jueves, 30 de septiembre de 2010

Lo mismo se plancha un huevo que se fríe una corbata

Me quejo. Me quejo muchísimo cada día. Me quejo de todo lo que me quema y me agota de aquí. Pero de vez en cuando me doy cuenta de que, por muy difícil que me esté resultando esta experiencia en muchos aspectos, lo que es innegable es que he aprendido (aún estoy aprendiendo) muchas cosas.
Algunas de esas cosas son de un corte más "espiritual", y me reservo la reflexión para cuando me vaya (supongo que será incluso unos meses después de volver a casa cuando realmente me dé cuenta de los muchos aspectos en los cuales he aprendido aquí); pero en un plano más terrenal, si echas recuento, se me va llenando la maleta de aprendizajes variados, de nuevas experiencias, de cosas que ignoraba y que ahora conozco un poco más. Y también me doy cuenta de que muchas de las cosas que estoy haciendo aquí soy capaz de hacerlas porque traigo buenos aprendizajes en el bolso de mano, y no (o al menos no sólo) aprendizajes académicos y universitarios, sino que aquellas mil y una actividades extrambóticas que he ido haciendo en mis ratos libres a lo largo de mi vida son ahora las principales suministradoras de mi particular "caja de herramientas" para sobrevivir a esta experiencia.
Y es que, en realidad, y como reza el título de este post "Aquí lo mismo se plancha un huevo que se fríe una corbata"; o sea, que aquí se hace de todo-todito tengas el puesto que tengas, así que todo lo que vengas sabiendo hacer "de serie" viene que ni pintado; y lo que no, si andas con los ojos muy abiertos, lo vas a aprender seguro.
Como ejemplo, os contaré que precisamente reflexionaba sobre todos estos vericuetos del aprendizaje y lo aprendido esta mañana, cuando me encontraba con que tengo que amueblar tres salas de parto, y sin dudarlo he echado mano a esa "caja de herramientas" en la que esta vez me he encontrado el método tradicional de mi madre para amueblar habitaciones: pintar sobre una cuadrícula la habitación a escala y recortar los mueblecitos en forma de pequeños cuadraditos de papel de dimensiones proporcionales, para intentar cuadrarlo todo sin necesidad de hacer pruebas en ninguna sala. Y es que para muchas cosas no hay manual de instrucciones, y el sentido común y todo lo que hayas hecho o visto hacer antes son tus principales aliados. Aquí cada día es una cosa, y hay que tirar de recursos: otro día toca distribuir material a nivel nacional de la forma más racional posible, y ahí la experiencia de los campamentos es clave; o diseñar un tríptico (y salen a relucir las miles de horas echadas en CAPS preparando exposiciones para el hall de la facultad); o programar una actividad (como los cientos programadas en AJIVA), o hablar en un evento, o hacer un presupesto ( y los diez años en el grupo de teatro echan un buen cable en estos y en otros muchos casos); o ser un ser capaz de manejar quince asuntos abiertos al mismo tiempo (y entonces eres consciente de que tu ventaja reside en haber sido médico de atención primaria con seis minutos por paciente , lo cual te ha convertido por fuerza en un "ser multitarea" para poder mirar en ese tiempo récord la última cifra de tensión del paciente mientras le haces las recetas, te fijas en esa nueva mancha que le ha salido en el brazo y le preguntas qué tal está por lo de la muerte de su madre).

Y esto en el trabajo. Pero si hablamos del día a día doméstico, encontramos gran variedad de cosas que hay que hacer aquí y no en España, que he aprendido aquí y que ya quedarán para siempre en esa caja, para usarlas en otra situación que se tercie: conducir un todoterreno por terrenos fangosos y encharcados que te obligan a poner el 4x4; sacar agua del pozo, filtrarla y clorarla; manejar un grupo electrógeno; matar ratones con indometacina; usar un estabilizador de tensión y combinarlo con otro con batería en un intrincado sistema de cables y enchufes para no quedarte ni sin corriente ni sin ordenador; poner bien una mosquitera; conducir en una ciudad africana (el que lo hayan hecho comprenderá a qué tipo de proeza me refiero); desarrollar sistemas creativos de ahorro de agua; atender a una compañera accidentada en el baño de la sede en plan Mc Giver... y un amplio etcétera que me hacen sentir un pelín más desenvuelta en el mundo y en la vida.

Hoy me doy cuenta de lo afortunada que soy por todo lo que pude aprender antes de llegar a esta tierra, y de algunas de las cosas sobre las que esta experiencia me está enseñando.

