jueves, 1 de abril de 2010

Cubos y autobuses

La esperanza toma formas inesperadas.

Salimos con el coche a vaya usted a saber dónde, quizás al supermercado, quizás a la playa, quizás a la Delegación... Circulamos por la calle.. Todo como siempre. Los puestos de verduras callejeros, la gente con sus ires y venires, el tráfico caótico... Llegamos a un semáforo de algún cruce de la ciudad, y algo me llama la atención, algo muy simple, pero que casi me hace frotarme los ojos: es un cubo de basura, un contenedor verde, de esos grandes que están diseñados para que un camión de la basura los enganche y los vuelque.
-¡Ayvá! ¡Un cubo de basura! -exclamo señalando, incrédula.
-¡Anda!-me responde alguien en el coche, que también se queda mirando al, en este contextos tan poco cotidiano objeto.
Seguimos circulando, y a los pocos metros vemos otro igual.
-¡Mira, mira! ¡Otro! (...) Y ahí otro...

Seguimos circulando, y nos vamos percatando de esta nueva población que se ha asentado en las calles de Bata, y que parece que, por el momento, han venido para quedarse: los cubos de basura.
Poco a poco, según seguimos circulando, nos vamos dando cuenta de que no hay unos pocos, sino muchos. Más tarde nos damos cuenta de que el montón de basura de la tapia del Hospital ha desaparecido gracias a estos nuevos pobladores. Vamos cayendo en la cuenta de que, no sólo se han colocado cubos de basura, sino que se están colocando precisamente en los lugares donde la gente iba contruyendo, por acumulación, las características montañas de basura.
Me cuesta creer que aquello de "¡¿sería tan difícil poner cubos de basura?!" que tantas veces he exclamado con una mezcla de indignación y desesperanza por fin tiene respuesta, y la respuesta deseada.
Todavía, cada vez que voy con el coche por las calles, me sale una sonrisilla cuando los contemplo. Quién me iba a contar hace unos meses en Madrid, donde tantos contenedores de tantos sendos colores salpican nuestro paisaje urbano, que unos simples cubos de basura, cubos en los que se mezclan todos los residuos sean del tipo que sean (con perdón), me iban a hacer sonreír este año.

...............

Pocos días antes o después (ya no recuerdo qué fue primero), volviendo de la playa por la carretera que va al mercado de Ikunde, veo una pequeña señal como las de tráfico, de color azul. "PARADA BUS", dicen unas letras mayusculas blancas sobre el fondo.
No me lo creo. "¿Ha estado esta señal aquí todos estos meses y no me he dado cuenta?" "¿Es herencia de un antiguo servicio de vaya usted a saber hace cuánto, ahora en desuso?". Voy sumida en estos pensamientos cuando mi vista perpleja se topa con otra parada, y unos metros más tarde, con otra. Algo por dentro no nos deja creer lo que nos preguntamos mientras paseamos en el todoterreno por las calles de esta que ahora es de algún modo nuestra ciudad"¿Servicio de autobuses urbanos en Bata?" Parece de ciencia ficción. Bromeamos sobre el asunto, y especuoamos con que se tratará de una buena intención sin más, una idea feliz de alguien en alguna Delegación Regional que con suerte se materializará en dos o tres años.
Unos días después, un autobús verde, como los que en Madrid hacen las rutas interurbanas, nos precede en nuestro camino por las calles de Bata. No nos atrevemos a creerlo del todo. "Será un autobús de esos que tranportan al personal de las empresas, sólo que más moderno", decimos y pensamos.
Es un domingo, al coger un taxi para bajar a Misa en los Salesianos, que le pregunto al taxista sobre el tema de las paradas, y me confirma que se acaba de estrenar un servicio de autobuses en Bata, que hace el recorrido de forma regular y con una buena frecuencia. Pregunto al taxista sobre cómo lo ven él y sus compañeros, ya que hasta ahora eran el único medio de transporte público en Bata; y me responde que a ellos no les interesa, pero que está bien porque hay gente que no se puede pagar un taxi (un taxi cuesta al cambio unos 45 céntimos de euro), y que van a usar el servicio. Me bajo del taxi sonriente, acordándome también de los cubos de basura, y no puedo dejar de pensar que de algún modo estamos asistiendo a pequeños momentos importantes de este país que, por qué no desmarcarse por un rato del escepticismo habitual , de repente pasa a tener algunos pequeños servicios básicos que repercuten directamente en las personas.

Depende del día. Hay días en que piensas que nada va a cambiar. Hay días que piensas que interesa poco el cambio. Hay días que piensas, con enfado, aquello de "cada uno tiene el país que se merece". Hay días que te toca pegarte con este u otro cargo intermedio que te hace más que difícil el trabajo. Hay días en los que echas de menos hasta que la cajera del supermercado te salude, o al menos te mire.
Pero también hay días en los que Tina te muestra toda su hospitalidad y te hace sentir en tu casa cuando te invita a comer en su casa; en los que las parteras de Machinda acuden arregladas a recibir un seminario y fríen a preguntas a los ponentes; en los que, de pronto, las calles se llenan de cubos y autobuses.

Lo dicho: la esperanza toma formas inesperadas.

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