"Musa". La verdad es que no tengo claro si se escribe así. Antes de venir aquí, "Musa" era para mí simplemente una marca de mayonesa. Después de este año, "Musa" tiene otro significado completamente diferente.
Musa tiene una tienda. Bueno, quizás es la tienda la que tiene a Musa; porque pases cuando pases, Musa está en su tienda, la mayoría de las veces atareado, vendiendo a unos y a otros. Su tienda es de madera y pequeñita, muy pequeñita; pero tiene de todo. Y todo perfectamente colocado teniendo en cuenta el difícil orden que se puede mantener en una tienda diminuta y llena de cosas. Tiene pescado congelado y tiene regletas de enchufes; tiene lejía y panes; tiene Coca-Cola y peines; tiene desodorante y lámparas de bosque. Y, lo que más me gusta: tiene delante del mostrador tres enormes sacos como los que salen en las tiendas de las películas del oeste; uno de azúcar, otro de arroz y otro de harina. Me gusta cuando hunde el vaso en el saco y va sacando el cereal o el azúcar y lo echa en una bolsa transparente de plástico.
Otras veces está en la puerta, sentado. Y siempre que nos ve, nos saluda. Sabe que somos los blancos que vivimos en la casa de al lado; y yo creo que le caemos muy bien. Cada semana vamos a comprarle dos tiras de agua de 2000, 5000 francos de saldo o 2 batidos de mango y melocotón. Sabemos que algunas cosas son más caras en la tienda de Musa que en el supermercado, pero no nos importa y se las compramos a él; porque preferimos "hacerle gasto a Musa".
Y preferimos hacerle gasto a Musa porque ha pasado a representar algo así como al colectivo de personas que emigran a un país con la voluntad de trabajar duro para mejorar su situación. Guinea ha pasado en poco tiempo de ser un país del que salían numerosos inmigrantes rumbo a Gabón o a Camerún a ser un país receptor de inmigración desde que su nivel económico de algún modo ha subido. Son muchos los africanos de países de la zona que vienen a Guinea buscando trabajo por cuenta ajena o propia.
Musa es de Mali. Un día vimos la tienda cerrada por la noche, pero con luz dentro. Entonces caímos en la cuenta de que muy probablemente Musa vive en su tienda... en su pequeña tienda. Y desde por la mañanita ya la tiene abierta, y hasta bien entrada la noche. Cada vez que voy a comprar, me acuerdo de que creemos que Musa vive en la tiendita, y me pongo un poco triste.
Musa es serio, pero dulce; como todos lo malíes que hemos conocido aquí. Se le ilumina un poco la cara cuando le llamas por su nombre. Por eso cada vez que entro en su tienda me gusta saludarle con un "¡Hola, Musa!".
Hasta donde sabemos a Musa le ha costado algunos disgustos estar aquí: le afectó la oleada de robos que hubo hace unos meses en el barrio, le han molestado algunos con uniforme y una vez Miguel y yo presenciamos como unos adolescentes guineanos trataban de tomarle el pelo pagándole menos de lo que le debían por lo que habían comprado (sí, generalizando podríamos decir que el guineano medio es bastante racista). Musa en ningún caso se puso violento. Se notaba que estaba enfadado, pero lo único que hizo fue bajar la mirada por un momento, y sin perder los nervios, les exigió lo que le debían mientras seguía trajinando con sus cosas. Miguel se puso serio también con los chavales en un momento que a mí me resultó bastante tenso; y finalmente le dieron lo que le debían. Cuando por fin se fueron le compramos a Musa las dos tiras de agua habituales; y al despedirnos, con una sonrisa le dio a Miguel las gracias.
Nuestras sospechas que de que Mali debe de ser un lugar lleno de gentes maravillosas vienen por conocer a gente como a Musa o a Alí (el guachi de la antigua casa de Dani y Laura, siempre sonriente, amable y dispuesto a ayudar en lo que pueda); también después de oír decir a un guineano culto que acababa de regresar de allí frases como "son mucho más buenos que nosotros", o "tendríamos que aprender mucho de ellos, que son muy trabajadores: cultivan en el desierto".
En resumen, si Miguel y yo tenemos ganas de conocer Mali en un futuro no demasiado lejano no es porque hayamos visto fotos maravillosas en un catálogo de agencia de viajes; sino por haber topado aquí con personas como Musa o Alí (y otros malíes con los que nos hemos topado en comercios y otros rincones de la ciudad) y cuya amabilidad y dulzura te dejan con ganas de conocer no sólo un lugar, sino a un pueblo.
