sábado, 18 de diciembre de 2010

Palmeras, discursos y gymkanas

Las 9:00 de la mañana del jueves. A menos de una semana de regresar a casa, parecía que todavía quedaba una eternidad. Estos últimos han sido días de auténtico sprint, de meter a presión en las veinticuatro horas del día todo lo que quedaba por hacer para irme a casa con "los deberes hechos": el traspaso a Carmen, el cierre del PAC III, la formulación del PAC IV y las últimas actividades del año, del tamaño de dos reuniones de trabajo con el Ministerio, para entre treinta y sesenta personas cada una: la locura.
Pero lo hemos logrado. Lo hemos logrado por el trabajo en equipo, lo hemos logrado por esa inmensa mayoría de nuestro equipo que ha demostrado saber trabajar en equipo. Y gracias , todo hay que decirlo, al café...

Esa mañana de jueves se iniciaba la última actividad "grande" con el Ministerio de este año: las jornadas de Atención Primaria de Salud. Directores Generales, Jefes de Programas, Directores Técnicos de Hospitales, Directores de Centros de Salud y representantes de FRS. Tina y Zenón, absolutamente profesionales, montan rápidamente su stand de organización. No es ya ni la primera ni la segunda reunión de esta magnitud en la que están, y tienen totalmente depurada la técnica: saben tratar con toda esta gente "importante", tienen todo listo, llevan las cuentas de todo, se quedan hasta que se les necesite... Y encima se han puesto guapísimos. Trabajan genial. Son estupendos profesionales, y además grandes personas.

Poco antes de las 10h, y casi por sorpresa, hace su aparición el Ministro de Estado de Sanidad. Todo el mundo está expectante ante su discurso. Se diría que ha decidido aparecer en el último momento aprovechando que tiene a una gran parte de los sanitarios del país reunidos. Su discurso es duro, pero equilibrado. Este hombre dice cosas interesantes. Habla sobre humanizar la sanidad, sobre asumir responsabilidades, sobre la vocación sanitaria... Pero a mí hay una parte del discurso que se me queda grabada: habla de los cooperantes, y dice que el cooperante en Guinea es como la palmera, que de ella se saca todo para usarlo (las hojas, el corazón, los frutos...) y no se la cuida nada, no se le da nada. En ese momento me siento comprendida, y siento como si de algún modo todo este pueblo me estuviera pidiendo disculpas y comprensión por las veces en las que me ha hecho sentir mal; como si me dijeran "discúlpanos, así somos, pero de verdad que somos buena gente..." Y de algún modo sentí que algunas cosas se reconciliaban en mi fuero interno.

Las jornadas fueron largas y densas. Todo el mundo tenía ganas de hablar, de compartir, de aportar. Se oyeron las voces de siempre y algunas nuevas. Se oyó al Ministerio y se oyó a FRS, y quedó claro que "nos queremos" mutuamente, que es ya una evidencia innegable que tenemos que trabajar juntos y que lo aceptamos de buen grado. El ambiente fue distendido, casi con un toque "familiar". Hace dos años FRS no se concocía en el país; hace dos días nos han asignado un despacho como asesores en el Ministerio de Sanidad. Quién iba a contarme que iba a presenciar algo así cuando hace más de diez años en Madrid vendía entradas para una fiesta de universidad con la que en una minúscula ONG tratábamos de sacar dinero para hacer un pequeño manantial en el diminuto poblado de Ayakmiken... Algunos de los de entonces (Carmen, Dani, Goretti, yo...) somos ahora parte de algo mucho más grande y con mucho más impacto y es maravilloso pensar que hemos llegado juntos hasta esto, que seguimos siendo "los mismos con otras camisetas", aunque rodeados de otra mucha más gente, y que estamos contribuyendo a lograr algo grande.

Al final del segundo día de jornadas, agotados tras trasnochar en la sede día tras día desde hace una semana para terminar todo el trabajo pendiente, a las seis de la tarde, por fin se clausuró el acto y nos fuimos a comer con la gente del Ministerio. Comimos a gusto como broche de la jornada. Y cuál fue mi sorpresa cuando al final de la comida, el Director General de Asistencia se levanta, y con su voz profunda y solemne comienza a dar un discurso. No era un discurso político, no era un discurso ni tan siquiera sanitario; era un discurso para Miguel y para mí. Era un discurso para agradecer delante de todos el servicio que habíamos prestado a Guinea y para desearnos lo mejor. Me emocionó el discurso. Me emocionó porque los guineanos no demuestran con frecuencia su cariño. Me emocionó porque de forma inesperada me hizo ver que el mito de la palmera en realidad no es tan cierto, y que este pueblo, orgulloso a veces como un adolescente, en el fondo entiende y sabe valorar las cosas importantes. Me di cuenta también de que alguna de esta gente de los grandes despachos se me han colado en el corazón como personas; y también que, como dije allí, cuando bajé del avión en Bata aquel tres de noviembre del dos mil nueve no podía imaginar la cantidad de cosas que iba a aprender en este paisito, las oportunidades que iba a tener de trabajar en ciertas áreas que nunca habría tenido en España.

Las calurosas despedidas dieron fin al último acto del año con el Ministerio. Agotados, volvimos a casa.
Y pese a estar agotados, decidimos acercarnos a la casa de los consultores (la antigua casa de Dani y Laura) para tomar algo y despedir a los que al día siguiente se iban a España de vacaciones de Navidad. Bueno, eso nos dijeron, porque en realidad todo era una artimaña para en realidad celebrar la despedida de Miguel y mía. Se lo habían currado muchísimo. Nos han conocido mucho en estos meses, y saben que lo que más nos podía gustar era una gymkana, llena de pruebas con las que ensuciarnos, hacer el ganso y perder el control por un rato. Harina y agua, cata de líquidos, clases de kárate y contact, un vídeo chorra en el que con infinito cariño nos imitaban y se reían de todas nuestras manías y costumbres, unas camisetas con el mítico slogan "perezón, perezón", el juramento hipocrático y licenciatura de Miguel como "médico" con suficiente respado y una tela con pinturas africanas para colgar en nuestro nuevo pisito y tenerles presentes a todos cuando, separados, sigamos cada uno nuestros caminos. Reí a carcajadas. Reí a carcajadas como hacía tiempo que no reía. Necesitaba jugar. Jugar con gente a la que aprecio y que tienen ya un rincón importante en nuestras vidas; porque han demostrado ser, entre otras cosas, transparentes, generosos e idealistas.

Hace dos días, con el discurso del Ministro, empezaba mi reconciliación final con esta experiencia que a ratos me ha resultado tan dura. Creo que he empezado a descargar una mochila que llevaba sobre los hombros y eso me está haciendo sentir, como dice Dani, que "estoy volviendo a ser yo". Es más, no simplemente vuelvo a ser yo, sino yo con la huella de esta experiencia que apenas empiezo a vislumbrar todo lo que me ha aportado.

viernes, 19 de noviembre de 2010

All included

Me bajo del taxi, y allí me espera Ann, sonriente como siempre, delante de la valla metálica. Nos saludamos y me acompaña hasta la caseta. Carteles en inglés salpican las paredes de aquella pequeña oficina donde una educada señorita me solicita mi documento y me pide el nombre de la entidad en la que trabajo. Me inscriben como visitante y me dan una tarjeta (imantada o algo así). Ya estoy lista para cruzar la valla. La valla se cruza pasando la tarjetita (sigo suponiendo que imantada o algo así) por un lector. Ann tiene la suya y pasa sin problemas. A mí, que soy torpe en estas lides, me cuesta un poco más, pero finalmente el torno de metal gira y cruzo al otro lado. Lo que se veía desde la entrada, interrumpido en el campo de visión por el metal intermitente de la valla, se abre ahora delante de mí, inmenso, vasto y sin nada que nos separe.

Se trata de una gran extensión de hierba recién cortada, jaspeada por trozos boscosos-selváticos, de forma que la naturaleza parece controlada, pero no ausente. Una carretera no demasiado ancha cruza la gran extensión de terreno, sube por encima de una colina y se pierde en la distancia. A unos 500 metros se vislumbran unos chalets adosados, al más puro estilo americano. Vamos caminando por la carretera y un par de coches se paran para saludar a Ann, que les devuelve el saludo amablemente. Nos preguntan si queremos que nos acerquen a algún lugar. Después de consultarme Ann les responde que no: vamos a pasear, y así de paso veo todo esto un poco mejor. Ann me explica que hay varios tipos de casas, que estas de la colina son para la gente joven y soltera. Tiene cocina amueblada con los últimos avances en electrodomésticos: lavadoras, secadoras, etc. Hay luz veinticuatro horas. Hay Internet rápido. Hay agua corriente y potable en los grifos. Hay un hospital, con posibilidad hasta de hacer rayos X y todos los servicios imaginables. Hay dos piscina, un campo de golf, otro de volleyball, otros de tenis…

Aunque lo parezca, no estamos en un resort turístico. Aunque lo parezca, no estamos en EEUU ni en Europa. Estamos a tan sólo 10 km de Malabo. Estamos en Punta Europa, la ciudad-residencia de los trabajadores de las empresas petrolíferas americanas.

Ann trabaja en la fundación de la Universidad John Hopkins de Baltimore. Trabaja en un proyecto de Salud Reproductiva financiado por una empresa de gas norteamericana. Por eso le dan derecho a alojarse aquí mientras está en Malabo trabajando con el Ministerio en la actualización de los protocolos de salud reproductiva. Me comenta que ella no está alojada en los chalecitos adosados, sino en unas casas prefabricadas, donde duermen los obreros, las cuales tampoco están nada mal: tienen su agua, su luz, su Internet etc… Qué no tendrán las de los técnicos o los directivos…

Según me cuenta Ann, esto es realmente para los trabajadores como esos paquetes turísticos “all included”. Hasta la comida la traen semanalmente en contenedores desde EEUU, y está incluida en el sueldo. Parece que han decido que a esta gente le parezca que no ha salido de su patria. Tienen el restaurante a su disposición para hacer tres o cuatro abundantes comidas cada día. Los jueves hay fiesta, promovida por los venezolanos (que también los hay).

A nuestra izquierda, bien valladas, se ven lo que parecen las instalaciones de la plataforma petrolífera propiamente dicha.

“Esta es sólo una de los cientos de plataformas petrolíferas que hay en el mundo”, me dice Ann. “Si todas proporcionan este nivel de vida a sus trabajadores, ahora entiendo por qué es tan alto el precio del petróleo”.

Tras coronar la colina, nos cruzamos con una chica rubia que sube la cuesta del otro lado de la colina en bicicleta. Suda la gota gorda. Ann la anima con un gesto simpático. Sonríe mientras respira de forma entrecortada por el esfuerzo.

“Esto en como una ciudad”, le digo a Ann. “Sí, solo que a mí se me hace rara una cosa: no hay niños. Es artificial”.

No se permite traer niños. Al parecer, por el riesgo de paludismo. Sólo hay niños por tiempos cortos, para visitar a sus abuelos, por ejemplo.

Llegamos al “Club House”, el bar-restaurante amueblado con gusto exquisito donde al parecer la gente se reúne para charlar, ver cine… El restaurante queda contiguo. Su hamburguesa es famosa… Desde los amplios ventanales del bar se ve la bahía: preciosa.

Pedimos dos zumos de arándano y comenzamos nuestra sesión de trabajo. Hablamos de los protocolos de atención prenatal que Ann lleva varias semanas revisando y de los cuales hemos intercambiado impresiones por e-mail. Después de un par de horas de trabajo, charlamos de otras cosas: de mi experiencia en Guinea, de la experiencia de Ann en un montón de países de Latinoamérica. De su implicación en grupos de trabajo de Salud Pública de alto nivel, de sus colaboraciones para la OMS o la Cochrane. Me habla de que en los años ochenta decidió irse de EEUU, caundo en la época de Reagan comenzó el consumismo desatado, las invasiones de países latinoamericanos... Se fue y no ha vuelto, salvo de vacaciones para visitar a su familia. Me pregunta por lo que voy a hacer cuando vuelva a España, me pregunta si pienso seguir estudiando. Me dice que después de una expereincia como esta para un sanitario ya no es lo mismo, y que lo normal es enfocarse hacia la Salud Pública. Le digo que no lo sé, que está por ver. Que de momento todo lo que quiero son unas vacaciones y un poco de intimidad.

