jueves, 29 de abril de 2010

Nos faltaba un papel

Si recordáis capítulos anteriores, en diciembre se convocó el examen del concurso-oposición para los agentes de salud. Era una lucha que se había empezado varios meses antes y que ya a esas alturas había consumido muchas energías y esperanzas. Por fin, el 5 de diciembre, casi recién llegados Miguel y yo, hicimos el examen. Luego vino el curso de formación de tres meses para los quinientos que aprobaron, y que si aprobaban también el curso pasarían a tener el título de Auxiliar de Enfermería Comunitaria y con él adquirirían la posibilidad de ser nombrados funcionarios. Y pasó el curso, con sus ires y venires, sus sofocos, sus giras de supervisión llenas de kilómetros y diplomacias, sus problemas de coordinación... Y acabó el curso y llegó el examen final. Parecía que se enfilaba la luz al final del túnel. El examen no fue moco de pavo, y tuvo también sus sofocones, sus madrugones y sus "trasnochones" para organizar, evaluar, preparar y negociar.
Y también pasó el examen, y llegó el momento de los nombramientos. Finalmente eran muchos los propuestos para nombramiento y contrato. ¡Sí, objetivo conseguido! Y ahora venía la borágine: el papeleo. Imagínense más de trescientas personas con un nivel primario de estudios procedentes de los poblados recónditos del interior del país sumergidos de pronto en una macro-gymkana por las cabeceras de distrito y capitales del país en la que tenían que conseguir la friolera de unos 7 papeles oficiales. Y todo esto en tiempo récord: cuatro días. La maquinaria FRS se puso en marcha, hordas de hermanas recorrieron los despachos de las delegaciones, subdelegaciones y ministerios dispuestas a conseguir que sus equipos de agentes consiguieran los papeles a tiempo. No íbamos a permitir que el sueño de personas que llevaban veinte años trabajando gratis se fuese al traste.
Y llegó el viernes, la fecha limite. Y todo transcurría con normalidad, y estaba todo listo y preparado, y nuestras hermanas habían conseguido que más o menos todos "sus" agentes de salud tuvieran todos los papeles. Y entonces, llegó la noticia: "Pero cómo no va a ser necesario, si ese papel es el más importante".
Un gran ¡Kié! ¿¡Pero cómo!? (expresión de sorpresa que todo el mundo usa aquí una media de dos veces al día) invadió mi mente. Nos estaban diciendo que casi al límite del plazo a TODOS nuestros agentes (los casi doscientos) les faltaba un papel. Gajes de la mala comunicación. Pero allí estábamos. Un papel, un mísero papel se interponía para finalizar por fin este proceso con final feliz. Las ilusiones de todas estas personas puestas en duda por un trozo de papel firmado, un papel cuya existencia desconocía hace dos semanas y cuyo nombre ya nunca olvidaré: "El certificado de no haber sido separado de la función pública".
Pero somos cabezotas. Cabezotas hasta el final. Y lo íbamos a conseguir. También hay que decir que yendo con las hermanas por delante todo se hace un poco más sencillo, y sólo diré que ese fin de semana nos llevamos a casa los impresos oficiales de la Delegación y en cadena de montaje los rellenamos. Por un fin de semana nos convertimos en un ministerio en miniatura. Para hacerse una idea, por cada uno de los casi doscientos había que hacer un paquetito con fotocopia del DNI, carta de instancia personalizada con los datos de cada agente, teléfono, nota de ingreso y efectos timbrados. Un infierno que nos llevó todo el fin de semana a destajo. Había que dejarlo todo preparado para que en la breve ampliación de plazo que nos concedieron (un día hábil) se pudiera hacer todo el trámite: pagos en tesorería, ingresos, firmas y sellos... ¡de nuevo para doscientas personas! Colapso administrativo seguro. Pero diseñamos una estrategia pensada al milímetro, casi como quien planea el asedio a una ciudad, con planos de situación de edificios y todo para lograr hacerlo todo en el menor tiempo posible.
Ese viernes maldije, juré en arameo, me dije mil veces a míu misma aquello de "qué bien está mi madre en su casa" y me pregunté qué hacía yo allí, a las diez de la noche de un viernes, rellenando instancias de la Función Pública cuando se supone que yo había venido a este país a hacer la coodinación sanitaria de un proyecto. El sábado ya decidí tomármelo de otra forma, y cuando me vi madrugando para seguir haciendo instancias y fotocopias, decidí empezar a tomármelo con más humor y amor. Y me reí de mí misma que por Navidad pedí un libro de Medicina Tropical para saber mucho más y hacer mejor mi trabajo, cuando en realidad estas fotocopias eran irónica y probablemente lo más importante que había hecho en los seis meses que llevo aquí. Porque al final, lo que estaba haciendo ese sábado madrugando para hacer papelotes, era ser voz de los sinvoz, hacer un trámite que ellos jamás hubieran podido hacer en ese tiempo record sin todos nosotros. En el fondo, era luchar para que se hiciera justicia, y que personas que hace muchos años que merecen un sueldo no se queden sin él de por vida porque "les faltaba un papel". Era al final una lucha personal y común con las hermanas contra la pesada maquinaria de la burocracia y de la incompetencia que se interponía en nuestro camino.
Y vencimos: ganamos al reloj. No nos quedaron uñas a Mª Ángeles, a Pamen y a mí, que el lunes a las 8:30h estábamos como un clavo con los expedientes de nuestros doscientos agentes en la puerta de la Tesorería y de la Delegación de la Función Pública, mirando el reloj a cada rato y preguntándonos unas a otras con miedo a la respuesta "¿tú crees que nos da tiempo?". Pero ganamos. Y ganaron todos nuestros agentes. Y, en medio de la impersonalidad y la frialdad, encontramos a D. Maximiliano, que hizo todo lo posible desde su posición de secretario para que el trámite saliera adelante, que puso un toque de humanidad en la fría burocracia.
Y finalmente, a día de hoy, los expedientes de todos están ya listos para que nuestros doscientos agentes sean nombrados y, por fin, triunfen los más débiles.
Esta vez no fue la Medicina Tropical. Nunca se sabe...

jueves, 1 de abril de 2010

Cubos y autobuses

La esperanza toma formas inesperadas.

