jueves, 4 de mayo de 2017

Llegar-partir; abril-cerral

Tenía sentido llegar hasta el Cabo de San Vicente. Siendo para mí la travesía una constante metáfora de la vida, tenía sentido cerrar esta etapa. Suelo hacer una balance del año cada treinta y uno de diciembre, pero este año no lo hice. Primero, por falta de tiempo (el MIR no da tregua así estén cayendo bolas de fuego del cielo o se proclame la tercera república); y segundo, porque el treinta y uno de diciembre pasado no sentí que hubiera acabado nada ni empezará nada nuevo. Ni siquiera lo sentí del todo el día veintiocho de enero, después de vomitar en formato multirrespuesta en aquel aula universitaria de Móstoles. Tampoco el día que salió el puesto definitivo. Y es que ninguno de esos momentos clausuraba definitivamente la incertidumbre, siempre quedaba un paso más. Sorprendentemente, tampoco el día de la elección de plaza fue el día de suspirar por fin aliviada,  como si algo no me dejara abandonar por completo el nivel basal de preocupación de los últimos diez meses. Y es que una siempre puede preguntarse, "¿habré elegido bien?".

Quizás por eso tenía sentido volver aquí, a la Ruta Vicentina. A los seres humanos nos viene bien lo simbólico; o, al menos a mí, me sienta de maravilla. Este camino comenzó hace diez meses (antes de encerrarme para dedicarle a la Medicina el mayor cómputo de atención concentrada que le he dedicado nunca) en Zambujeira do Mar, caminando de Sur a Norte durante tres días; y termina caminando desde Zambujeira do Mar al Cabo de San Vicente durante otros seis (desde el veintinueve de abril hasta ayer) como si ya estuviera de vuelta de algunas cosas y hubiera crecido al doble mi capacidad para caminar. Ayer, delante de aquel faro rojo y beige, no sólo se cerraba oficialmente en mi interior la puerta de la "etapa mírica-bis", sino que de algún modo era el fin de una caminata mucho más larga: la que empezó a mediados de diciembre de dos mil catorce, cuando se materializó mi inevitable adiós al CTA de Cáritas, que me ha llevado por un camino de esos en los que te viene bien todo lo que echaste en la mochila "por si acaso". Los paisajes de estos dos años y medio han sido tan variados como un paso fugaz por despacho de directora de centro pionero (con foto con político recientemente encarcelado por corrupción incluida... y es que mi olfato de los ambientes y las personas es tan infalible como mi "nariz histórica", que me permite saber quién estuvo ayer en una habitación), dos casting para TVE,  la prisión de Estremera, un aula de formación profesional, el centro de salud de al lado de casa o los espacios "sagrados" de Santa Engracia, Santa Bárbara y Hortaleza. Creo que ayer, cuando llegaba al Cabo de San Vicente, se cerraban simbólicamente dos años y medio de peregrinación, de salida de la comodidad para buscar algo que hace dos años y medio era menos que un embrión en mi mente. Y, como en el camino, cada paso ha sido necesario. Fue necesario oler a "podrido" para salir de la Agencia Antidroga; fue necesario ser profesora durante dos semanas para despejar por fin una incógnita que me había acompañado durante años, casi desde la adolescencia (a veces no queda más remedio que caminar un tramo de un camino equivocado para confirmar que no es el tuyo, que desaparecen las marcas que estabas siguiendo); fue necesario poner en marcha Ágape para ser consciente de que, siendo lo que más me gusta hacer, no es un medio de vida realista a tiempo completo por el momento; fue necesario desesperarme con el sistema penitenciario (y aquella afortunadísima conversación aparentemente trivial de Año Nuevo) para, por fin, entender que el esfuerzo necesario para dedicarme a tiempo completo a la salud mental merecía, y mucho, el esfuerzo necesario para darle trece años atrás a la máquina del tiempo.

Cuanto más caminamos, más conocemos, aunque nos duelan más la espalda y los pies. Mi esencia es la misma, pero el viaje de estos dos años y medio, como toda buena travesía, ha ido dejando huellas imborrables en mi piel y en mi corazón. Están los dos más bronceados. La mirada se va ensanchando, como si cada paisaje que descubre la hiciera crecer un poco más.

En esta semana de viaje me he cruzado con varias personas de "mirada ancha", para las que ensancharla cada día un poco más conociendo nuevas personas y lugares (tanto del mundo exterior como del interior) es una prioridad: un austriaco que venía de pasar varios días "in to the wild", que trabaja en Austria con los refugiados y que con una sonrisa de oreja a oreja te hace saber que es muy consciente de la importancia de su trabajo; un surfero (también austriaco) para el que contar con un mes para hacer el Camino de Santiago era sin duda más importante que unas vacaciones pagadas; un joven profesor universitario australiano experto en relaciones internacionales que inició hace meses un viaje de un año por el mundo y, para poder seguir viajando, pasará este verano viviendo y  trabajando como recepcionista en un hostel algarviano; un maestro de adultos inglés que, mientras esperaba pacientemente junto a su cámara el mejor momento de la puesta de sol en Arrifana, me explicaba que, tras jubilarse, ha descubierto que la gente quiere comprar las fotografías que va haciendo por el mundo; un malagueño que se enamoró del Algarve y allí lleva ya cuatro años; una alemana que, tras  dejar su trabajo, se compró un billete de ida a Portugal y no tiene ni idea de para cuándo la vuelta... El mundo está lleno de gente de mirada ancha... si se sabe dónde buscarla. Y creo que lo que me inspira y lo que me resuena de estos personajes es la apuesta por la búsqueda y la experiencia, y el ser capaces de hacerlo no necesitando demasiado por el camino (no más de lo que cabe en una mochila que puedas cargar); ese saber dar a cada cosa un valor justo, que se mide en términos de lo que nos hace respirar más profundo y poder dedicar un rato a interesarnos por la persona que tenemos al lado, aunque quizás nunca volvamos a verla; porque, aunque sea sólo por hoy, merece la pena estrechar un poco un lazo que percibo más como un lazo universal, ese que nos hace echar una mano y desear lo mejor al que está también en este gran viaje, y al que nos parecemos sorprendentemente en lo más genuino, aunque nuestro origen sea distinto.


No se me ocurre un paisaje más bonito para cerrar esta etapa. No se me ocurre un horizonte más prometedor, y atractivo, y ancho que el que, al final de este viaje, me esperaba desde hace tiempo con paciencia. Los antiguosdibujaban en los mares más allá de la tierra conocida "monstruos marinos y peces con dientes"; pero lo que había en realidad eran otras tierras por descubrir, sorprendentes, llenas de oportunidades. Llegar hasta aquí sólo es el principio. La aventura continúa...