Anochece y se hace la hora de irme. Con una simple llamada telefónica un autobús del recinto me recoge y me pregunta dónde quiero que me lleve. Le indico la dirección de casa, un poco retirada del centro de la ciudad, con miedo a que me diga que hasta ahí no me puede llevar. No dice nada. Todo está incluido.


Al acercarnos a la salida, bajo del autobús, dejo la tarjeta, y un guarda me abre la valla para pasar al otro lado. Me monto de nuevo en el autobús. Por la autopista voy pensando en lo que he visto esta tarde, en que hay un trozo de una lujosa EEUU en medio de un país que a duras penas comienza a despegar.

Me deja el autobús. Camino un poco y llego casa. No hay luz, y no se sabe cuándo volverá.

En Punta Europa, seguramente, hay sesión de cine en la sala del Club House.

sábado, 16 de octubre de 2010

Aires de Mali

"Musa". La verdad es que no tengo claro si se escribe así. Antes de venir aquí, "Musa" era para mí simplemente una marca de mayonesa. Después de este año, "Musa" tiene otro significado completamente diferente.

Musa tiene una tienda. Bueno, quizás es la tienda la que tiene a Musa; porque pases cuando pases, Musa está en su tienda, la mayoría de las veces atareado, vendiendo a unos y a otros. Su tienda es de madera y pequeñita, muy pequeñita; pero tiene de todo. Y todo perfectamente colocado teniendo en cuenta el difícil orden que se puede mantener en una tienda diminuta y llena de cosas. Tiene pescado congelado y tiene regletas de enchufes; tiene lejía y panes; tiene Coca-Cola y peines; tiene desodorante y lámparas de bosque. Y, lo que más me gusta: tiene delante del mostrador tres enormes sacos como los que salen en las tiendas de las películas del oeste; uno de azúcar, otro de arroz y otro de harina. Me gusta cuando hunde el vaso en el saco y va sacando el cereal o el azúcar y lo echa en una bolsa transparente de plástico.

Otras veces está en la puerta, sentado. Y siempre que nos ve, nos saluda. Sabe que somos los blancos que vivimos en la casa de al lado; y yo creo que le caemos muy bien. Cada semana vamos a comprarle dos tiras de agua de 2000, 5000 francos de saldo o 2 batidos de mango y melocotón. Sabemos que algunas cosas son más caras en la tienda de Musa que en el supermercado, pero no nos importa y se las compramos a él; porque preferimos "hacerle gasto a Musa".

Y preferimos hacerle gasto a Musa porque ha pasado a representar algo así como al colectivo de personas que emigran a un país con la voluntad de trabajar duro para mejorar su situación. Guinea ha pasado en poco tiempo de ser un país del que salían numerosos inmigrantes rumbo a Gabón o a Camerún a ser un país receptor de inmigración desde que su nivel económico de algún modo ha subido. Son muchos los africanos de países de la zona que vienen a Guinea buscando trabajo por cuenta ajena o propia.

Musa es de Mali. Un día vimos la tienda cerrada por la noche, pero con luz dentro. Entonces caímos en la cuenta de que muy probablemente Musa vive en su tienda... en su pequeña tienda. Y desde por la mañanita ya la tiene abierta, y hasta bien entrada la noche. Cada vez que voy a comprar, me acuerdo de que creemos que Musa vive en la tiendita, y me pongo un poco triste.

Musa es serio, pero dulce; como todos lo malíes que hemos conocido aquí. Se le ilumina un poco la cara cuando le llamas por su nombre. Por eso cada vez que entro en su tienda me gusta saludarle con un "¡Hola, Musa!".

Hasta donde sabemos a Musa le ha costado algunos disgustos estar aquí: le afectó la oleada de robos que hubo hace unos meses en el barrio, le han molestado algunos con uniforme y una vez Miguel y yo presenciamos como unos adolescentes guineanos trataban de tomarle el pelo pagándole menos de lo que le debían por lo que habían comprado (sí, generalizando podríamos decir que el guineano medio es bastante racista). Musa en ningún caso se puso violento. Se notaba que estaba enfadado, pero lo único que hizo fue bajar la mirada por un momento, y sin perder los nervios, les exigió lo que le debían mientras seguía trajinando con sus cosas. Miguel se puso serio también con los chavales en un momento que a mí me resultó bastante tenso; y finalmente le dieron lo que le debían. Cuando por fin se fueron le compramos a Musa las dos tiras de agua habituales; y al despedirnos, con una sonrisa le dio a Miguel las gracias.

Nuestras sospechas que de que Mali debe de ser un lugar lleno de gentes maravillosas vienen por conocer a gente como a Musa o a Alí (el guachi de la antigua casa de Dani y Laura, siempre sonriente, amable y dispuesto a ayudar en lo que pueda); también después de oír decir a un guineano culto que acababa de regresar de allí frases como "son mucho más buenos que nosotros", o "tendríamos que aprender mucho de ellos, que son muy trabajadores: cultivan en el desierto".

En resumen, si Miguel y yo tenemos ganas de conocer Mali en un futuro no demasiado lejano no es porque hayamos visto fotos maravillosas en un catálogo de agencia de viajes; sino por haber topado aquí con personas como Musa o Alí (y otros malíes con los que nos hemos topado en comercios y otros rincones de la ciudad) y cuya amabilidad y dulzura te dejan con ganas de conocer no sólo un lugar, sino a un pueblo.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Lo mismo se plancha un huevo que se fríe una corbata

Me quejo. Me quejo muchísimo cada día. Me quejo de todo lo que me quema y me agota de aquí. Pero de vez en cuando me doy cuenta de que, por muy difícil que me esté resultando esta experiencia en muchos aspectos, lo que es innegable es que he aprendido (aún estoy aprendiendo) muchas cosas.
Algunas de esas cosas son de un corte más "espiritual", y me reservo la reflexión para cuando me vaya (supongo que será incluso unos meses después de volver a casa cuando realmente me dé cuenta de los muchos aspectos en los cuales he aprendido aquí); pero en un plano más terrenal, si echas recuento, se me va llenando la maleta de aprendizajes variados, de nuevas experiencias, de cosas que ignoraba y que ahora conozco un poco más. Y también me doy cuenta de que muchas de las cosas que estoy haciendo aquí soy capaz de hacerlas porque traigo buenos aprendizajes en el bolso de mano, y no (o al menos no sólo) aprendizajes académicos y universitarios, sino que aquellas mil y una actividades extrambóticas que he ido haciendo en mis ratos libres a lo largo de mi vida son ahora las principales suministradoras de mi particular "caja de herramientas" para sobrevivir a esta experiencia.
Y es que, en realidad, y como reza el título de este post "Aquí lo mismo se plancha un huevo que se fríe una corbata"; o sea, que aquí se hace de todo-todito tengas el puesto que tengas, así que todo lo que vengas sabiendo hacer "de serie" viene que ni pintado; y lo que no, si andas con los ojos muy abiertos, lo vas a aprender seguro.
Como ejemplo, os contaré que precisamente reflexionaba sobre todos estos vericuetos del aprendizaje y lo aprendido esta mañana, cuando me encontraba con que tengo que amueblar tres salas de parto, y sin dudarlo he echado mano a esa "caja de herramientas" en la que esta vez me he encontrado el método tradicional de mi madre para amueblar habitaciones: pintar sobre una cuadrícula la habitación a escala y recortar los mueblecitos en forma de pequeños cuadraditos de papel de dimensiones proporcionales, para intentar cuadrarlo todo sin necesidad de hacer pruebas en ninguna sala. Y es que para muchas cosas no hay manual de instrucciones, y el sentido común y todo lo que hayas hecho o visto hacer antes son tus principales aliados. Aquí cada día es una cosa, y hay que tirar de recursos: otro día toca distribuir material a nivel nacional de la forma más racional posible, y ahí la experiencia de los campamentos es clave; o diseñar un tríptico (y salen a relucir las miles de horas echadas en CAPS preparando exposiciones para el hall de la facultad); o programar una actividad (como los cientos programadas en AJIVA), o hablar en un evento, o hacer un presupesto ( y los diez años en el grupo de teatro echan un buen cable en estos y en otros muchos casos); o ser un ser capaz de manejar quince asuntos abiertos al mismo tiempo (y entonces eres consciente de que tu ventaja reside en haber sido médico de atención primaria con seis minutos por paciente , lo cual te ha convertido por fuerza en un "ser multitarea" para poder mirar en ese tiempo récord la última cifra de tensión del paciente mientras le haces las recetas, te fijas en esa nueva mancha que le ha salido en el brazo y le preguntas qué tal está por lo de la muerte de su madre).

Y esto en el trabajo. Pero si hablamos del día a día doméstico, encontramos gran variedad de cosas que hay que hacer aquí y no en España, que he aprendido aquí y que ya quedarán para siempre en esa caja, para usarlas en otra situación que se tercie: conducir un todoterreno por terrenos fangosos y encharcados que te obligan a poner el 4x4; sacar agua del pozo, filtrarla y clorarla; manejar un grupo electrógeno; matar ratones con indometacina; usar un estabilizador de tensión y combinarlo con otro con batería en un intrincado sistema de cables y enchufes para no quedarte ni sin corriente ni sin ordenador; poner bien una mosquitera; conducir en una ciudad africana (el que lo hayan hecho comprenderá a qué tipo de proeza me refiero); desarrollar sistemas creativos de ahorro de agua; atender a una compañera accidentada en el baño de la sede en plan Mc Giver... y un amplio etcétera que me hacen sentir un pelín más desenvuelta en el mundo y en la vida.

Hoy me doy cuenta de lo afortunada que soy por todo lo que pude aprender antes de llegar a esta tierra, y de algunas de las cosas sobre las que esta experiencia me está enseñando.

Y es que si algo está claro es que cuantos más retos, más aprendizaje.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Gracias, Harry; gracias J.D.

A veces este mundo es demasiado "complicado". A veces se satura un poco (o un mucho) la cabeza de tanto darle vueltas a cosas "importantes": Secretarios de Estado, Ministros, Directores Generales. Reuniones, acuerdos, convenios. Políticas, estrategias, hojas de ruta. La OMS, el FNUAP, el FDS, el PNUD, la OTC. Encrucijadas de decisiones que afectan al proyecto. Proyectos de otros que afectan a nuestras decisiones. Mirar casi con bola mágica las posibles consecuencias de las decisiones estratégicas que tomamos, con una interrogación por respuesta por parte de la susodicha esferita en muchas ocasiones. Ver clara una opción, y al momento siguiente ver como buena otra que es casi opuesta. Actividades que se retrasan porque no dependen de nosotros, pero de las que a su vez dependen otras nuestras que también se retrasan. El reloj anual con su inexorable cuenta atrás. Actividades que no se pueden realizar. Partidas de dinero que se agotan, otras que sobran. Dinero que no se puede cambiar de partida. Otro dinero que es Expediente X si se puede o no usar de una forma o de otra. Negociar con unos y con otros, sin herir sensibilidades; siendo lo suficientemente cortés y lo suficientemente asertiva. Llevar a la gente a tu terreno haciéndole creer que son ellos los que toman tal decisión. La lucha por no hacer simplemente, sino hacer con calidad... Mi propio perfeccionismo ultraexigente con la lengua fuera, porque al final he llegado a la conclusión de que casi lo único que aspiro a llevarme de aquí es la sensación de haber hecho mi trabajo lo mejor posible.

Hacer malabares con una mezcla de ciencia, protocolo y finanzas. Demasiado complicado a ratos.

