viernes, 29 de enero de 2010

Horas Extras

Siempre me he negado a doblar. Cuando el IMSALUD me llama para pedirme que trabaje por las tardes cuando ya trabajo por las mañanas o viceversa, mi respuesta es clara: "no, lo siento, es que ya estoy trabajando." Es una cuestión de principios: no creo que se vea igual al paciente número 15 que al número 45 de la lista. Y no soy la única que pienso así, por mucho compañero mío que doble mes tras mes (los admiro profundamente: no sé cómo resiten). Además, siento que por muchos pacientes que vea en un día, sean 20, 40 ó 55 (mi récord; no es mucho para la media nacional española), nada va a cambiar, no se adelanta trabajo. Mañana volverá a estar llena la lista, porque la demanda va a seguir y seguir y seguir, día tras día hasta el infinito, porque no hay ningún objetivo al que llegar, sino el ir solucionanado lo del día a día para que la población conserve la salud, simplemente porque por suerte los mínimos en salud están cubiertos hace tiempo en España.

Este trabajo es distinto. Por primera vez en mi vida estoy haciendo horas extras porque me da la gana. Sí, porque me da la gana, porque hay trabajo que sacar adelante, objetivos que cumplir y que merece la pena que sean cumplidos. Porque hay que tener a tiempo la planificación del próximo año, para poder presupuestarla dentro de plazo, para que se liberen los fondos para poder llevar a cabo las actividades, esas actividades que vamos pensando entre unos y otros y con las que creemos que podemos contribuir a que el sistema sanitario de este país, y de rebote la salud de sus habitantes, sea algo mejor.

Estas dos últimas semanas han sido de locos. Mucha gente trabajando por la mañana y por la tarde cuando nuestro horario acaba a las 3; pero es que no se pueden quedar las cosas sin hacer, porque nos va el año que viene en ello.

"¿Cómo va el cronograma?", "¿El congreso de laboratoristas va a ser en fin de semana?", ¿El curso de diagnóstico de VIH y consueling lleva dietas?", "He visto unos esterilizadores que salen a precio asequible y que irían genial para los paritorios", "¡Modelos de auscultación! ¡sería genial! Lo presupuestamos", "¿Qué os parece si durante el año próximo formamos a alguien de aquí para que continúe en 2011 con la radio? ¿Hay dinero en el presupuesto de la radio como para eso?", "¿Cuándo se ha planificado hacer las letrinas en Machinda?","Acabo de tener un pedazo de idea: vamos a mandar auxiliares a formarse como matronas en Camerún", "Habría que hacer un manual para formación continua del personal de los centros. A mí no me importa hacerlo...", "¿Cómo queda junio? Un poco cargado. Nos van a echar la bronca los equipos: vamos a pasar algo a julio"...

Y así, poco a poco, se va construyendo el boceto de lo que será el año 2010 en FRS.

Pero lo empezado en 2009 sigue ahí, y también hay que hacerle hueco mientras se planifica. Hay todo un manual de tres tomos que editar para los agentes de salud que están haciendo el curso para ser auxiliares comunitarios, y ya ha costado alguna que otra noche sin dormir a alguno el tenerlo listo a tiempo. Pero dicen que los agentes, al ver el tomo 1, se han puesto súper contentos porque ya tienen algo con lo que dar rienda suelta a sus ganas de estudiar; y es que para muchos es tarde para aprender a coger apuntes.

No sé, quizás aquí es más obvio que las horas extras son necesarias, que se hacen porque hacen falta, que merecen la pena. No pienso aguantar a este ritmo todo un año, porque no sería sano.Pero si las cosas siguen como parecen hasta ahora, no creo que me importe, de vez en cuando, sólo cuando haga falta, sacar un huequito para las horas extras.

Supongo que se trata de creer en lo que haces.