Musa tiene una tienda. Bueno, quizás es la tienda la que tiene a Musa; porque pases cuando pases, Musa está en su tienda, la mayoría de las veces atareado, vendiendo a unos y a otros. Su tienda es de madera y pequeñita, muy pequeñita; pero tiene de todo. Y todo perfectamente colocado teniendo en cuenta el difícil orden que se puede mantener en una tienda diminuta y llena de cosas. Tiene pescado congelado y tiene regletas de enchufes; tiene lejía y panes; tiene Coca-Cola y peines; tiene desodorante y lámparas de bosque. Y, lo que más me gusta: tiene delante del mostrador tres enormes sacos como los que salen en las tiendas de las películas del oeste; uno de azúcar, otro de arroz y otro de harina. Me gusta cuando hunde el vaso en el saco y va sacando el cereal o el azúcar y lo echa en una bolsa transparente de plástico.
Otras veces está en la puerta, sentado. Y siempre que nos ve, nos saluda. Sabe que somos los blancos que vivimos en la casa de al lado; y yo creo que le caemos muy bien. Cada semana vamos a comprarle dos tiras de agua de 2000, 5000 francos de saldo o 2 batidos de mango y melocotón. Sabemos que algunas cosas son más caras en la tienda de Musa que en el supermercado, pero no nos importa y se las compramos a él; porque preferimos "hacerle gasto a Musa".
Y preferimos hacerle gasto a Musa porque ha pasado a representar algo así como al colectivo de personas que emigran a un país con la voluntad de trabajar duro para mejorar su situación. Guinea ha pasado en poco tiempo de ser un país del que salían numerosos inmigrantes rumbo a Gabón o a Camerún a ser un país receptor de inmigración desde que su nivel económico de algún modo ha subido. Son muchos los africanos de países de la zona que vienen a Guinea buscando trabajo por cuenta ajena o propia.
Musa es de Mali. Un día vimos la tienda cerrada por la noche, pero con luz dentro. Entonces caímos en la cuenta de que muy probablemente Musa vive en su tienda... en su pequeña tienda. Y desde por la mañanita ya la tiene abierta, y hasta bien entrada la noche. Cada vez que voy a comprar, me acuerdo de que creemos que Musa vive en la tiendita, y me pongo un poco triste.
Musa es serio, pero dulce; como todos lo malíes que hemos conocido aquí. Se le ilumina un poco la cara cuando le llamas por su nombre. Por eso cada vez que entro en su tienda me gusta saludarle con un "¡Hola, Musa!".
Hasta donde sabemos a Musa le ha costado algunos disgustos estar aquí: le afectó la oleada de robos que hubo hace unos meses en el barrio, le han molestado algunos con uniforme y una vez Miguel y yo presenciamos como unos adolescentes guineanos trataban de tomarle el pelo pagándole menos de lo que le debían por lo que habían comprado (sí, generalizando podríamos decir que el guineano medio es bastante racista). Musa en ningún caso se puso violento. Se notaba que estaba enfadado, pero lo único que hizo fue bajar la mirada por un momento, y sin perder los nervios, les exigió lo que le debían mientras seguía trajinando con sus cosas. Miguel se puso serio también con los chavales en un momento que a mí me resultó bastante tenso; y finalmente le dieron lo que le debían. Cuando por fin se fueron le compramos a Musa las dos tiras de agua habituales; y al despedirnos, con una sonrisa le dio a Miguel las gracias.
Nuestras sospechas que de que Mali debe de ser un lugar lleno de gentes maravillosas vienen por conocer a gente como a Musa o a Alí (el guachi de la antigua casa de Dani y Laura, siempre sonriente, amable y dispuesto a ayudar en lo que pueda); también después de oír decir a un guineano culto que acababa de regresar de allí frases como "son mucho más buenos que nosotros", o "tendríamos que aprender mucho de ellos, que son muy trabajadores: cultivan en el desierto".
En resumen, si Miguel y yo tenemos ganas de conocer Mali en un futuro no demasiado lejano no es porque hayamos visto fotos maravillosas en un catálogo de agencia de viajes; sino por haber topado aquí con personas como Musa o Alí (y otros malíes con los que nos hemos topado en comercios y otros rincones de la ciudad) y cuya amabilidad y dulzura te dejan con ganas de conocer no sólo un lugar, sino a un pueblo.