Hace un año no me hubiera imaginado ni por asomo en esta tesitura. Me miro hoy por hoy, vestida "de princesa", con la cartera y el portátil a cuestas cada día, pendiente del teléfono móvil, cogiendo más aviones en un año de los que he cogido en toda mi vida junta, con un señor que conduce esperándome en el aeropuerto, con mil preocupaciones a cuestas aunque sea sábado, con pensamientos intrusos de trabajo a cada rato... y me cuesta reconocerme. Porque me veo más con mis dos coletas, tirándome con mi bici y mi casco cuesta abajo por la calle Atocha con el aire en la cara, negándome sin atisbo de duda a doblar turno para el IMSALUD, ensimismada en la parada del metro pensando en el posible argumento de la próxima obra de teatro, en un juego nuevo para el campamento o como mucho pensando en el pequeño drama de la mujer deprimida que ayer me contó sus migrañas en el diminuto despacho de la consulta de Fresnedillas.

Quizás dentro de cuatro meses parezca todo un sueño, un sueño apasionante a ratos y a ratos una pesadilla. Tendré una tarjeta acreditativa con el sello de la OMS que me recordará que estuve en foros como la 60ª Reunión del Subcomité de la Región Africana de dicha institución, sentada unas sillas más atrás de los Ministros de Sanidad de esta parte del mundo que se muere a chorros sin que nadie de los que empujamos esta gran mole con toda nuestra alma consiga moverla apenas unos milímetros, atrapados en una nube de burocracia, vicios, y desidia de donantes y donados.

A veces necesito escapar de este mundo, de esta maraña de cabos sueltos o demasiado atados. Con frecuencia ( y cada vez con más frecuencia) necesito volar de aquí y saltar a otro sitio.

Entonces, me espera Harry Potter, callado y dispuesto, en la mesilla de noche. Me tumbo en la cama, abro el sexto libro de la saga y en un minuto ya no estoy aquí en Guinea, sino en en un mundo mágico, donde existen las varitas mágicas, las pócimas, los hechizos; donde las intrigas siempre acaban bien; donde Harry, Ron y Hermione son ya casi como de la familia.

O me espera J.D., el joven protagonista de Scrubs, la serie de médicos más divertida que he visto, y que con su punto absurdo me hace reír y abstraerme veinte minutos por capítulo, me permite escapar por un rato a ese mundo bien por encima del ecuador que tan bien conozco, que al fin y al cabo es mi casa, donde conozco bien las reglas y el terreno que piso.


Harry y J.D. son mi descanso mental en este mundo monotemático veinticuatro sobre veinticuatro horas. Y creo que se merecen un homenaje por la dosis de equilibrio psicológico que me proporcionan.

Por muy de ficción que seáis, gracias a los dos, chicos.

sábado, 21 de agosto de 2010

Un puntito de magia

Esta noche hay un puntito de magia. Volvemos del aeropuerto de Malabo hacia Elá Nguema. Está lloviendo. El limpia-cristales del taxi resbala sobre la luna delantera, fragmentada en añicos por algún golpe más o menos reciente, como en muchos taxis de aquí. Suena una música que es algo así como reguetón, pero a la guineana:

“Esta noche te voy a hacer mi señora… “

La letra es desastrosa, rozando lo jocoso; pero hay que reconocer que tiene ritmo. El taxista sube el volumen, y mirando por las ventanillas me siento como dentro de la escena de una película, por la cuasi-autopista desierta, viendo pasar la ciudad semi-iluminada a nuestro lado. “Esta noche hay un puntito de magia”, le digo a Juan, que va sentado a mi lado en la parte trasera del taxi.

Venimos de dejar a Ceci en el aeropuerto. Por razones que sólo entiende quien (y entiende todo el que) ha vivido en este país, Ceci tiene que salir sin visado de salida y con el visado de entrada caducado hace una semana. Estaba nerviosa. Hasta hemos ensayado la escena unos minutos antes en la terraza de casa. Juan era el policía que, con cara de pocos amigos, le preguntaba por su visado. El roll-playing ha salido bien. “¿Cómo lo podemos arreglar?”, le preguntaba Ceci a Juan_policía, intentando ser lo suficientemente ambigua como para no dejar demasiado ni demasiado poco claro que estaba preguntando el costo de salir del país sin más problemas.

Ya en el aeropuerto, después de pasar los trámites de revisión de maletas, véase una especie de escáner humano a golpe de abrir cremallera y hurgar en el interior de tus pertenencias (cuánta ropa interior usada de diversas nacionalidades ha tenido que tocar esta gente) y después de realizar la facturación, llegaba el momento de la verdad: Juan y yo, que hemos decidido acompañarla para dar apoyo moral y poner cara de cooperantes_buenos_buenísimos si había algún problema, o sacar mi cotizado carnet de protocolo blanco y recién plastificadito en España por si servía de algo, después de darle un beso y un abrazo, nos hemos quedado detrás de la mesa donde por fin tenía que enseñar su pasaporte a la policía. Desde donde estábamos, sólo se oían fragmentos de la conversación. Un “¿cuánto tienes?” llega a mis oídos. Ceci saca tres billetes de color morado, y deposita en la mesa el pago de su “visado” de salida. Lo ensayado se cumplía tal cual. El policía, después de guardar el pago en su bolsillo, le hace una señal para que la acompañe a una estancia interior, que todavía se ve desde donde Juan y yo estamos situados. No la perdemos de vista. Y de pronto, me siento como si Juan y yo fuéramos miembros de la Orden del Fénix, camuflados en el mundo de los Muggle, y dispuestos a sacar nuestra varita mágica ante cualquier movimiento que nos resultase sospechoso. Con un Accio Billetes, los 30000 CFA salen del bolsillo y vienen a nuestras manos, y con un Expecto Patronus creamos una fuerza protectora que impide que a Ceci le pase nada malo, y le permite volver sana y salva a Madrid. Vuelvo en mí misma y me doy cuenta de que tanto leer Harry Potter me está trastornando un poco… pero no me importa.

Por fin Ceci, después de la foto y el escáner de las huellas dactilares de rigor, se vuelve, sonríe, nos dice adiós con la mano, y se dirige a la sala de embarque. ¡Prueba superada! La Orden del Fénix se retira y coge un taxi.


Lo dicho: esta noche tiene una pizca de magia.

lunes, 16 de agosto de 2010

¡Aquí huele a "ratÓnnnn"!

Con esa frase y el ceño fruncido recibía un día a Dani hace tiempo la responsable continental del programa de Tuberculosis. En su despacho olía a "ratÓnn", con una fuerte y acentuada "O" y unas nasales enes; y es que eso aquí pasa hasta en las mejores familias.
Aquí la fauna se sucede la una a la otra, casi como por ciclos, porque en realidad esta casa no es más que un pequeño ecosistema, con su cadena alimentaria y todos sus demás complementos. Si exterminas a unos, aparecen los otros. Es así, y así hay que aceptarlo.
Están las salamanquesas, que aunque te den algún que otros sustillo cuando vas de noche por la cocina y de repente se mueven por la pared, pues oye, se comen a los mosquitos. Si quitas las salmanquesas, aumentan los mosquitos. Están los ratones, que dejan todo requetecagado y roído; pero, oye, mantienen a raya a las cucarachas; si quitas los ratones, aumentan las cucharachas. Podrían estar los gatos como en casa de Ana, pero exigen demasiada responsabilidad y atención y su orina huele muy mal; pero oye, se comerían a los ratones. Están las cucarachas, que también lo dejan todo lleno de cagadas y esparcen la mierda por la que circulan con sus gigantescas patas y alas; pero, oye... vaya, lo siento, no consigo encontrar ninguna utilidad, ni tan siquiera en la cadena trófica, para las cucarachas. Supongo que algún sentido tendrá su existencia...

Bueno pues, como decía, no nos animamos a tener gato. Como consecuencia, los ratones se han ido haciendo fuertes. Al principio era sólo Gutemberg, el que compartió las campanadas de año nuevo con nosotros desde su escondrijo en la encuadernadora. Pero a él se le fueron sumando Saimaza, el que vivía en la cafetera; Zanussi, el que se montaba los festines bajo el frigorífico y hasta Chueca, el que no se atrevía a salir de nuestro armario, aunque rascaba la puerta por dentro cada noche (resultaba muy tétrico despertarse y oírlo a las cuatro de la mañana, como en una película de terror en la que algún fantasma se esconde en el ropero y rasca por las noches :S ).
Llegó un momento en el que la multiplicación llegó a un ritmo tal que ya no éramos capaces de distinguir quién era quién. Si la familia ratona era tan grande que ya ni los conocíamos, había que tomar una decisión. Como dice Miguel para justificar el cruel veredicto que dictamos entre todos los seres humanos que habitamos esta casa, "no había opción: eran ya más que nosotros". Así que la batalla comenzó: la rapidez de reproducción ratonil contra la aguda inteligencia humana. Y la aguda inteligencia humana llegó desde la sabiduría de una adorable monjita en la década de sus setenta, farmaceútica en uno de nuestros centros de salud, y que tras muchas otras décadas en Guinea decía conocer el mejor remedio contra los roedores: Indometacina. Para los legos en la materia explicaré que la Indometacina es un antiinflamatorio potente que se usa sobre todo para enfermedades reumáticas. La salvación contra el dolor de muchos humanos resultaba ser un poderoso veneno contra los ratones: se había declarado la guerra química en la casa-sede de Mbá Nguema.
Catalina, que así se llama la religiosa experta exterminadora de ratones, buscó en los almacenes perdidos de María Gay el tesoro que nos liberaría de nuestros incómodos okupas: un envase clínico de mil pastillas de indometacina "gran reserva", véase caducadas desde el 2005. La noticia se difundió, y en la antigua casa de Dani y Laura, donde ahora viven un tropel de consultores y otros cooperantes-FRS, se probaron los nuevos artefactos a modo de minúsculo Iroshima. Llevados por la urgencia, y aún sin tan siquiera haber comprobado en profundidad la efectividad del arma, comenzó la instrucción militar a gran escala: el bote de indometacina pasó de casa en casa, y los "soldados" más adiestrados enseñaban a los novatos el proceso de preparación de los cebos. Se trataba de machacar cuidadosamente en mortero las pastillas antiinflamatorias, elegir un cebo suculento (galletas Gullón Tropical, raspas de queso, y hasta pan con aceite pensado para perdición de los ratones_señorito_andaluz). Una vez elegido el cebo, se coloca sobre un papelito y se espolvorea generosamente con los polvos de indometacina, se coloca en lugar accesible pero íntimo (los ratones son tímidos, y prefieren comer a escondidas) y a esperar.
Así lo hicimos en nuestro "hogar", y cuál fue nuestra sorpresa cuando al día siguiente los cebos habían desaparecido de sus lugares. Reímos con risa malévola al intuir lo que pasaría en breve. Pero no: los días pasaban y los ratones seguían paseando a placer por nuestra cocina, nuestros pasillos, nuestra oficina y nuestros dormitorios. Y hasta parecía que nos hacían una mueca jocosa al "esprintar" patinando ante nuestras narices sobre las baldosas. Más tarde aparecieron los cebos, movidos de sitio, pero sin comer. Los ratones se habían reído de nosotros y nos habían hecho creer que habían picado el anzuelo, cuando simplemente se habían dedicar a juguetear con nuestros cebos. Desmoralizados, empezaba a fallarnos la confianza en nuestra arma química.
Pero cinco días depués del lanzamiento del arma de destrucción masiva, mientras subía las escaleras pensando en que por el olor que salía por el pasillo se debían de haber atascado de nuevo las tuberías, se me abrieron mucho los ojos como cuando intuyes algo claramente y me sorprendí a mi misma exclamando "¡Aquí huele a ratÓnnn!". Y entonces comprendí en toda su profundidad el significado de la frase que aquella mujer sabia había dicho aquel día a Dani. Decir "¡Aquí huele a ratÓnnn!" quiere decir " Aquí huele a putrefacto, a cuerpo en descomposición, a cadáver, a anaerobio". Y supe que muy probablemente habíamos triunfado. Entonces, después de haber sido asesinos a sueldo, pasamos en un momento, cual Mortadelo, a cambiar de disfraz y ponernos el de forense. Por algo soy la nariz más aguda a este lado del Misisippi; así que, uno por uno fui buscando los cadáveres usando mi pituitaria como radar. Y allí fueron saliendo, algunos ya cubiertos de gusanos: uno en la bombona de butano, otro entre las cajas en la oficina, otro junto a los armarios de la cocina...
El problema es que mi pituitaria dice, y la de Carmen me apoya, que el cuarto individuo se encuentra metido en la caja del aire acondicionado, así que en estos casos no sabemos cómo se procede al levantamiento del cadáver. Suponemos que habrá que llamar a un técnico.