Horas extras_02

jueves, 21 de enero de 2010

De Ncolombong al mar

Vivimos en el barrio de Ncolombong. Es un barrio grande, y alto. A la parte "céntrica" de la ciudad se llega bajando, bajando... Y la parte céntrica termina en el gigantesto, ostentoso y recién construidito Paseo Marítimo. Y más allá, el mar.
Esta ciudad no es muy grande, sino más bien todo lo contrario. Y los sitios habituales por los que la gente se mueve, o al menos nosotros, son sota, caballo y rey; y nosotros, lógicamente, sólo podemos acceder a ellos bajando.
Para gente andarina como nosotros, y hasta el momento sin carnet de conducir guineano, el recurso al vehículo motorizado sólo se utiliza en los siguientes casos:
-que alguien se ofrezca a acercarnos a donde sea en coche
-que salgamos con alguien que lleva el coche incorporado (mayormente Dani y Laura)
-que la prisa apremie, en cuyo caso se coge un taxi
-que el peso pese (valga la redundancia), razón suficiente para coger un taxi también.

La experiencia de coger un taxi merece un post aparte . La experiencia de caminar de casa hasta el mar es en cierto modo un paseo no sólo por sus calles, sino por lo que esta ciudad es o al menos por las sensaciones que produce en mí:

Salgo de casa y cierro la puerta de hierro tras de mí. A la izquierda, el montón de basura de la zona va creciendo día tras día, hasta que mágicamente un día desaparece para volver a comenzar a nacer y a crecer, en una infinita sucesión de ordenadamente insalubres acumulaciones de residuos. Cruzo la calle y llego andando un poquito al primer cruce, donde en la casa de la esquina se vende desde que llegamos ( y presumiblemente desde hace mucho más) una especie de depósito gigante, lo cual se hace saber en un cartel de fabricación casera. Si es de noche, no hay luz. El alumbrado termina (y empieza) en la zona del hospital. Más allá, más vale ir provisto de una buena linterna para alumbrar bien la acera, ya que las alcantarillas están en una eterna fase de finalización en la que los agujeros están ahí, pero no así sus tapas correspondientes. Esto las convierte en un híbrido entre alcantarilla y papelera en un involuntario intento de suplir la falta de éstas últimas. También los coches que pasan por la carretera son una buena ayuda para alumbrar la acera, pero sólo los que no tienen la maldita manía de viajar con las luces largas encendidas, como ignorando que de esa forma el peatón queda cegado y malhumorado.
Pero es que aquí las calles se conciben para los coches, y no para los peatones. Las aceras son sitemáticamente invadidas por coches "aparcados" que se creen en pleno derecho de ocupar lo que todo el mundo da por supuesto que es suyo. Los pasos de cebra son meros dibujos blancos en la calzada, porque nadie espera que por plantarse delante de unas rayitas blancas ningún coche vaya a tener la deferencia de hacer ni amago de pararse. Sólo se respetan los semáforos, y no siempre, y sólo si funcionan.
Sigo mi camino hacia el mar, y enfilo una calle llena de bares: "Bar Atasco Las Hermanas" es uno de ellos, pero hay muchos más, de madera, pequeñitos, siempre con clientes que charlan animados, en mayor o menor estado de embriaguez según la hora.
-¡China!- me gritan unos niños desde la acera de enfrente.
Les es difícil distinguir a los blancos de los chinos, y por probabilidad tienen casi más posibilidades de acertar diciendo "China".
Otros te gritan "¡Hermana!", lo cual da una idea rápida de quién ha hecho la cooperación aquí tradicionalmente, o incluso "¡Cubana!" (los médicos que hay en los hospitales de este país son mayoritariamente de la brigada de cooperación cubana) o simplemente "¡Hola!". A los niños y las mujeres les saludo siempre, porque me hace gracia que les llame la atención mi presencia y decidan decir "Hola". Es como si te dijeran "Bienvenida, me caes bien, me gusta que estés aquí". A los hombres no siempre, porque enseguida te das cuenta que su "Hola" es como si te dijeran "¿Puedo ligar contigo?", y si les das media pizca de confianza te lo preguntarán directamente y sin escrúpulos.
Llego al cruce donde está el Supermercado Hermanos Martínez del barrio. Aquí el caos de tráfico es casi una constante. No hay paso de cebra, y hay que cruzar lo equivalente a unos cuatro carriles apretados. Miro a un lado, miro a otro y me lanzo a cruzar. El polvo del último taxi que ha pasado a toda velocidad sobre la carretera de tierra me envuelve por un momento.
Giro a la izquierda y empiezo a bajar la calle, la primera cuesta pronunciada. Los taxis pitan continuamente a los peatones que consideran potenciales clientes para ofrecerles sus servicios. A ambos lados de la calle hay varias pequeñas abacerías, pequeñas tiendas de estructura de madera en las que uno puede encontrar desde zumo en brick hasta unas sandalias en la mínima expresión del espacio.
_¡Buenas tardes, blancos!-nos grita el sastre animosamente cuando pasamos por delante de su diminuta sastrería de ventana amplia desde la que se puede ver perfectamente cómo trabaja.
Un poco más adelante, la calle sube un poco, y en la cúspide de la subida, a mano derecha, nos espera la carpintería parcialmente al aire libre donde los tablones se acumulan y varios hombres trabajan la madera. Tienen de muestra unas camas, o unas sillas, o el producto que esa semana se les haya ocurrido trabajar. Son ellos los que trabajaron nuestras palas playeras, las que les harán ricos tarde o temprano cuando se pongan de moda ;)
Desde la carpintería se ve en la acera contraria la tapia del Hospital Regional de Bata. Un gran montón de basura va creciendo apoyado en ella según pasan los días de la semana, hasta que alguien decida quemarlo, quizás harto del olor que desprende, o hasta que el servicio irregular (o de incomprensible regularidad) de recogida de basuras decida que ya es demasiada basura. Si a esta altura aún no cruzaste la calle, te ves obligado a cruzar.
Esta zona se llama coloquialmente "Zona Sanitaria" o simplemente "Zona", porque allí confluyen el Hospital Regional, el Centro de Salud María Gay (apoyado por FRS y uno de los más importantes de Bata) y la Delegación de Sanidad, representación del Ministerio de Sanidad en la zona continental.
El cruce de Zona es uno de los más caóticos de la ciudad, porque es una importante zona de paso. Dos o tres semáforos hacen por regular el tráfico a duras penas. Si tomáramos el cruce hacia la izquierda, entraríamos en Monte Bata, la zona que a mí más me llena de sensación de caos. Es una zona comercial por excelencia, donde se juntan decenas de tiendas de chinos con vendedores ambulantes o que exponen sus mercancías en el suelo. Los altavoces hacen una peculiar publicidad demasiado rica en decibelios de las tiendas de discos.
La música llega hasta el cruce de Zona, y nos acompaña unos metros más hasta que dejamos Monte Bata bien a la espalda.
Siguiendo la calle encontramos un edificio verde con una inscripción pequeña en la fachada que dice "Use condón": es la sede Instituto Carlos III, parte de la Cooperación Española. Es el Centro Nacional de Referencia para el Control de Endemias. La inscripción deja claro que el HIV les quita el sueño ahí dentro.

Si sigo bajando, pronto me acerco al cuartel general de la policía. Desde las rejas se puede ver el amplio parque móvil que posee. El domingo pasado unas gotitas rojas en el suelo, presumiblemente procedentes de alguna nariz aporreada en el transcurso de un altercado de borrachera de la noche anterior, permitían doblar la esquina siguiéndolas hasta la puerta del lugar donde las autoridades tratarían de poner remedio a las quejas del agredido. Hay que decir que no es común ver violencia en las calles. Guinea es un país "tranquilo".

Dejando la comisaría atrás, en la acera de enfrente se levantan los muros del cuartel del ejército. Delante podemos ver las torres de GETESA, la empresa de telefonía móvil, que se elevan infinitamente sobre los tejados de Bata, hasta el punto de servir de referencia por ser visibles prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.

