sábado, 18 de diciembre de 2010

Palmeras, discursos y gymkanas

Las 9:00 de la mañana del jueves. A menos de una semana de regresar a casa, parecía que todavía quedaba una eternidad. Estos últimos han sido días de auténtico sprint, de meter a presión en las veinticuatro horas del día todo lo que quedaba por hacer para irme a casa con "los deberes hechos": el traspaso a Carmen, el cierre del PAC III, la formulación del PAC IV y las últimas actividades del año, del tamaño de dos reuniones de trabajo con el Ministerio, para entre treinta y sesenta personas cada una: la locura.
Pero lo hemos logrado. Lo hemos logrado por el trabajo en equipo, lo hemos logrado por esa inmensa mayoría de nuestro equipo que ha demostrado saber trabajar en equipo. Y gracias , todo hay que decirlo, al café...

Esa mañana de jueves se iniciaba la última actividad "grande" con el Ministerio de este año: las jornadas de Atención Primaria de Salud. Directores Generales, Jefes de Programas, Directores Técnicos de Hospitales, Directores de Centros de Salud y representantes de FRS. Tina y Zenón, absolutamente profesionales, montan rápidamente su stand de organización. No es ya ni la primera ni la segunda reunión de esta magnitud en la que están, y tienen totalmente depurada la técnica: saben tratar con toda esta gente "importante", tienen todo listo, llevan las cuentas de todo, se quedan hasta que se les necesite... Y encima se han puesto guapísimos. Trabajan genial. Son estupendos profesionales, y además grandes personas.

Poco antes de las 10h, y casi por sorpresa, hace su aparición el Ministro de Estado de Sanidad. Todo el mundo está expectante ante su discurso. Se diría que ha decidido aparecer en el último momento aprovechando que tiene a una gran parte de los sanitarios del país reunidos. Su discurso es duro, pero equilibrado. Este hombre dice cosas interesantes. Habla sobre humanizar la sanidad, sobre asumir responsabilidades, sobre la vocación sanitaria... Pero a mí hay una parte del discurso que se me queda grabada: habla de los cooperantes, y dice que el cooperante en Guinea es como la palmera, que de ella se saca todo para usarlo (las hojas, el corazón, los frutos...) y no se la cuida nada, no se le da nada. En ese momento me siento comprendida, y siento como si de algún modo todo este pueblo me estuviera pidiendo disculpas y comprensión por las veces en las que me ha hecho sentir mal; como si me dijeran "discúlpanos, así somos, pero de verdad que somos buena gente..." Y de algún modo sentí que algunas cosas se reconciliaban en mi fuero interno.

Las jornadas fueron largas y densas. Todo el mundo tenía ganas de hablar, de compartir, de aportar. Se oyeron las voces de siempre y algunas nuevas. Se oyó al Ministerio y se oyó a FRS, y quedó claro que "nos queremos" mutuamente, que es ya una evidencia innegable que tenemos que trabajar juntos y que lo aceptamos de buen grado. El ambiente fue distendido, casi con un toque "familiar". Hace dos años FRS no se concocía en el país; hace dos días nos han asignado un despacho como asesores en el Ministerio de Sanidad. Quién iba a contarme que iba a presenciar algo así cuando hace más de diez años en Madrid vendía entradas para una fiesta de universidad con la que en una minúscula ONG tratábamos de sacar dinero para hacer un pequeño manantial en el diminuto poblado de Ayakmiken... Algunos de los de entonces (Carmen, Dani, Goretti, yo...) somos ahora parte de algo mucho más grande y con mucho más impacto y es maravilloso pensar que hemos llegado juntos hasta esto, que seguimos siendo "los mismos con otras camisetas", aunque rodeados de otra mucha más gente, y que estamos contribuyendo a lograr algo grande.

Al final del segundo día de jornadas, agotados tras trasnochar en la sede día tras día desde hace una semana para terminar todo el trabajo pendiente, a las seis de la tarde, por fin se clausuró el acto y nos fuimos a comer con la gente del Ministerio. Comimos a gusto como broche de la jornada. Y cuál fue mi sorpresa cuando al final de la comida, el Director General de Asistencia se levanta, y con su voz profunda y solemne comienza a dar un discurso. No era un discurso político, no era un discurso ni tan siquiera sanitario; era un discurso para Miguel y para mí. Era un discurso para agradecer delante de todos el servicio que habíamos prestado a Guinea y para desearnos lo mejor. Me emocionó el discurso. Me emocionó porque los guineanos no demuestran con frecuencia su cariño. Me emocionó porque de forma inesperada me hizo ver que el mito de la palmera en realidad no es tan cierto, y que este pueblo, orgulloso a veces como un adolescente, en el fondo entiende y sabe valorar las cosas importantes. Me di cuenta también de que alguna de esta gente de los grandes despachos se me han colado en el corazón como personas; y también que, como dije allí, cuando bajé del avión en Bata aquel tres de noviembre del dos mil nueve no podía imaginar la cantidad de cosas que iba a aprender en este paisito, las oportunidades que iba a tener de trabajar en ciertas áreas que nunca habría tenido en España.

Las calurosas despedidas dieron fin al último acto del año con el Ministerio. Agotados, volvimos a casa.
Y pese a estar agotados, decidimos acercarnos a la casa de los consultores (la antigua casa de Dani y Laura) para tomar algo y despedir a los que al día siguiente se iban a España de vacaciones de Navidad. Bueno, eso nos dijeron, porque en realidad todo era una artimaña para en realidad celebrar la despedida de Miguel y mía. Se lo habían currado muchísimo. Nos han conocido mucho en estos meses, y saben que lo que más nos podía gustar era una gymkana, llena de pruebas con las que ensuciarnos, hacer el ganso y perder el control por un rato. Harina y agua, cata de líquidos, clases de kárate y contact, un vídeo chorra en el que con infinito cariño nos imitaban y se reían de todas nuestras manías y costumbres, unas camisetas con el mítico slogan "perezón, perezón", el juramento hipocrático y licenciatura de Miguel como "médico" con suficiente respado y una tela con pinturas africanas para colgar en nuestro nuevo pisito y tenerles presentes a todos cuando, separados, sigamos cada uno nuestros caminos. Reí a carcajadas. Reí a carcajadas como hacía tiempo que no reía. Necesitaba jugar. Jugar con gente a la que aprecio y que tienen ya un rincón importante en nuestras vidas; porque han demostrado ser, entre otras cosas, transparentes, generosos e idealistas.

Hace dos días, con el discurso del Ministro, empezaba mi reconciliación final con esta experiencia que a ratos me ha resultado tan dura. Creo que he empezado a descargar una mochila que llevaba sobre los hombros y eso me está haciendo sentir, como dice Dani, que "estoy volviendo a ser yo". Es más, no simplemente vuelvo a ser yo, sino yo con la huella de esta experiencia que apenas empiezo a vislumbrar todo lo que me ha aportado.