Y es que si algo está claro es que cuantos más retos, más aprendizaje.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Gracias, Harry; gracias J.D.

A veces este mundo es demasiado "complicado". A veces se satura un poco (o un mucho) la cabeza de tanto darle vueltas a cosas "importantes": Secretarios de Estado, Ministros, Directores Generales. Reuniones, acuerdos, convenios. Políticas, estrategias, hojas de ruta. La OMS, el FNUAP, el FDS, el PNUD, la OTC. Encrucijadas de decisiones que afectan al proyecto. Proyectos de otros que afectan a nuestras decisiones. Mirar casi con bola mágica las posibles consecuencias de las decisiones estratégicas que tomamos, con una interrogación por respuesta por parte de la susodicha esferita en muchas ocasiones. Ver clara una opción, y al momento siguiente ver como buena otra que es casi opuesta. Actividades que se retrasan porque no dependen de nosotros, pero de las que a su vez dependen otras nuestras que también se retrasan. El reloj anual con su inexorable cuenta atrás. Actividades que no se pueden realizar. Partidas de dinero que se agotan, otras que sobran. Dinero que no se puede cambiar de partida. Otro dinero que es Expediente X si se puede o no usar de una forma o de otra. Negociar con unos y con otros, sin herir sensibilidades; siendo lo suficientemente cortés y lo suficientemente asertiva. Llevar a la gente a tu terreno haciéndole creer que son ellos los que toman tal decisión. La lucha por no hacer simplemente, sino hacer con calidad... Mi propio perfeccionismo ultraexigente con la lengua fuera, porque al final he llegado a la conclusión de que casi lo único que aspiro a llevarme de aquí es la sensación de haber hecho mi trabajo lo mejor posible.

Hacer malabares con una mezcla de ciencia, protocolo y finanzas. Demasiado complicado a ratos.

Hace un año no me hubiera imaginado ni por asomo en esta tesitura. Me miro hoy por hoy, vestida "de princesa", con la cartera y el portátil a cuestas cada día, pendiente del teléfono móvil, cogiendo más aviones en un año de los que he cogido en toda mi vida junta, con un señor que conduce esperándome en el aeropuerto, con mil preocupaciones a cuestas aunque sea sábado, con pensamientos intrusos de trabajo a cada rato... y me cuesta reconocerme. Porque me veo más con mis dos coletas, tirándome con mi bici y mi casco cuesta abajo por la calle Atocha con el aire en la cara, negándome sin atisbo de duda a doblar turno para el IMSALUD, ensimismada en la parada del metro pensando en el posible argumento de la próxima obra de teatro, en un juego nuevo para el campamento o como mucho pensando en el pequeño drama de la mujer deprimida que ayer me contó sus migrañas en el diminuto despacho de la consulta de Fresnedillas.

Quizás dentro de cuatro meses parezca todo un sueño, un sueño apasionante a ratos y a ratos una pesadilla. Tendré una tarjeta acreditativa con el sello de la OMS que me recordará que estuve en foros como la 60ª Reunión del Subcomité de la Región Africana de dicha institución, sentada unas sillas más atrás de los Ministros de Sanidad de esta parte del mundo que se muere a chorros sin que nadie de los que empujamos esta gran mole con toda nuestra alma consiga moverla apenas unos milímetros, atrapados en una nube de burocracia, vicios, y desidia de donantes y donados.

A veces necesito escapar de este mundo, de esta maraña de cabos sueltos o demasiado atados. Con frecuencia ( y cada vez con más frecuencia) necesito volar de aquí y saltar a otro sitio.

Entonces, me espera Harry Potter, callado y dispuesto, en la mesilla de noche. Me tumbo en la cama, abro el sexto libro de la saga y en un minuto ya no estoy aquí en Guinea, sino en en un mundo mágico, donde existen las varitas mágicas, las pócimas, los hechizos; donde las intrigas siempre acaban bien; donde Harry, Ron y Hermione son ya casi como de la familia.

O me espera J.D., el joven protagonista de Scrubs, la serie de médicos más divertida que he visto, y que con su punto absurdo me hace reír y abstraerme veinte minutos por capítulo, me permite escapar por un rato a ese mundo bien por encima del ecuador que tan bien conozco, que al fin y al cabo es mi casa, donde conozco bien las reglas y el terreno que piso.


Harry y J.D. son mi descanso mental en este mundo monotemático veinticuatro sobre veinticuatro horas. Y creo que se merecen un homenaje por la dosis de equilibrio psicológico que me proporcionan.

Por muy de ficción que seáis, gracias a los dos, chicos.