Aquí se abre un rotonda. La cruzamos tomando la salida de la izquierda. Aquí el tráfico es mucho menor, y nos permite cruzarla sin mucho miedo y a las bravas, atravesándola por enmedio. Bajamos de nuevo una cuesta pronunciada y llegamos a la Plaza del Reloj, lugar emblemático de la ciudad, y donde se levanta un monumento a los caídos en lo que aquí llaman "el golpe de libertad". A las espaldas del monumento, un mausoleo en construcción, suponemos que para los héroes de aquella gesta.
En la misma plaza está el supermercado EGTC, regentado por libaneses, un esbozo más de occidente en la zona de la ciudad donde las empresas y los extranjeros tienen su residencia y hacen su vida.

Giramos a la izquierda pasando por delante del monumento y tomamos una calle que desemboca en la plaza del Ayuntamiento, donde encontramos otra rotonda. Ahora sí, si cogemos la primera o la segunda salida, llegaremos indefectiblemente a nuestro objetivo: el mar.
El Paseo Marítimo se abre ante nosotros, majestuoso y solitario. Nadie pasea por el Paseo, paradójicamente. Es como si nadie lo hubiera descubierto, o sólo unos pocos. Esos pocos son algunos estudiantes adolescentes que se ven de vez en cuando haciendo sus deberes en grupo, frente al mar. Me gusta pensar que esos pocos estudiantes que buscan el mar, que eligen ese escenario para estudiar juntos, que suelen ser los mismos que se acercan con frecuencia al Centro Cultural Español, que está unos pocos metros más allá, están despertando una sensibilidad nueva, están aprendiendo a soñar mirando al gigante azul con una Bata más habitable, con el eslogan que los políticos usan pero que en realidad sólo ellos, futuro de este país, podrán hacer realidad de verdad de la buena: "Por una Guinea Mejor".




miércoles, 6 de enero de 2010

Palas playeras

"Había una vez, en la remota Guinea Ecuatorial, un par de cooperantes que cada domingo iban a la playa. Tras la primera visita a la selvática costa (esas costas en las que las palmeras y el forraje llegan casi casi hasta el nivel del mar) decidieron que echaban de menos en su equipaje algo, que de haber sabido que éste era uno de los principales entretenimientos de los fines de semana, hubieran traído de España: unas palas playeras. Sí, sí, unas palas de esas que se usan para jugar con la pelotita a la orilla del mar, y con la que toda pareja que visita la Costa del Sol cuenta en su haber…
Animosos e ilusionados, decidieron que buscarían uno de esos artilugios en las tiendas de los chinos de la ciudad, que es el lugar preferente donde las parejas de la Costa del Sol compran sus palas. Y, sí, en Bata abundaban las tiendas de chinos, sobre todo en Monte-Bata, la zona comercial por excelencia, donde una tras otra estas tiendas se suceden hasta tal punto que si compras algo en una de ellas más tarde te resultará difícil recordar en cuál de las cien fue. Pues bueno, allá que se fue nuestra pareja a Monte-Bata, con la optimista idea de encontrar las palitas. Y cuál fue su sorpresa cuando una tras otra se iban sucediendo las caras de extrañeza con rasgos orientales cuando iban preguntando tienda por tienda. NADIE en la ciudad sabía lo que eran unas palas playeras. Y los fines de semana se iban siguiendo unos a otros, y domingo tras domingo suspiraban por sus palas frustradas. En una ocasión incluso vieron a unos franceses de lejos que tenían unas palas reglamentarias, de competición, y sintieron cómo la envidia les corroía interna e intensamente.
Y así pasaron las semanas de aquel veraniego invierno, y llegaron las Navidades, y la Nochebuena, y la Nochevieja, y los Reyes Magos. Y el cooperante lo tuvo claro: encargaría al carpintero del barrio unas palas playeras para regalárselas a la cooperanta, y así poder pasar hermosas mañanas domingueras en la playa. Buscó en Internet una foto, y se plantó en el taller de carpintería, pidiéndole a uno de los carpinteros que le fabricara algo similar.
-No es posible- dijo el carpintero con cara de extrañeza al ver tan raro artilugio.
El cooperante ya se iba a ir frustrado, cuando otro carpintero que llevaba un rato observando por encima de los hombros de ambos intervino:
-Déjame ver.
Se quedó pensativo mientras miraba la fotografía.
-Sí se puede- dijo finalmente.
Y se pudo. Aquel carpintero de barrio, de tienda modesta, de local humilde, fabricó dos flamantes palas de playa que fueron regaladas a la cooperanta e hicieron las delicias de la parejita en los fines de semana subsiguientes.

