A veces este mundo es demasiado "complicado". A veces se satura un poco (o un mucho) la cabeza de tanto darle vueltas a cosas "importantes": Secretarios de Estado, Ministros, Directores Generales. Reuniones, acuerdos, convenios. Políticas, estrategias, hojas de ruta. La OMS, el FNUAP, el FDS, el PNUD, la OTC. Encrucijadas de decisiones que afectan al proyecto. Proyectos de otros que afectan a nuestras decisiones. Mirar casi con bola mágica las posibles consecuencias de las decisiones estratégicas que tomamos, con una interrogación por respuesta por parte de la susodicha esferita en muchas ocasiones. Ver clara una opción, y al momento siguiente ver como buena otra que es casi opuesta. Actividades que se retrasan porque no dependen de nosotros, pero de las que a su vez dependen otras nuestras que también se retrasan. El reloj anual con su inexorable cuenta atrás. Actividades que no se pueden realizar. Partidas de dinero que se agotan, otras que sobran. Dinero que no se puede cambiar de partida. Otro dinero que es Expediente X si se puede o no usar de una forma o de otra. Negociar con unos y con otros, sin herir sensibilidades; siendo lo suficientemente cortés y lo suficientemente asertiva. Llevar a la gente a tu terreno haciéndole creer que son ellos los que toman tal decisión. La lucha por no hacer simplemente, sino hacer con calidad... Mi propio perfeccionismo ultraexigente con la lengua fuera, porque al final he llegado a la conclusión de que casi lo único que aspiro a llevarme de aquí es la sensación de haber hecho mi trabajo lo mejor posible.
Hacer malabares con una mezcla de ciencia, protocolo y finanzas. Demasiado complicado a ratos.
Hace un año no me hubiera imaginado ni por asomo en esta tesitura. Me miro hoy por hoy, vestida "de princesa", con la cartera y el portátil a cuestas cada día, pendiente del teléfono móvil, cogiendo más aviones en un año de los que he cogido en toda mi vida junta, con un señor que conduce esperándome en el aeropuerto, con mil preocupaciones a cuestas aunque sea sábado, con pensamientos intrusos de trabajo a cada rato... y me cuesta reconocerme. Porque me veo más con mis dos coletas, tirándome con mi bici y mi casco cuesta abajo por la calle Atocha con el aire en la cara, negándome sin atisbo de duda a doblar turno para el IMSALUD, ensimismada en la parada del metro pensando en el posible argumento de la próxima obra de teatro, en un juego nuevo para el campamento o como mucho pensando en el pequeño drama de la mujer deprimida que ayer me contó sus migrañas en el diminuto despacho de la consulta de Fresnedillas.
Quizás dentro de cuatro meses parezca todo un sueño, un sueño apasionante a ratos y a ratos una pesadilla. Tendré una tarjeta acreditativa con el sello de la OMS que me recordará que estuve en foros como la 60ª Reunión del Subcomité de la Región Africana de dicha institución, sentada unas sillas más atrás de los Ministros de Sanidad de esta parte del mundo que se muere a chorros sin que nadie de los que empujamos esta gran mole con toda nuestra alma consiga moverla apenas unos milímetros, atrapados en una nube de burocracia, vicios, y desidia de donantes y donados.
A veces necesito escapar de este mundo, de esta maraña de cabos sueltos o demasiado atados. Con frecuencia ( y cada vez con más frecuencia) necesito volar de aquí y saltar a otro sitio.
Entonces, me espera Harry Potter, callado y dispuesto, en la mesilla de noche. Me tumbo en la cama, abro el sexto libro de la saga y en un minuto ya no estoy aquí en Guinea, sino en en un mundo mágico, donde existen las varitas mágicas, las pócimas, los hechizos; donde las intrigas siempre acaban bien; donde Harry, Ron y Hermione son ya casi como de la familia.
O me espera J.D., el joven protagonista de Scrubs, la serie de médicos más divertida que he visto, y que con su punto absurdo me hace reír y abstraerme veinte minutos por capítulo, me permite escapar por un rato a ese mundo bien por encima del ecuador que tan bien conozco, que al fin y al cabo es mi casa, donde conozco bien las reglas y el terreno que piso.
Harry y J.D. son mi descanso mental en este mundo monotemático veinticuatro sobre veinticuatro horas. Y creo que se merecen un homenaje por la dosis de equilibrio psicológico que me proporcionan.
Por muy de ficción que seáis, gracias a los dos, chicos.
Hacer malabares con una mezcla de ciencia, protocolo y finanzas. Demasiado complicado a ratos.
Hace un año no me hubiera imaginado ni por asomo en esta tesitura. Me miro hoy por hoy, vestida "de princesa", con la cartera y el portátil a cuestas cada día, pendiente del teléfono móvil, cogiendo más aviones en un año de los que he cogido en toda mi vida junta, con un señor que conduce esperándome en el aeropuerto, con mil preocupaciones a cuestas aunque sea sábado, con pensamientos intrusos de trabajo a cada rato... y me cuesta reconocerme. Porque me veo más con mis dos coletas, tirándome con mi bici y mi casco cuesta abajo por la calle Atocha con el aire en la cara, negándome sin atisbo de duda a doblar turno para el IMSALUD, ensimismada en la parada del metro pensando en el posible argumento de la próxima obra de teatro, en un juego nuevo para el campamento o como mucho pensando en el pequeño drama de la mujer deprimida que ayer me contó sus migrañas en el diminuto despacho de la consulta de Fresnedillas.
Quizás dentro de cuatro meses parezca todo un sueño, un sueño apasionante a ratos y a ratos una pesadilla. Tendré una tarjeta acreditativa con el sello de la OMS que me recordará que estuve en foros como la 60ª Reunión del Subcomité de la Región Africana de dicha institución, sentada unas sillas más atrás de los Ministros de Sanidad de esta parte del mundo que se muere a chorros sin que nadie de los que empujamos esta gran mole con toda nuestra alma consiga moverla apenas unos milímetros, atrapados en una nube de burocracia, vicios, y desidia de donantes y donados.
A veces necesito escapar de este mundo, de esta maraña de cabos sueltos o demasiado atados. Con frecuencia ( y cada vez con más frecuencia) necesito volar de aquí y saltar a otro sitio.
Entonces, me espera Harry Potter, callado y dispuesto, en la mesilla de noche. Me tumbo en la cama, abro el sexto libro de la saga y en un minuto ya no estoy aquí en Guinea, sino en en un mundo mágico, donde existen las varitas mágicas, las pócimas, los hechizos; donde las intrigas siempre acaban bien; donde Harry, Ron y Hermione son ya casi como de la familia.
O me espera J.D., el joven protagonista de Scrubs, la serie de médicos más divertida que he visto, y que con su punto absurdo me hace reír y abstraerme veinte minutos por capítulo, me permite escapar por un rato a ese mundo bien por encima del ecuador que tan bien conozco, que al fin y al cabo es mi casa, donde conozco bien las reglas y el terreno que piso.
Harry y J.D. son mi descanso mental en este mundo monotemático veinticuatro sobre veinticuatro horas. Y creo que se merecen un homenaje por la dosis de equilibrio psicológico que me proporcionan.
Por muy de ficción que seáis, gracias a los dos, chicos.
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