Moralejas: la insuficiencia hepática por indometacina en ratón casero común tiene un período de latencia de entre tres y cinco días; y nunca subestimes la capacidad de una monja septuagenaria como planificadora de muertes en masa.

martes, 3 de agosto de 2010

No siempre es fácil

No... No siempre es fácil. Hay momentos duros. Y te sorprende al cabo de los meses descubrir que las cosas que te cuestan no son precisamente las que imaginaste cuando pensabas en venir para acá. Máxime cuando tienes más o menos cubiertas ciertas comodidades (el agua, la luz, el ventilador y hasta el aire acondicionado, la comida a la occidental...) y te das cuenta de que las que te cuestan son otras más "psicológicas": la invasión permanente de tu casa, que, además de ser compartida sin que tú elijas ni con quién ni cuándo, no es una casa, sino una oficina, con la falta de "libertades domésticas" que eso supone; el desgaste de ver a los mismos siempre y en todos los contextos, forzando una intimidad que no tienes en Madrid ni con tus mejores amigos (aunque como contrapartida estoy segura que unos pocos de ellos posiblemente llegarán a serlo); la claustrofobia de estar privado de la oportunidad de dar rienda suelta a tus aficiones favoritas; de nuevo la claustrofobia de vivir en el trabajo y con la gente del trabajo, lo cual implica no disfrutar de la bendición de desconectar tu cabeza del trabajo en las 24 horas del día durante más de un año, incluidos domingos y fiestas de guardar; la incomodidad de medir tus palabras en la calle para no decir ninguna "inconveniencia"; y un lo suficientemente largo etcétera para a veces tener ganas de coger el primer avión a casa...

Reconozco que hoy estoy un poco pesimista; y también reconozco que ya va siendo hora de volver (en estas post-vacaciones ya lo veo meridianamente claro). Y también reconoceré que esta experiencia me ha enseñado muchas cosas: de lo que quiero y no quiero para mi vida; de lo que es y no es la cooperación; de las idealizaciones que se hacen de la misma; del estilo de vida que supone ser cooperante, y que en muchos casos no cuadra con patrones idílicos forjados en las mentes; de lo que es tratar con gente con poder; de qué trabajo me gusta hacer y cuál no; de cuáles son mis límites en la convivencia y en el trabajo; sobre para qué cosas soy menos extraordinaria y más bien más normalita de lo que creía; de qué cosas son realmente "la libertad", e incluso "La Libertad"; de qué cosas valoro de mi tierra y de mi gente, con todas sus imperfecciones; de lo importante que es cuidarse mutuamente en todo momento cuando viajas en pareja; ... y el gran tesoro que es tener una pareja como la que yo tengo, con la que viajar por el mundo y por la vida es algo grande.

Pero no quiero que este sea un post triste y desengañado, igual que no quiero que los cuatro meses y medio que me quedan aquí sean un mero cierre, un mero consumir lo que queda y punto, sino que me comprometo a intentar hacer de ellos algo especial con las últimas ganas que me quedan. No quiero olvidar aquella frase que tantas veces me ha cargado las pilas desde hace tiempo: "Lo que hagáis, hacedlo con todo el alma". Eso es :si haces algo, pon toda la carne en el asador, pon toda tu energía, todas tus ganas y todas tus fuerzas. Sin tibiezas. Con pasión.
No lo olvides.

No lo olvidéis.

sábado, 3 de julio de 2010

Sin ruedines y con la melena al viento

Dejo una vez más este país. Vuelvo al mío. La otra vez, cuando salí de España, cuando el avión despegaba, se me caían unos cuantos buenos lagrimones. Yo creo que el americano que iba sentado en el asiento de al lado debió de pensar que me dejaba en tierra al amor de mi vida, a un hijo, o algo así. Y no. Simplemente me alejaba de nuevo del mundo conocido, del hogar, y me aventuraba otra vez a este mundo a ratos hostil, y siempre, por mucho que lo intentes, extranjero. Volvía además a un lugar laboral desconocido, con Dani saliendo del proyecto y oliéndose su vacío ya antes de hacerse real. Me iba de cabeza a un mundo en el que iba a tener que ponerme las pilas para estar a la altura de las circunstancias, porque me soltaban por fin como cuando aprendes a montar en bici y te sueltan por primera vez sin ruedines. La quemazón con la que me había ido en el mes de abril, los enfados y sofocones de los últimos días de abril aún estaban demasiado patentes en mi memoria, y lo que quería era salir corriendo, pisar terreno conocido y sentirme en un entorno amigable, en el barrio, entre mi familia y mi gente y olvidarme del país del proyecto y de todo.

Ahora, en cuatro horas, vuelvo a coger el vuelo que me llevará a España. Ha sido un mes intenso este, de mucho trabajo, de muchas nuevas mochilas colgadas a la espalda, de muchos nuevos retos, de consolidar muchos aprendizajes, de espabilar en muchos aspectos, de muchos “querer es poder” porque no queda más remedio. Y, sin embargo, creo que puedo decir que empiezo a cogerle el gustillo a esto. Quizás porque, por necesidad, empiezo a tener en mente casi toda la información de nuestro pequeño mundo-proyecto. Creo que puedo decir que ahora sí tengo una idea de conjunto de todo lo que nos traemos entre manos, de lo que estamos haciendo. Y lo que más me apasiona: creo que, después de conocer toda esa información, empiezo a tener criterio propio para intuir por dónde deben ir las cosas, empiezo a tener claro qué es y qué no es bueno para el proyecto y para lo que nos traemos entre manos; y una vez que tienes esto claro, es inevitable empezar a planificar. La cabeza empieza a volar, y no puedes parar de pensar, porque en un proyecto tan macroscópico como este, no puedes más que empezar a ver posibilidades por todas partes (¿será el “síndrome Dani”?), máxime cuando en el Ministerio empiezan a manifestarnos, sugerirnos, pedirnos, y a veces casi exigirnos que estemos más cerca en el nivel central, que transmitamos nuestro “saber hacer”, que quieren que les transfiramos la experiencia, porque (es un secreto a voces), “donde está FRS, las cosas funcionan”.

Tiene aún mucho que mejorar FRS, pero es cierto que tenemos una gran riqueza. Y una gran oportunidad, porque se nos escucha. Y esto es, sobre todo, un mérito de Dani, porque, por lo que dicen, antes nadie sabía ni qué era FRS, y ahora, por los pasillos del Ministerio, vas parando una y otra vez, y no sólo para estrechar manos y decir “hola, qué tal”, sino porque en casi todos los departamentos se nos conoce, tenemos algo pendiente, algo por hablar, por concretar o por cerrar...

Lo macro y lo micro. Lo macro y lo micro. Es lo apasionante de este proyecto. Lo micro, sobre todo, gracias a las hermanas y a los expatriados. Las hermanas, con su delicadeza, con su dar importancia a lo pequeño, con la delicadeza de dejarle como sorpresa un cuaderno nuevo y un puñado de chicles en el asiento al conductor que me traía ahora al aeropuerto, porque después de dejarme se iba corriendo al curso de informática al que, por mucho que de vez en cuando le regañe, la Hna Pilar no ha dudado en incluirle como al resto del personal sanitario, porque tiene clara la importancia de que hasta el conductor se forme y se supere. Y valga simplemente el ejemplo, porque hay otros muchos como este de hoy. Los expatriados, con las ganas de partirse el pecho por esto; porque, hoy por hoy, diría que todos somos unos idealistas ávidos de dar y de aprender, y sabemos la seriedad de lo que nos traemos entre manos, la gran responsabilidad que se nos confía. Mención especial a Ana, que ya ha empezado a ser y va a ser por largo rato compañera de fatigas, insominios, fracasos y logros.

Y yo ahí, privilegiada en un puesto que roza lo macro y lo micro, que me permite saber todo lo que se cuece y que, hoy por hoy lo puedo decir, me ayuda a crecer por los retos que me plantea, hasta por los sudores que a veces me causa.

Y aunque a ratos quiero salir corriendo de aquí, me canso del Gran Hermano, de la ciencia-ficción de Madrid, de la claustrofobia de este micro-país_micro-ciudad_microambiente; de las horas extras que se echan y que cada vez te dan menos igual; aunque con frecuencia echo de menos el barrio, la familia, “hacer el bruto” y mil volteretas con las sobrinas, las clases de baile, hacer teatro, trabajar con chavales e irme de campamento, mis amigos “locos con la locura adecuada”, las noches en Robledo, a veces hasta pasar consulta en un pueblo y esas tantas otras cosas… pues puedo decir que hoy por hoy, le empiezo a coger el aire a esto, empiezo a sentirme segura, empiezo a sentirme en mi sitio.

No sé por cuánto tiempo, pero pienso disfrutar esto que empiezo a disfrutar precisamente ahora mismo.

viernes, 18 de junio de 2010

La bendita tozudez del Sol de Bata

El sol, como cada tarde, se ponía en el horizonte. Desde el malecón, desde el Paseo Marítimo, desde la parte trasera del edificio ruinoso y en obras de Radio Bata, desde la terraza del piso alto alto del Centro Cultural Español... desde todos esos y tantos otros lugares de la capital continental, varios ojos, entre curiosos y estupefactos, asistían cada tarde al puntual espectáculo de luces y colores.
El Sol, sabedor de ser el más importante deleite visual de la ciudad, el sustituto del cine o el teatro, cada noche se engalanaba como un actor antes de salir al escenario. No se disfrazaba, sino que hacía todo lo posible por realzar su belleza, como una chica coqueta que sabe maquillarse.
Aquella tarde se había envuelto en la mejor de sus luces, sus tonos naranjas habían sido especialmente elegidos, hasta había decidido ponerse un poquito más abajo de su ecuador ese girón de nube grisácea que le hacía irresistiblemente romántico y melancólico. Todo estaba ya preparado para el espectáculo, el Sol sentía en su ombligo unas leves cosquillas justo el momento previo a pasar aquella parte del cielo a partir de la cual se consideraba inaugurada la puesta de sol, respiró hondo mirando al mar que se extendía tranquilo bajo sus ya tenues rayos y se lanzó haciendo acopio de toda su presencia escénica.
Pero cuál sería su sorpresa cuando, a los pocos segundos de empezar el descenso rumbo al horizante, le envolvió un sentimiento gris, mucho más gris que la nube-falda que le cosquilleaba en su hemisferio sur: NADIE le miraba hoy. No era capaz de encontrar ni una sola mirada que le prestara atención. Ni un solo habitante de Bata le estaba esperando esa tarde. Todos parecían ocupados, muy ocupados. La prisa y las ocupaciones y las preocupaciones les habían atrapado. Bata estaba llena de oficinas, a su vez llenas de señores y señoras con miradas graves e incluso agresivas y de ordenadores, de teclados de ordenadores, de hojas Excel, de horas extras, de presupuestos, de teléfonos, de informes, de facturas y de prisas. Mucha prisa. Muchos plazos. Muchas citas. Muchas citas que se solapaban con otras citas. Cronogramas, listas de tareas y tareas sólo para listas (y listos).
El Sol se sintió profundamente solo.
Pero no sólo solo. Sino triste; y no sólo triste; sino triste y preocupado por los hombres y mujeres que no sólo se habían olvidadado de mirarle a él, sino que, en su autofabricada urgencia y en su autoimpuesta prisa, se habían olvidado incluso de mirarse a los ojos los unos a los otros.
Sólo existía la prisa, y la prisa los embaucaba y los encerraba. Los ponía de mal humor. Los condenaba a la soledad por más que soledad acompañada.
El Sol se secó con rabia y dignidad serena una lágrima en forma de llama. Y una vez pudo sobreponerse a lo que estaba viendo, se sintió profundamente afortunado. Afortunado, porque no tenía ninguna prisa por llegar a su horizonte, a su destino. Decidió que el espectáculo debía continuar, y representó su papel como el mejor de los días, como si tuviera sobre sí las decenas de miradas que habitualmente le espiaban. Se esmeró en los brillos finales para hacer aún más hermoso su reflejo sobre el cálido y manso mar. Había decidido que cada día seguiría saliendo y cada día se esmeraría en representar una puesta de sol aún más bella que la del día anterior. Tenía la esperanza de que, de este modo, algún día algún hombre o alguna mujer no podrían resistirse a la belleza de su espectáculo, y volvería a mirarle como siempre. El Sol, aun siendo presumido y ávido de atención como cualquier actor, en este caso no anhelaba que esto sucediera para sentirse observado sobre su aéreo y acuático escenario. Sino porque eso significaría que el ser humano, libre de la prisa y las serias obligaciones de los señores serios, habría decidido volver a apreciar las cosas importantes de la vida. Y, quizás, si le miraban a él, sería porque habrían vuelto a mirarse a los ojos los unos a los otros.
Y es por eso quizás que el otro día, cuando encontré al Sol sereno, tranquilo y hermoso como nunca al mirarlo sobre la balaustrada del Paseo Marítimo, sentí que me hacía un guiño, y que el viento cálido me susurraba: "No olvides lo verdaderamente importante. Recuerda qué pequeñas cosas son las que dan sabor a la vida"

martes, 25 de mayo de 2010

[Se cierra corchete ]