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Pasó el tiempo, pasó el tiempo, y la parejita se fue a vivir a Nkué, una pequeña ciudad del interior donde debían desarrollar una buena parte de su trabajo. Unos meses más tarde volvieron a Bata por unos días, y se sorprendieron al pasar por delante de la carpintería. Muchos cambios se habían obrado en el modesto local: además de poseer un generador, el local había pasado a ser de material permanente y había un coche aparcado con un rótulo pintado: “Carpintería Dios es bueno”. Parecía que algo había pasado en la vida y en los ingresos de aquel carpintero de barrio. Al entrar un poco en la nueva carpintería no encontraron ni rastro del antiguo carpintero.
-¿Le tocó la lotería? ¿Se lió con la hija de algún pez gordo?- se preguntaban los cooperantes.
Ese fin de semana, en la playa de Asonga, lo entendieron todo: un hombre se les acercó y les repartió una octavilla: “Palas playeras. ¡Muy divertidas!” Y debajo aparecía la fotografía que el cooperante había llevado aquella tarde navideña a la carpintería. La playa rebosaba de parejas que jugaban a las palas mientras el enorme sol rojo africano se preparaba para tirarse de cabeza al mar, como cada atardecer."



Bueno, pues esta historia sólo es cierta hasta los puntos suspensivos (¡mi regalo de Reyes han sido unas súper-palas playeras por encargo!). Pero, ¿a qué sería bonito que el resto del cuento también se cumpliera? Si sucede, os informaré puntualmente.

viernes, 1 de enero de 2010

Aquí también hay Puerta del Sol

Además de internet, el teléfono y todos esos medios tecnológicos que en un plis-plas consiguen acercarte al más recóndito lugar (o simplemente a tu casa de España), si dejamos que la imaginación, el buen humor y las ganas se adueñen de las situaciones, mágicamente conseguiremos que de pronto el salón-oficina de la sede de FRS se convierta en la Puerta del Sol, que el reloj que el padre de Miguel le regaló para este viaje pase a ser el reloj de la madrileña plaza, que el filtro de agua de pronto sea el campanario que cada año da las campanadas desde el corazón de la Península y hasta que dos comentaristas (entre ellos el supuesto Félix, que comenta también nuestros partidos del torneo de chapas de los domingos) nos expliquen, como oímos cada año en casa, el modo correcto de tomar las uvas, para que nadie de los presentes en la abarrotada plaza (nuestro ratón "Guttemberg", al que hemos bautizado así porque siempre se esconde detrás de la encuadernadora; los gusanos crujientes que pasean a su bola por el suelo del salón; los mosquitos que planean sobre nuestras cabezas buscando su particular cena; y hasta las cucarachas de 5-7 cm de la cocina adyacente al salón y a las que de tanto verlas estamos pensando en ponerles nombre también) se equivoque en tan delicado proceso.
Si además tenemos cuidado de sincronizar nuestros relojes con los vuestros para montar la parafernalia a las 00:00 horas en punto, y así lo hicimos, podemos afirmar contentos que ayer NOS TOMAMOS LAS UVAS CON TODOS VOSOTROS.



¡¡¡FELIZ 2010!!!