Las 19:15, y en la catedral de Bata la Misa del Gallo, que estaba anunciada para las 19:00h, aún no ha comenzado, ni tiene visos de comenzar todavía. A las 19:30h por fin se oye el organillo electrónico que marca las bases de las canciones religiosas que cantará el coro, que aquí intentan parecerse a algo así como a los temazos de José Luis Perales en sus mejores momentos, que no sabéis lo admirado que es por estas latitudes.
La catedral es bonita. Es de estilo neoclásico, aunque esto no es lo que la hace bonita. Lo que impresiona son los frescos que hay pintados en el techo, en colores pastel, colores alegres y suaves. Representan escenas de la vida de Jesús, pero de un Jesús negro, con unos apóstoles también de color. La transfiguración, la oveja perdida, la anunciación… No sé por qué, quizá por los colores, quizás por la sencillez de los dibujos, pero me da paz mirarlos.
Después del primer canto, viene la sorpresa, la agradable sorpresa.: un xilófono de madera rompe el silencio majestuoso de la catedral, unas maracas se unen, también un tan-tan, y un coro de mujeres mayores empieza a cantar en fang mientras se mueven suavemente con una especie de “pompones” blancos en las manos que agitan en el aire. No sé lo que dicen, pero el canto me resulta infinitamente bello, me traslada de repente a esos reportajes de televisión en los que una cámara a vista de pájaro sobrevuela las selvas y poco a poco se va colando entre la maleza y llega a un recóndito poblado donde la gente canta a sus dioses. Y tengo una vez más la misma reflexión que he tenido un montón de veces: ¿por qué se empeñan en malcopiar lo que no es suyo cuando lo suyo es profundamente bello? La misma reflexión que cuando veo a las niñas con el traje de comunión más hortera que podáis imaginar, con todos los encajes y floripondios posibles, al estilo del Norte pero sin ningún gusto; cuando veo a los niños que, aún peor, hacen la Primera Comunión vestidos de smoking y con pajarita; y me pregunto por qué no las visten con un popó blanco, sin más; la misma reflexión que cuando Fernando, el conductor del equipo de Machinda, me dice que habría que deshacer los poblados cercanos a Bata, y hacer otra ciudad igual, y me esfuerzo por explicarle que lo que hay que hacer es que la gente viva dignamente en los poblados, tenga luz y agua corriente, las pequeñas construcciones pasen de ser de madera a ser de cemento, se abastezcan las tiendas y se cree un buen sistema de transporte público, puestos de salud adecuados y poco más. Porque la calidad de vida no tiene por qué ser construir ciudades monstruosas llenas de rascacielos.
Después de la Misa, volvemos a casa. Es ya muy de noche y, como de costumbre, al pasar el Hospital no hay alumbrado, así que tenemos que sacar los frontales. El ambiente es medio-festivo en la calle.
En casa-sede nuestra pequeña, minúscula familia, se dispone a celebrar la Nochebuena. ¿El menú? Huevos rellenos de jamón y grafís. Es una adaptación a los productos locales de una de las recetas de mi madre que más me gustan: los huevos rellenos de jamón y gambas. Los grafís son unos langostinos de río, que aquí la gente pesca con unas redes artesanas hechas de madera. Estos grafís son especiales, porque nos los regalaron Pepe y Fernando, del equipo de Machinda, como regalo de bienvenida hace unas semanas, cuando volvían agotados de la campaña de vacunación en la que vacunaron a nada menos que quinientos niños (podéis ver fotos en el flickr de Miguel). Los grafís son típicos de la zona de Machinda. El jamón es jamón serrano de verdad de la buena, que Sandra, la coordinadora en Madrid, nos trajo la semana pasada de España para ayudarnos a “acercarnos” a España de algún modo estas Navidades. Así que el menú resulta ser una fusión de los dos lugares entre los que se reparten ahora mismo nuestros corazoncitos: España y Guinea. Miro la receta en el ordenador, redactada por mi madre, pasada a ordenador por mi hermana. Cuando pelo los huevos me acuerdo un momento de Héctor, un chaval de AJIVA que estudia hostelería y que, orgulloso, en la última convivencia de deportes nos enseñaba a los monitores en la cocina la clave para pelar los huevos a máxima velocidad y sin que la clara se quede pegada a la cáscara. Vuelvo por un momento al ambiente de la convivencia, y sonrío. Entonces eran unos ciento y muchos huevos que pelar. Hoy son sólo seis, porque estamos solos Miguel y yo, aunque Skype en seguida se encarga de acercarnos a la familia, en uno de esos milagros tecnológicos que tanto se agradecen.
Mi sobrina de cinco años me cuenta que me ha guardado unos cuantos mazapanes y turrones por si voy luego, y se me nubla un momento la vista.
Por fin cenamos. Como hoy es un día especial, no cenamos en la cocina. Cenaremos en la mesa de reuniones. Es curioso esto de celebrar la Nochebuena en la oficina. La mesa está bonita. Unos mazapanes La Fama comprados en Supermercados Santy, los huevos rellenos, embutidos, frutos secos, vino Lambrusco, Mosto Don Simón, agua Ceiba, parte del último mil de pan que guardamos en el congelador y que vamos tostando. Y unas velas que hemos encontrado por ahí, que están por si (para variar) se va la luz, pero que hoy le darán un toque especial a nuestra mesa. Con el aire acondicionado se está bien en el salón. En el otro extremo de la oficina, nuestro belén hecho de cartulina, palillos y tapones de botella de agua pone el toque navideño a la sede.
Brindamos, yo con Lambrusco, Miguel con mosto, y nos deseamos feliz navidad.