En unas diecisiete horas estaré cogiendo un avión que me llevará de nuevo rumbo a Guinea. Es una sensación extraña. Lo dije ya aquel día a Bola y a Agus: no sé cuál es el paréntesis, si éste de venir a Madrid o aquel de irme a Guinea. Fue entonces cuando llegamos a la conclusión de que esto era más bien un paréntesis dentro de un paréntesis; o sea, un corchete ([]).

Este corchete me ha dejado muchas sensaciones fuertes: el barrio, con todo ese significado que ha cobrado de un tiempo a esta parte, sobre todo por esos amigos a los que tanto he echado de menos, porque son fuente continua de nuevos retos vitales, de nuevos sueños, de bendita absurdez y de sencillo optimismo, porque siguen teniendo "la locura adecuada"; la familia, por mucho que siempre parezca que no sabes expresarles suficientemente bien lo mucho que te importan; la paz de sentirse en casa, de saberse en terreno conocido; el tiempo de calma y l oportunidad de hacer un saludable zoom para darse cuenta de una forma más realista de lo que te gusta y no te gusta de aquella experiencia, de lo que te llena inmensamente y lo que te hastía o te atrapa en esta vida de aquí. Tiempo para sincerarse con una misma, nos gusten o no las conclusiones; el Trofeo AJIVA y ser consciente de la inmensa fortuna de haber vivido sensaciones tan fuertes en esos locales, y constatar con cierta ¿tristeza? que es difícil encontrar otro algo que genere sensaciones tan fuertes, y negarse en lo más íntimo a terminar de entregárselas al pasado; la obra watabatera, y volver a ese hogar teatral (el Caro), a ese escenario que, como recordaba con Pablo, ha sido a lo largo de diez años desde una oficina de recursos humanos hasta un acantilado, pasando por un álbum de fotos o un vagón de metro, o la casa de Andrea y Marcos. Ha sido tantas cosas, que es una parte de la vida de los que nos hemos dejado muchas tardes de domingo soñando, creando, expresando, compartiendo... encima de esas tablas de madera que el tiempo va desgastando. Ha sido en parte lo sucedido en ese escenario lo que nos metió este gusanillo del teatro que te acompaña aunque estés a muchos miles de kilómetros de cualquier cosa parecida a un escenario y que te impulsa a decir de forma casi irracional "necesito hacer teatro", igual que echas de menos la ducha, montar en bici o el gazpacho; asomarse a las nuevas vidas que emprenden unos y otros: los que se casan, los que arreglan casas y las pintan de morado, los que el Nilo en casa y terrazas de ensueño con sillas coloridas y familiares, los que sueñan con vivir en una flor de loto invertida...

Y de fondo, como poniendo el marco, todas esas pequeñas cosas: un zumo de melocotón en una terraza, el aire fresco al caer la noche, la toalla suavita al salir de una buena ducha, dejarse caer en bici cuesta abajo por la calle Atocha, sentir el calor de la gente en cada abrazo (récord para el abrazo de Juanjo), sentir que te han echado de menos tanto como tú a ellos, sentir que las cosas fundamentales siguen tal y como las dejaste...

Es bonito constatar que salir de aquí no fue una huída, porque esta mi/nuestra vida de aquí está llena de cosas infinita e intangiblemente valiosas.

Y ahora, se cierra el corchete. Toca volver a aquella otra realidad que ahora mismo podría casi dudar si ha sido un sueño.

Pero tengo otro corchete escondido en la manga: nos vemos en julio. Hasta pronto.

jueves, 29 de abril de 2010

Nos faltaba un papel

Si recordáis capítulos anteriores, en diciembre se convocó el examen del concurso-oposición para los agentes de salud. Era una lucha que se había empezado varios meses antes y que ya a esas alturas había consumido muchas energías y esperanzas. Por fin, el 5 de diciembre, casi recién llegados Miguel y yo, hicimos el examen. Luego vino el curso de formación de tres meses para los quinientos que aprobaron, y que si aprobaban también el curso pasarían a tener el título de Auxiliar de Enfermería Comunitaria y con él adquirirían la posibilidad de ser nombrados funcionarios. Y pasó el curso, con sus ires y venires, sus sofocos, sus giras de supervisión llenas de kilómetros y diplomacias, sus problemas de coordinación... Y acabó el curso y llegó el examen final. Parecía que se enfilaba la luz al final del túnel. El examen no fue moco de pavo, y tuvo también sus sofocones, sus madrugones y sus "trasnochones" para organizar, evaluar, preparar y negociar.
Y también pasó el examen, y llegó el momento de los nombramientos. Finalmente eran muchos los propuestos para nombramiento y contrato. ¡Sí, objetivo conseguido! Y ahora venía la borágine: el papeleo. Imagínense más de trescientas personas con un nivel primario de estudios procedentes de los poblados recónditos del interior del país sumergidos de pronto en una macro-gymkana por las cabeceras de distrito y capitales del país en la que tenían que conseguir la friolera de unos 7 papeles oficiales. Y todo esto en tiempo récord: cuatro días. La maquinaria FRS se puso en marcha, hordas de hermanas recorrieron los despachos de las delegaciones, subdelegaciones y ministerios dispuestas a conseguir que sus equipos de agentes consiguieran los papeles a tiempo. No íbamos a permitir que el sueño de personas que llevaban veinte años trabajando gratis se fuese al traste.
Y llegó el viernes, la fecha limite. Y todo transcurría con normalidad, y estaba todo listo y preparado, y nuestras hermanas habían conseguido que más o menos todos "sus" agentes de salud tuvieran todos los papeles. Y entonces, llegó la noticia: "Pero cómo no va a ser necesario, si ese papel es el más importante".
Un gran ¡Kié! ¿¡Pero cómo!? (expresión de sorpresa que todo el mundo usa aquí una media de dos veces al día) invadió mi mente. Nos estaban diciendo que casi al límite del plazo a TODOS nuestros agentes (los casi doscientos) les faltaba un papel. Gajes de la mala comunicación. Pero allí estábamos. Un papel, un mísero papel se interponía para finalizar por fin este proceso con final feliz. Las ilusiones de todas estas personas puestas en duda por un trozo de papel firmado, un papel cuya existencia desconocía hace dos semanas y cuyo nombre ya nunca olvidaré: "El certificado de no haber sido separado de la función pública".
Pero somos cabezotas. Cabezotas hasta el final. Y lo íbamos a conseguir. También hay que decir que yendo con las hermanas por delante todo se hace un poco más sencillo, y sólo diré que ese fin de semana nos llevamos a casa los impresos oficiales de la Delegación y en cadena de montaje los rellenamos. Por un fin de semana nos convertimos en un ministerio en miniatura. Para hacerse una idea, por cada uno de los casi doscientos había que hacer un paquetito con fotocopia del DNI, carta de instancia personalizada con los datos de cada agente, teléfono, nota de ingreso y efectos timbrados. Un infierno que nos llevó todo el fin de semana a destajo. Había que dejarlo todo preparado para que en la breve ampliación de plazo que nos concedieron (un día hábil) se pudiera hacer todo el trámite: pagos en tesorería, ingresos, firmas y sellos... ¡de nuevo para doscientas personas! Colapso administrativo seguro. Pero diseñamos una estrategia pensada al milímetro, casi como quien planea el asedio a una ciudad, con planos de situación de edificios y todo para lograr hacerlo todo en el menor tiempo posible.
Ese viernes maldije, juré en arameo, me dije mil veces a míu misma aquello de "qué bien está mi madre en su casa" y me pregunté qué hacía yo allí, a las diez de la noche de un viernes, rellenando instancias de la Función Pública cuando se supone que yo había venido a este país a hacer la coodinación sanitaria de un proyecto. El sábado ya decidí tomármelo de otra forma, y cuando me vi madrugando para seguir haciendo instancias y fotocopias, decidí empezar a tomármelo con más humor y amor. Y me reí de mí misma que por Navidad pedí un libro de Medicina Tropical para saber mucho más y hacer mejor mi trabajo, cuando en realidad estas fotocopias eran irónica y probablemente lo más importante que había hecho en los seis meses que llevo aquí. Porque al final, lo que estaba haciendo ese sábado madrugando para hacer papelotes, era ser voz de los sinvoz, hacer un trámite que ellos jamás hubieran podido hacer en ese tiempo record sin todos nosotros. En el fondo, era luchar para que se hiciera justicia, y que personas que hace muchos años que merecen un sueldo no se queden sin él de por vida porque "les faltaba un papel". Era al final una lucha personal y común con las hermanas contra la pesada maquinaria de la burocracia y de la incompetencia que se interponía en nuestro camino.
Y vencimos: ganamos al reloj. No nos quedaron uñas a Mª Ángeles, a Pamen y a mí, que el lunes a las 8:30h estábamos como un clavo con los expedientes de nuestros doscientos agentes en la puerta de la Tesorería y de la Delegación de la Función Pública, mirando el reloj a cada rato y preguntándonos unas a otras con miedo a la respuesta "¿tú crees que nos da tiempo?". Pero ganamos. Y ganaron todos nuestros agentes. Y, en medio de la impersonalidad y la frialdad, encontramos a D. Maximiliano, que hizo todo lo posible desde su posición de secretario para que el trámite saliera adelante, que puso un toque de humanidad en la fría burocracia.
Y finalmente, a día de hoy, los expedientes de todos están ya listos para que nuestros doscientos agentes sean nombrados y, por fin, triunfen los más débiles.
Esta vez no fue la Medicina Tropical. Nunca se sabe...

jueves, 1 de abril de 2010

Cubos y autobuses

La esperanza toma formas inesperadas.

Salimos con el coche a vaya usted a saber dónde, quizás al supermercado, quizás a la playa, quizás a la Delegación... Circulamos por la calle.. Todo como siempre. Los puestos de verduras callejeros, la gente con sus ires y venires, el tráfico caótico... Llegamos a un semáforo de algún cruce de la ciudad, y algo me llama la atención, algo muy simple, pero que casi me hace frotarme los ojos: es un cubo de basura, un contenedor verde, de esos grandes que están diseñados para que un camión de la basura los enganche y los vuelque.
-¡Ayvá! ¡Un cubo de basura! -exclamo señalando, incrédula.
-¡Anda!-me responde alguien en el coche, que también se queda mirando al, en este contextos tan poco cotidiano objeto.
Seguimos circulando, y a los pocos metros vemos otro igual.
-¡Mira, mira! ¡Otro! (...) Y ahí otro...

