entre manos, la gran responsabilidad que se nos confía. Mención especial a Ana, que ya ha empezado a ser y va a ser por largo rato compañera de fatigas, insominios, fracasos y logros.

Y yo ahí, privilegiada en un puesto que roza lo macro y lo micro, que me permite saber todo lo que se cuece y que, hoy por hoy lo puedo decir, me ayuda a crecer por los retos que me plantea, hasta por los sudores que a veces me causa.

Y aunque a ratos quiero salir corriendo de aquí, me canso del Gran Hermano, de la ciencia-ficción de Madrid, de la claustrofobia de este micro-país_micro-ciudad_microambiente; de las horas extras que se echan y que cada vez te dan menos igual; aunque con frecuencia echo de menos el barrio, la familia, “hacer el bruto” y mil volteretas con las sobrinas, las clases de baile, hacer teatro, trabajar con chavales e irme de campamento, mis amigos “locos con la locura adecuada”, las noches en Robledo, a veces hasta pasar consulta en un pueblo y esas tantas otras cosas… pues puedo decir que hoy por hoy, le empiezo a coger el aire a esto, empiezo a sentirme segura, empiezo a sentirme en mi sitio.

No sé por cuánto tiempo, pero pienso disfrutar esto que empiezo a disfrutar precisamente ahora mismo.