Salimos con el coche a vaya usted a saber dónde, quizás al supermercado, quizás a la playa, quizás a la Delegación... Circulamos por la calle.. Todo como siempre. Los puestos de verduras callejeros, la gente con sus ires y venires, el tráfico caótico... Llegamos a un semáforo de algún cruce de la ciudad, y algo me llama la atención, algo muy simple, pero que casi me hace frotarme los ojos: es un cubo de basura, un contenedor verde, de esos grandes que están diseñados para que un camión de la basura los enganche y los vuelque.
-¡Ayvá! ¡Un cubo de basura! -exclamo señalando, incrédula.
-¡Anda!-me responde alguien en el coche, que también se queda mirando al, en este contextos tan poco cotidiano objeto.
Seguimos circulando, y a los pocos metros vemos otro igual.
-¡Mira, mira! ¡Otro! (...) Y ahí otro...

Seguimos circulando, y nos vamos percatando de esta nueva población que se ha asentado en las calles de Bata, y que parece que, por el momento, han venido para quedarse: los cubos de basura.
Poco a poco, según seguimos circulando, nos vamos dando cuenta de que no hay unos pocos, sino muchos. Más tarde nos damos cuenta de que el montón de basura de la tapia del Hospital ha desaparecido gracias a estos nuevos pobladores. Vamos cayendo en la cuenta de que, no sólo se han colocado cubos de basura, sino que se están colocando precisamente en los lugares donde la gente iba contruyendo, por acumulación, las características montañas de basura.
Me cuesta creer que aquello de "¡¿sería tan difícil poner cubos de basura?!" que tantas veces he exclamado con una mezcla de indignación y desesperanza por fin tiene respuesta, y la respuesta deseada.
Todavía, cada vez que voy con el coche por las calles, me sale una sonrisilla cuando los contemplo. Quién me iba a contar hace unos meses en Madrid, donde tantos contenedores de tantos sendos colores salpican nuestro paisaje urbano, que unos simples cubos de basura, cubos en los que se mezclan todos los residuos sean del tipo que sean (con perdón), me iban a hacer sonreír este año.

...............

Pocos días antes o después (ya no recuerdo qué fue primero), volviendo de la playa por la carretera que va al mercado de Ikunde, veo una pequeña señal como las de tráfico, de color azul. "PARADA BUS", dicen unas letras mayusculas blancas sobre el fondo.
No me lo creo. "¿Ha estado esta señal aquí todos estos meses y no me he dado cuenta?" "¿Es herencia de un antiguo servicio de vaya usted a saber hace cuánto, ahora en desuso?". Voy sumida en estos pensamientos cuando mi vista perpleja se topa con otra parada, y unos metros más tarde, con otra. Algo por dentro no nos deja creer lo que nos preguntamos mientras paseamos en el todoterreno por las calles de esta que ahora es de algún modo nuestra ciudad"¿Servicio de autobuses urbanos en Bata?" Parece de ciencia ficción. Bromeamos sobre el asunto, y especuoamos con que se tratará de una buena intención sin más, una idea feliz de alguien en alguna Delegación Regional que con suerte se materializará en dos o tres años.
Unos días después, un autobús verde, como los que en Madrid hacen las rutas interurbanas, nos precede en nuestro camino por las calles de Bata. No nos atrevemos a creerlo del todo. "Será un autobús de esos que tranportan al personal de las empresas, sólo que más moderno", decimos y pensamos.
Es un domingo, al coger un taxi para bajar a Misa en los Salesianos, que le pregunto al taxista sobre el tema de las paradas, y me confirma que se acaba de estrenar un servicio de autobuses en Bata, que hace el recorrido de forma regular y con una buena frecuencia. Pregunto al taxista sobre cómo lo ven él y sus compañeros, ya que hasta ahora eran el único medio de transporte público en Bata; y me responde que a ellos no les interesa, pero que está bien porque hay gente que no se puede pagar un taxi (un taxi cuesta al cambio unos 45 céntimos de euro), y que van a usar el servicio. Me bajo del taxi sonriente, acordándome también de los cubos de basura, y no puedo dejar de pensar que de algún modo estamos asistiendo a pequeños momentos importantes de este país que, por qué no desmarcarse por un rato del escepticismo habitual , de repente pasa a tener algunos pequeños servicios básicos que repercuten directamente en las personas.

Depende del día. Hay días en que piensas que nada va a cambiar. Hay días que piensas que interesa poco el cambio. Hay días que piensas, con enfado, aquello de "cada uno tiene el país que se merece". Hay días que te toca pegarte con este u otro cargo intermedio que te hace más que difícil el trabajo. Hay días en los que echas de menos hasta que la cajera del supermercado te salude, o al menos te mire.
Pero también hay días en los que Tina te muestra toda su hospitalidad y te hace sentir en tu casa cuando te invita a comer en su casa; en los que las parteras de Machinda acuden arregladas a recibir un seminario y fríen a preguntas a los ponentes; en los que, de pronto, las calles se llenan de cubos y autobuses.

Lo dicho: la esperanza toma formas inesperadas.