Seguimos circulando, y nos vamos percatando de esta nueva población que se ha asentado en las calles de Bata, y que parece que, por el momento, han venido para quedarse: los cubos de basura.
Poco a poco, según seguimos circulando, nos vamos dando cuenta de que no hay unos pocos, sino muchos. Más tarde nos damos cuenta de que el montón de basura de la tapia del Hospital ha desaparecido gracias a estos nuevos pobladores. Vamos cayendo en la cuenta de que, no sólo se han colocado cubos de basura, sino que se están colocando precisamente en los lugares donde la gente iba contruyendo, por acumulación, las características montañas de basura.
Me cuesta creer que aquello de "¡¿sería tan difícil poner cubos de basura?!" que tantas veces he exclamado con una mezcla de indignación y desesperanza por fin tiene respuesta, y la respuesta deseada.
Todavía, cada vez que voy con el coche por las calles, me sale una sonrisilla cuando los contemplo. Quién me iba a contar hace unos meses en Madrid, donde tantos contenedores de tantos sendos colores salpican nuestro paisaje urbano, que unos simples cubos de basura, cubos en los que se mezclan todos los residuos sean del tipo que sean (con perdón), me iban a hacer sonreír este año.

...............

Pocos días antes o después (ya no recuerdo qué fue primero), volviendo de la playa por la carretera que va al mercado de Ikunde, veo una pequeña señal como las de tráfico, de color azul. "PARADA BUS", dicen unas letras mayusculas blancas sobre el fondo.
No me lo creo. "¿Ha estado esta señal aquí todos estos meses y no me he dado cuenta?" "¿Es herencia de un antiguo servicio de vaya usted a saber hace cuánto, ahora en desuso?". Voy sumida en estos pensamientos cuando mi vista perpleja se topa con otra parada, y unos metros más tarde, con otra. Algo por dentro no nos deja creer lo que nos preguntamos mientras paseamos en el todoterreno por las calles de esta que ahora es de algún modo nuestra ciudad"¿Servicio de autobuses urbanos en Bata?" Parece de ciencia ficción. Bromeamos sobre el asunto, y especuoamos con que se tratará de una buena intención sin más, una idea feliz de alguien en alguna Delegación Regional que con suerte se materializará en dos o tres años.
Unos días después, un autobús verde, como los que en Madrid hacen las rutas interurbanas, nos precede en nuestro camino por las calles de Bata. No nos atrevemos a creerlo del todo. "Será un autobús de esos que tranportan al personal de las empresas, sólo que más moderno", decimos y pensamos.
Es un domingo, al coger un taxi para bajar a Misa en los Salesianos, que le pregunto al taxista sobre el tema de las paradas, y me confirma que se acaba de estrenar un servicio de autobuses en Bata, que hace el recorrido de forma regular y con una buena frecuencia. Pregunto al taxista sobre cómo lo ven él y sus compañeros, ya que hasta ahora eran el único medio de transporte público en Bata; y me responde que a ellos no les interesa, pero que está bien porque hay gente que no se puede pagar un taxi (un taxi cuesta al cambio unos 45 céntimos de euro), y que van a usar el servicio. Me bajo del taxi sonriente, acordándome también de los cubos de basura, y no puedo dejar de pensar que de algún modo estamos asistiendo a pequeños momentos importantes de este país que, por qué no desmarcarse por un rato del escepticismo habitual , de repente pasa a tener algunos pequeños servicios básicos que repercuten directamente en las personas.

Depende del día. Hay días en que piensas que nada va a cambiar. Hay días que piensas que interesa poco el cambio. Hay días que piensas, con enfado, aquello de "cada uno tiene el país que se merece". Hay días que te toca pegarte con este u otro cargo intermedio que te hace más que difícil el trabajo. Hay días en los que echas de menos hasta que la cajera del supermercado te salude, o al menos te mire.
Pero también hay días en los que Tina te muestra toda su hospitalidad y te hace sentir en tu casa cuando te invita a comer en su casa; en los que las parteras de Machinda acuden arregladas a recibir un seminario y fríen a preguntas a los ponentes; en los que, de pronto, las calles se llenan de cubos y autobuses.

Lo dicho: la esperanza toma formas inesperadas.

sábado, 20 de marzo de 2010

Paquito

Son las once de la noche. Estoy sola en casa, porque todo el mundo ha decidido irse por ahí hasta altas horas, pero a mí me apetecía más quedarme tranquila en casa, cenar un poco de leche con cereales y escribir y leer un rato, disfrutando por una noche de ese "estar solo en casa" que hace rato que hemos perdido desde que somos familia numerosa y que tan bien viene de vez en cuando.
Antes de subir a la habitación, voy a asegurarme de que la puerta está bien cerrada. Esta gente ha salido un poco a trancas y barrancas y se han dejado todas las llaves sin echar. Cojo las llaves y me dispongo a cerrar el cerrojo de la cancela blanca, y me encuentro con que no cierra bien. Intento cerrar, pero algo falla en el cerrojo.
_¿Te has quedado?- me grita una voz conocida desde la oscuridad del patio.
_¡Hola, Paquito!-le digo mientras le busco entre la sombra de la noche. Paquito es muy negro, y como cuando está el generador puesto, como esta noche, no damos las luces del patio para no sobrecargarlo, hay que hacer un esfuerzo para verle- Pues sí, es que mañana me toca levantarme pronto para trabajar un poco.
-Ah... -Paquito se ríe.
-Este cerrojo no cierra-digo mientras sigo probando con la llave.
Paquito no pierde un minuto y se pone a mirar qué demonios le pasa al cerrojo. Busca un martillo, le da unos golpes al cerrojo y en menos de cinco minutos el cerrojo está arreglado.
-Esta casa... Siempre hay algo nuevo- dice Paquito mientras le da unos martillazos.
-Gracias, Paquito. ¡Qué haríamos sin ti!. Buenas noches.
Paquito se ríe de nuevo y me da las buenas noches.

Paquito es nuestro guachi. Bueno, uno de nuestros guachis. Porque tenemos dos. Pero es que Paquito es nuestro guachi preferido.
Guachi viene de guachiman, que a su vez es la adaptación guineana del término anglosajón watchman. O sea, que Paquito es nuestro vigilante.
A Paquito se le coge cariño rápido. O al menos Miguel y yo se lo cogimos en seguida. No es especialmente hablador, ni especialmente simpático. Pero tiene algo que le hace entrañable.
Además, Paquito es la eficacia hecha persona. Además de vigilante, es electricista, y con los problemas de electricidad que tiene esta casa, eso es un valor añadido. Pero no es sólo eso: es que Paquito siempre está dispuesto para lo que se necesite en la casa en su turno de trabajo, aunque no sean "estrictamente sus funciones". Lo mismo te cambia la bombona de butano (porque tú eres un pardillo europeíto recién llegado que no tiene ni fuerza ni maña para apretar bien la manguera) que te da unos martillazos para arreglarte el cerrojo ipso-facto o se pasa las noches tocando los cables y los diferenciales para que tengamos luz en casa.
Paquito no sólo es trabajador, sino que le gusta hacer bien su trabajo. Por ejemplo, siempre pregunta quién queda en la casa o quien falta por llegar, como para tener bien controlado cuándo llegamos todos, o cuando debe preocuparse si ve algún movimiento raro dentro de la casa.
Cuando llegas por la noche a casa, le encuentras en su garita, escuchando la radio, o leyendo algún libro, a la luz de una vela si se ha ido la luz.
Cuando has perdido la cuenta de los turnos de los guachis, y de repente te encuentras con que esta noche le toca a Paquito, te da una alegría, porque sabes que hoy no te tendrás que ocupar de bajar a cambiar la luz de la calle a la luz de generador y viceversa las veinte veces por noche de rigor, sino que él va a estar pendiente de todo; porque sabes que Paquito se toma en serio su trabajo, como si fuera el más importante del mundo. El día que está Paquito, sabes que de un modo o de otro acabará habiendo luz en la casa. Paquito es responsable y muy trabajador.

Cuando me enfado o me ofusco, porque a veces me cuesta el carácter de la gente de aquí, pensar en algunos guineanos, entre ellos Paquito, me hace recuperar la motivación y la paciencia, me hace recordar que merece la pena estar aquí.

Y terminare este homenaje a Paquito con una cancioncilla-chorra que nos inventamos el otro día Miguel y yo en uno de esos momentos cantarines-compositores que nos dan de vez en cuando y que van nutriendo la colección Guinea-Mix (canciones inventadas sobre personajes y circunstancias de esta nuestra gran aventura) que venderemos a la vuelta hasta conseguir ser disco de platino:

(Imagínese a ritmo de Paquito el Chocolatero)

"Paquito, el guachi que quiero
experto en el mundo entero.
Enchufes, diferenciales,
el grupo y todas las fases.
Ti-to-ti-to-ta-ti-tirorí-tirorí ¡LUZ! ¡LUZ!
Ti-to-ti-to-ta-ti-tirorí-tirorí ¡LUZ! ¡LUZ!
Ti-to-ti-to-ta-ti-tirorí-tirorí ¡LUZ! ¡LUZ!
..."

miércoles, 10 de marzo de 2010

Pequeño momento histórico

Miro por la puerta entreabierta, y veo la sala que me acogerá durante las mañanas y tardes de los próximos dos días y medio. Una sala moderna, con una gran mesa de reuniones y varios sillones de oficina a su alrededor. Sólo algunas de ellas están ocupadas. El resto están vacías, esperando al resto de invitados a la reunión, mientras un par de personas se afanan en lo que parece ser la preparación de la misma. Por la ventana del Hotel Club Naútico de Luba se puede ver el mar.


Veintiséis horas antes, me suena el aviso de Skype. Es Dani, que me habla desde el piso de abajo:

Daniel Cobos: puedes bajar
??
Virginia Núñez Martínez: Sí. Allá voooooy


Saludo y me presento. "Hola, soy la Dra. Virginia Núñez, de FRS". Extiendo la mano e inmediatamente es estrechada por las manos de los que están en la sala. Los días en Malabo, con la gente del Ministerio, me hacen recordar esos árboles que flanquean las carreteras, con sus miles de hojas con forma de manos abiertas, como una multitud que tendiera sus miles de manos, dispuestas a ser estrechadas.

-Sí, bueno, pues voy a hablar con ella, a ver si cabe en su plan de trabajo.
Dani cuelga el teléfono.
-A ver, nos han invitado a una reunión con un grupo restringido del Ministerio, porque van a rehacer la política sanitaria del país. Me han llamado a mí para ir como experto, pero yo no puedo ir. ¿Puedes ir tú?

Intercambio unas palabras con el que resulta ser el Director General del Programa de Vacunación. Hablamos de España, de la época colonial, de la cooperación de los noventa...
Al más puro estilo del país, la hora de empiece se retrasa.
Por fin van llegando los asistentes. Finalmente, el Secretario de Estado de Salud Pública inicia la reunión. Empezamos de pie. Tras la apertura, nos sentamos. Nos explican que estamos allí para actualizar el Plan Nacional de Desarrollo Sanitario, con el apoyo de la OMS. A mi alrededor, los Directores Generales de Farmacia, Planificación, Prevención, Recursos Humanos, Laboratorios, Salud Reproductiva... Un representantes del FNUAP, uno de la OMS, uno de la brigada médico-cubana. Y también yo, representando a ese gran nosotros, FRS.
La prensa anda por allí. Nos graban para el telediario.

"¿Pero tú crees que yo puedo ir?"

Empieza la reunión, y fijamos un poco los objetivos y el plan de estos dos días. La verdad es que las cosas no están muy claras, y nos lleva un rato reconstruir el programa. Finalmente, todo queda más o menos esbozado. Al final de la reunión parece que todos tenemos más o menos claro para qué se nos ha convocado allí.

"¿Ilustre? Soy Daniel, de FRS. Mire, que aunque yo no puedo ir a la reunión, va a ir la Dra Virginia, nuestra Sanitario de Sede. Aunque no como experta, pero sí para llevar un poco la voz de FRS. De acuerdo. Bueno, pues mañana por la mañana le llamo y me comenta cómo va la agenda, si le parece bien. Hasta mañana entonces."

Al día siguiente por la mañana, nos plantamos ante el antiguo documento de Política Nacional de Salud. Data de dos mil dos. El trabajo consiste en actualizarlo. Punto por punto, vamos revisando el documento, opinando, debatiendo, discutiendo, modificando. Llega la parte en que se enumeran los problemas del Sistema Sanitario, y tengo ocasión de ir dando la visión que ayer consensué con Dani que íbamos a dar cuando hablamos por teléfono por la noche , alumbrando mis anotaciones con la linterna y salvando los problemas de cobertura ( yo desde la casa de Elá Nguema, en Malabo; él en Bata) entusiasmados con la idea de poder comentar en un foro como ese las cosas que tantas veces hablamos por la sede, que oímos a las hermanas y a los equipos, a las que damos vueltas unos y otros, y en las que tanto quisiéramos de alguna manera poder incidir para mejorar el sistema de salud.
Para mi sorpresa, pese a ser mujer y la más joven de todos los que están en esa sala, se me escucha con respeto, se atiende a las sugerencias que presento, noto el crédito que se da a todo lo que digo. Y sé que no es a mí, sino a FRS. Y sé que Dani tiene mucha culpa de que en el Ministerio se escuche tanto a FRS, y de rebote a mí en este momento. Dice el coordinador en algún momento de la reunión que somos algo así como la voz "desde el terreno".
"¿Sí, Virginia?", me dice el coordinador de la reunión con interés cada vez que levanto la mano.

-Bueno, pues vamos a buscar, que yo creo que aquí en la Sede tiene que haber algún ejemplar de la antigua política.
Me paso la tarde leyendo las recomendaciones de la OMS, los building blocks, lo que puedo para estar un poco más a la altura de las circunstancias.

Finalmente, tras largas discusiones, se traza una hoja de ruta para rehacer la política de salud del país y el cómo llevarla a cabo. El Ministerio cuenta con nosotros para varios grupos de trabajo de aquí a julio. Planifican hacer cosas en las que nosotros, FRS, ya habíamos planificado también trabajar. Genial, parece que cuadra. Nos ponemos a su disposición.
A la salida de la reunión, tengo una mezcla de cansancio, esperanza, sensación de haber presenciado y sido partícipe de un pequeño momento histórico, miedo a que las buenas intenciones se queden en eso y ganas de seguir trabajando en esto, porque es difícil estar más en lo macro, porque de alguna manera esto va a tener impacto.

-Tú tranquila, Vir.
-Vale. Mañana te cuento.

Cuando en CAPS hablábamos de trabajar con los sistemas públicos de salud, no creo que ninguno imagináramos poder llegar a estar en situaciones como esta.

-Dani te ha hecho un regalo-me dijo Miguel en la Plaza de la Catedral, donde nos encontramos a la vuelta del segundo día de reunión.
Lo sé. Sé que, si Dani hubiera podido, le hubiera encantado estar en una reunión así. Y sé también que lo hubiera hecho mejor que yo. Y sé que él lo sabe.
Sin embargo, decidió confiar en mí.
Gracias, Dani.


domingo, 21 de febrero de 2010

RPH

Está lloviendo, pero lloviendo de lo lindo desde hace unos diez minutos. Debe de haber caído en este rato toda la lluvia que cae en Murcia en dos años.
Hace un par de semanas una tormenta como ésta, de ésas que la época de lluvias está mandando como primeros avisos (una especie de "ahí vooooooy") de su retorno, nos hizo levantarnos a las cuatro y media de la mañana para recoger toda el agua que caía del tejado en forma de goteras. Bueno, o mejor dicho del no-tejado, porque lo que pasaba era que nos lo estaban arreglando, poniendo tela asfáltica y todas esas cosas para erradicar por fin las goteras, y para eso se quita el tejado antiguo. Pero todo el mundo sabe que para hacerte mechas tienes que pasar por ese momento horrible en el que te llenan el pelo de mejunges y papeles albal antes de quedar convertida en algo medianamente parecido a Leticia Ortiz; y eso le pasó a nuestro tejado.
Gracias a Dios, a nuestro tejado ya le han quitado los papeles de plata y le han dejado un pelo sedoso, gracias a lo cual puedo estar escribiendo mientras escucho cómo el agua golpea el tejado en lugar de achicar agua como la otra noche.

Y me viene esto a la cabeza, porque ayer tuve una sensación semejante en Angokong: después de recorrerme todo el país en coche en viaje de trabajo, con muchos kilómetros a la espalda, varios pequeños escándalos en el corazón, mucha vida social de esa fabricada en un instante, mucho sudar, mucho que coordinar y un poco que negociar, llegar a Angokong fue como de pronto entrar bajo ese techo recién reparado que ya no tiene goteras, y bajo el cual oyes con gusto la lluvia mientras estás seco y calentito. ¿Que qué hay en Angokong?: Las Hermanas Hospitalarias. Y son hospitalarias porque trabajan en los hospitales, supongo; pero para mí ayer el apellido les venía de la hospitalidad; porque nada más pisar su casa, te sientes como en tu propia casa. Te cuidan, te acogen, te integran en su día a día, se ocupan de que todo esté como tiene que estar, con sencillez pero con una sensibilidad perfecta para averiguar lo que uno necesita. "Estarás seca, ¿quieres más agua?", "Prueba estas bananas, que son de nuestro patio, están buenísimas", "Pero, ¿tan poco vas a comer?", "¿Qué tal os fue en los hospitales?".
Ayer fueron las Hospitalarias, pero podrían haber sido las Operarias Parroquiales en Niefang, las Hermanas de la Caridad en Micomeseng o en Mokom, las hermanas de Jesús-María en Luba... como ya ha sido muchas otras veces. Hace dos días, también durante la gira, con las hermanas franciscanas de Akonibe, aunque ni siquiera nos habíamos visto nunca, pasó en un momento algo parecido: nada más entrar allí, me sentí en casa, como si fuese una pequeña "sucursal" del sentirse querido y recibido sin esperar nada a cambio. Fueron apenas quince minutos lo que pasé con las hermanas, pero en ese pequeño rato ya me hicieron sentir acogida, cuidada, y sin darse cuenta me regalaron una buena dosis de la paz que respiran ahí dentro (es un convento de clausura). No faltaron los dulces para el camino, hechos por ellas mismas. ¿Se fabrica el cariño en diez minutos?

Pues esto, que no sólo cuento yo, sino cualquiera que pasa por sus casas, constituye lo que Miguel y yo hemos dado en llamar la “Red de Protección de Hermanas” (RPH), y que consiste en que todo el país está salpicado de personas, las hermanas (trabajen o no con FRS), dispuestas a acogerte y cuidarte, a echarte una mano en el apuro que tengas, a recibirte aunque llegues en momento inoportuno, a ofrecerte lo mejor de sí mismas.

Con razón hace tiempo se les llamaba “madres”.

(Nota: la tormenta ha sido tan fuerte que el techo nuevo no ha resistido: goteras de nuevo. Pero siga valiendo el símil).

sábado, 6 de febrero de 2010

En todoterreno por África

Es sábado. Son las 9:00h. La luz entra por entre las cortinas de la habitación. Me despierto al lado de Miguel. Tras unos mimos de buenos días, bajamos a desayunar a la cocina. Como es sábado, se desayuna con tiempo y a lo grande, con cereales, galletas, magdalenas y hasta queso manchego (mi tesoro).
A medio desayuno baja Jesús, un consultor que ha venido a trabajar sobre el Sistema de Información Sanitaria, pero que a los diez minutos de conocerle ya te das cuenta de que podría hacer cientos de consultorías, porque ha aprovechado bien los años y sabe casi de todo, desde lo secretos del buceo hasta los últimos detalles del tratamiento de las aguas, pasando por arregalar coches, destiladoras o hacer protocolos de urgencias u organizarte en un pis-pas un campo de refugiados. Me hace darme cuenta de cuánto me queda por aprender, y me encanta escucharle.
Y es que de pronto la sede está a pleno rendimiento como casa. También ha llegado Paloma, que irá a coordinar el área de Ebinayong.
Después de desayunar, una duchita y a trabajar un rato, porque, entre otras mil cosas, hay que preparar una sesión para empezar a trabajar sobre la calidad asistencial de nuestros profesionales sanitarios con las hermanas, en la reunión de coordinación de la próxima semana. Me toca documentarme, ordenar algunas ideas trabajadas con Dani. Al final de la mañana ya tengo un guión de la sesión, que además será mi "puesta de largo" como sanitaria de sede.
A las 13:30 h ya nos vamos para la playa. Este finde conduzco yo, porque por fin tengo carnet de conducir guineano.
Dentro del coche Jesús está al loro todo el rato para echarme una mano en mis primeros momentos conduciendo este mastodonte que no se cala ni aunque lo intentes a posta y con toda tu alma, e intento hacerme a la idea de mis nuevas dimensiones. Le voy cogiendo el tranquillo poco a poco, entre acelerones y cambios de marcha.
Guille, de copiloto, me guía para llegar hasta la playa de Bome. Allí comemos de lo lindo mientras nos contamos las vidas, nos conocemos algo mejor y arreglamos un poco el mundo.
Después de comer, partida de palas. Hemos batido el récord: 195 palazos. Y hemos empezado con el juego a distancia, que promete ser muy, pero que muy divertido. En ese aún no hemos batido ningún récord...
Quince minutitos corriendo por la playa, un remojón, y otra vez de vuelta a casa, de nuevo en el mastodonte todoterreno. Me veo alta y siento que gano en independencia al ser capaz por fin de conducir por estas carreteras de tierra roja, o de suelo de grava, o de asfalto recién estrenado.
Llegamos a casa, y el iPod de Miguel y sus pequeños altavoces de viaje nos ponen banda sonora, y nos arrancamos a bailar en el macro-hueco que ha dejado la cama que se han llevado de nuestra habitación (para amueblar la nueva casa en la que se quedarán los chopocientos consultores que van a ir llegando a lo largo del año), y que la ha convertido en una magnífica sala de baile. Bailamos contentos con el bañador mojado; por un momento todo es perfecto.
Estamos bien. Estamos felices. Vamos en todoterreno con la brisa pegándonos en la cara por este país de África, tan complicado para trabajar, pero tan sencillo para vivir.

viernes, 29 de enero de 2010

Horas Extras

Siempre me he negado a doblar. Cuando el IMSALUD me llama para pedirme que trabaje por las tardes cuando ya trabajo por las mañanas o viceversa, mi respuesta es clara: "no, lo siento, es que ya estoy trabajando." Es una cuestión de principios: no creo que se vea igual al paciente número 15 que al número 45 de la lista. Y no soy la única que pienso así, por mucho compañero mío que doble mes tras mes (los admiro profundamente: no sé cómo resiten). Además, siento que por muchos pacientes que vea en un día, sean 20, 40 ó 55 (mi récord; no es mucho para la media nacional española), nada va a cambiar, no se adelanta trabajo. Mañana volverá a estar llena la lista, porque la demanda va a seguir y seguir y seguir, día tras día hasta el infinito, porque no hay ningún objetivo al que llegar, sino el ir solucionanado lo del día a día para que la población conserve la salud, simplemente porque por suerte los mínimos en salud están cubiertos hace tiempo en España.

Este trabajo es distinto. Por primera vez en mi vida estoy haciendo horas extras porque me da la gana. Sí, porque me da la gana, porque hay trabajo que sacar adelante, objetivos que cumplir y que merece la pena que sean cumplidos. Porque hay que tener a tiempo la planificación del próximo año, para poder presupuestarla dentro de plazo, para que se liberen los fondos para poder llevar a cabo las actividades, esas actividades que vamos pensando entre unos y otros y con las que creemos que podemos contribuir a que el sistema sanitario de este país, y de rebote la salud de sus habitantes, sea algo mejor.

Estas dos últimas semanas han sido de locos. Mucha gente trabajando por la mañana y por la tarde cuando nuestro horario acaba a las 3; pero es que no se pueden quedar las cosas sin hacer, porque nos va el año que viene en ello.

"¿Cómo va el cronograma?", "¿El congreso de laboratoristas va a ser en fin de semana?", ¿El curso de diagnóstico de VIH y consueling lleva dietas?", "He visto unos esterilizadores que salen a precio asequible y que irían genial para los paritorios", "¡Modelos de auscultación! ¡sería genial! Lo presupuestamos", "¿Qué os parece si durante el año próximo formamos a alguien de aquí para que continúe en 2011 con la radio? ¿Hay dinero en el presupuesto de la radio como para eso?", "¿Cuándo se ha planificado hacer las letrinas en Machinda?","Acabo de tener un pedazo de idea: vamos a mandar auxiliares a formarse como matronas en Camerún", "Habría que hacer un manual para formación continua del personal de los centros. A mí no me importa hacerlo...", "¿Cómo queda junio? Un poco cargado. Nos van a echar la bronca los equipos: vamos a pasar algo a julio"...

Y así, poco a poco, se va construyendo el boceto de lo que será el año 2010 en FRS.

Pero lo empezado en 2009 sigue ahí, y también hay que hacerle hueco mientras se planifica. Hay todo un manual de tres tomos que editar para los agentes de salud que están haciendo el curso para ser auxiliares comunitarios, y ya ha costado alguna que otra noche sin dormir a alguno el tenerlo listo a tiempo. Pero dicen que los agentes, al ver el tomo 1, se han puesto súper contentos porque ya tienen algo con lo que dar rienda suelta a sus ganas de estudiar; y es que para muchos es tarde para aprender a coger apuntes.

No sé, quizás aquí es más obvio que las horas extras son necesarias, que se hacen porque hacen falta, que merecen la pena. No pienso aguantar a este ritmo todo un año, porque no sería sano.Pero si las cosas siguen como parecen hasta ahora, no creo que me importe, de vez en cuando, sólo cuando haga falta, sacar un huequito para las horas extras.

Supongo que se trata de creer en lo que haces.


Horas extras_02

jueves, 21 de enero de 2010

De Ncolombong al mar

Vivimos en el barrio de Ncolombong. Es un barrio grande, y alto. A la parte "céntrica" de la ciudad se llega bajando, bajando... Y la parte céntrica termina en el gigantesto, ostentoso y recién construidito Paseo Marítimo. Y más allá, el mar.
Esta ciudad no es muy grande, sino más bien todo lo contrario. Y los sitios habituales por los que la gente se mueve, o al menos nosotros, son sota, caballo y rey; y nosotros, lógicamente, sólo podemos acceder a ellos bajando.
Para gente andarina como nosotros, y hasta el momento sin carnet de conducir guineano, el recurso al vehículo motorizado sólo se utiliza en los siguientes casos:
-que alguien se ofrezca a acercarnos a donde sea en coche
-que salgamos con alguien que lleva el coche incorporado (mayormente Dani y Laura)
-que la prisa apremie, en cuyo caso se coge un taxi
-que el peso pese (valga la redundancia), razón suficiente para coger un taxi también.

La experiencia de coger un taxi merece un post aparte . La experiencia de caminar de casa hasta el mar es en cierto modo un paseo no sólo por sus calles, sino por lo que esta ciudad es o al menos por las sensaciones que produce en mí:

Salgo de casa y cierro la puerta de hierro tras de mí. A la izquierda, el montón de basura de la zona va creciendo día tras día, hasta que mágicamente un día desaparece para volver a comenzar a nacer y a crecer, en una infinita sucesión de ordenadamente insalubres acumulaciones de residuos. Cruzo la calle y llego andando un poquito al primer cruce, donde en la casa de la esquina se vende desde que llegamos ( y presumiblemente desde hace mucho más) una especie de depósito gigante, lo cual se hace saber en un cartel de fabricación casera. Si es de noche, no hay luz. El alumbrado termina (y empieza) en la zona del hospital. Más allá, más vale ir provisto de una buena linterna para alumbrar bien la acera, ya que las alcantarillas están en una eterna fase de finalización en la que los agujeros están ahí, pero no así sus tapas correspondientes. Esto las convierte en un híbrido entre alcantarilla y papelera en un involuntario intento de suplir la falta de éstas últimas. También los coches que pasan por la carretera son una buena ayuda para alumbrar la acera, pero sólo los que no tienen la maldita manía de viajar con las luces largas encendidas, como ignorando que de esa forma el peatón queda cegado y malhumorado.
Pero es que aquí las calles se conciben para los coches, y no para los peatones. Las aceras son sitemáticamente invadidas por coches "aparcados" que se creen en pleno derecho de ocupar lo que todo el mundo da por supuesto que es suyo. Los pasos de cebra son meros dibujos blancos en la calzada, porque nadie espera que por plantarse delante de unas rayitas blancas ningún coche vaya a tener la deferencia de hacer ni amago de pararse. Sólo se respetan los semáforos, y no siempre, y sólo si funcionan.
Sigo mi camino hacia el mar, y enfilo una calle llena de bares: "Bar Atasco Las Hermanas" es uno de ellos, pero hay muchos más, de madera, pequeñitos, siempre con clientes que charlan animados, en mayor o menor estado de embriaguez según la hora.
-¡China!- me gritan unos niños desde la acera de enfrente.
Les es difícil distinguir a los blancos de los chinos, y por probabilidad tienen casi más posibilidades de acertar diciendo "China".
Otros te gritan "¡Hermana!", lo cual da una idea rápida de quién ha hecho la cooperación aquí tradicionalmente, o incluso "¡Cubana!" (los médicos que hay en los hospitales de este país son mayoritariamente de la brigada de cooperación cubana) o simplemente "¡Hola!". A los niños y las mujeres les saludo siempre, porque me hace gracia que les llame la atención mi presencia y decidan decir "Hola". Es como si te dijeran "Bienvenida, me caes bien, me gusta que estés aquí". A los hombres no siempre, porque enseguida te das cuenta que su "Hola" es como si te dijeran "¿Puedo ligar contigo?", y si les das media pizca de confianza te lo preguntarán directamente y sin escrúpulos.
Llego al cruce donde está el Supermercado Hermanos Martínez del barrio. Aquí el caos de tráfico es casi una constante. No hay paso de cebra, y hay que cruzar lo equivalente a unos cuatro carriles apretados. Miro a un lado, miro a otro y me lanzo a cruzar. El polvo del último taxi que ha pasado a toda velocidad sobre la carretera de tierra me envuelve por un momento.
Giro a la izquierda y empiezo a bajar la calle, la primera cuesta pronunciada. Los taxis pitan continuamente a los peatones que consideran potenciales clientes para ofrecerles sus servicios. A ambos lados de la calle hay varias pequeñas abacerías, pequeñas tiendas de estructura de madera en las que uno puede encontrar desde zumo en brick hasta unas sandalias en la mínima expresión del espacio.
_¡Buenas tardes, blancos!-nos grita el sastre animosamente cuando pasamos por delante de su diminuta sastrería de ventana amplia desde la que se puede ver perfectamente cómo trabaja.
Un poco más adelante, la calle sube un poco, y en la cúspide de la subida, a mano derecha, nos espera la carpintería parcialmente al aire libre donde los tablones se acumulan y varios hombres trabajan la madera. Tienen de muestra unas camas, o unas sillas, o el producto que esa semana se les haya ocurrido trabajar. Son ellos los que trabajaron nuestras palas playeras, las que les harán ricos tarde o temprano cuando se pongan de moda ;)
Desde la carpintería se ve en la acera contraria la tapia del Hospital Regional de Bata. Un gran montón de basura va creciendo apoyado en ella según pasan los días de la semana, hasta que alguien decida quemarlo, quizás harto del olor que desprende, o hasta que el servicio irregular (o de incomprensible regularidad) de recogida de basuras decida que ya es demasiada basura. Si a esta altura aún no cruzaste la calle, te ves obligado a cruzar.
Esta zona se llama coloquialmente "Zona Sanitaria" o simplemente "Zona", porque allí confluyen el Hospital Regional, el Centro de Salud María Gay (apoyado por FRS y uno de los más importantes de Bata) y la Delegación de Sanidad, representación del Ministerio de Sanidad en la zona continental.
El cruce de Zona es uno de los más caóticos de la ciudad, porque es una importante zona de paso. Dos o tres semáforos hacen por regular el tráfico a duras penas. Si tomáramos el cruce hacia la izquierda, entraríamos en Monte Bata, la zona que a mí más me llena de sensación de caos. Es una zona comercial por excelencia, donde se juntan decenas de tiendas de chinos con vendedores ambulantes o que exponen sus mercancías en el suelo. Los altavoces hacen una peculiar publicidad demasiado rica en decibelios de las tiendas de discos.
La música llega hasta el cruce de Zona, y nos acompaña unos metros más hasta que dejamos Monte Bata bien a la espalda.
Siguiendo la calle encontramos un edificio verde con una inscripción pequeña en la fachada que dice "Use condón": es la sede Instituto Carlos III, parte de la Cooperación Española. Es el Centro Nacional de Referencia para el Control de Endemias. La inscripción deja claro que el HIV les quita el sueño ahí dentro.

Si sigo bajando, pronto me acerco al cuartel general de la policía. Desde las rejas se puede ver el amplio parque móvil que posee. El domingo pasado unas gotitas rojas en el suelo, presumiblemente procedentes de alguna nariz aporreada en el transcurso de un altercado de borrachera de la noche anterior, permitían doblar la esquina siguiéndolas hasta la puerta del lugar donde las autoridades tratarían de poner remedio a las quejas del agredido. Hay que decir que no es común ver violencia en las calles. Guinea es un país "tranquilo".

Dejando la comisaría atrás, en la acera de enfrente se levantan los muros del cuartel del ejército. Delante podemos ver las torres de GETESA, la empresa de telefonía móvil, que se elevan infinitamente sobre los tejados de Bata, hasta el punto de servir de referencia por ser visibles prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.

Aquí se abre un rotonda. La cruzamos tomando la salida de la izquierda. Aquí el tráfico es mucho menor, y nos permite cruzarla sin mucho miedo y a las bravas, atravesándola por enmedio. Bajamos de nuevo una cuesta pronunciada y llegamos a la Plaza del Reloj, lugar emblemático de la ciudad, y donde se levanta un monumento a los caídos en lo que aquí llaman "el golpe de libertad". A las espaldas del monumento, un mausoleo en construcción, suponemos que para los héroes de aquella gesta.
En la misma plaza está el supermercado EGTC, regentado por libaneses, un esbozo más de occidente en la zona de la ciudad donde las empresas y los extranjeros tienen su residencia y hacen su vida.

Giramos a la izquierda pasando por delante del monumento y tomamos una calle que desemboca en la plaza del Ayuntamiento, donde encontramos otra rotonda. Ahora sí, si cogemos la primera o la segunda salida, llegaremos indefectiblemente a nuestro objetivo: el mar.
El Paseo Marítimo se abre ante nosotros, majestuoso y solitario. Nadie pasea por el Paseo, paradójicamente. Es como si nadie lo hubiera descubierto, o sólo unos pocos. Esos pocos son algunos estudiantes adolescentes que se ven de vez en cuando haciendo sus deberes en grupo, frente al mar. Me gusta pensar que esos pocos estudiantes que buscan el mar, que eligen ese escenario para estudiar juntos, que suelen ser los mismos que se acercan con frecuencia al Centro Cultural Español, que está unos pocos metros más allá, están despertando una sensibilidad nueva, están aprendiendo a soñar mirando al gigante azul con una Bata más habitable, con el eslogan que los políticos usan pero que en realidad sólo ellos, futuro de este país, podrán hacer realidad de verdad de la buena: "Por una Guinea Mejor".