Hace ya casi dos semanas, y aún queda "el regustillo". Un regustillo de amor, de felicidad, de cariño. Mucho tardamos en decidirnos a hacer algo como esto, porque parecía que no era necesario; muchas veces durante la preparación de todo el tinglado que ha habido que montar para esto me he vuelto a preguntar si no me estaba empeñando en algo que tampoco era tan importante. Hoy sé que, aunque no era estrictamente necesario, ni ese día ha sido el más importante del mundo, me alegro. Me alegro de haber celebrado lo importante de la Vida, de haber celebrado el Amor. Me siento infinitamente agradecida por la oportunidad de reunir durante un rato laaaaargo a esa gente tan especial que hay en nuestras vidas. Me siento infinitamente afortunada por la vida que me ha tocado vivir, por nuestro encuentro, y por los pasos que hemos tenido la oportunidad de dar juntos para llegar hasta donde estamos, y que nos han permitido caminar en tan buena compañía.
Fue un día de recordar tantas y tantas cosas compartidas entre nosotros como pareja y con otros y otras que forman parte de nuestra historia individual y colectiva. Fue un día de hacer aún más nítida la imagen de lo que somos (o nos gustaría ser) como pareja al verlo reflejado en el el espejo de las palabras y los gestos de los que nos quieren. Fue un día de comprometerse con tantas cosas buenas que nos decís que veis en nosotros, y que, aunque sabemos que en realidad nos veis con los buenos ojos de los que nos quieren y que estamos lejos de esa imagen ideal que proyectáis en nosotros, nos anima a seguir caminando hacia ese Ser en mayúsculas que es la única forma en la que merece la pena participar de la Vida. Infinitos regalos de los de los "güenos, güenos del género güeno" en las sonrisas, las sorpresas, los detalles, lo esfuerzos, la ayuda cargando mesas, decorando embalses, haciendo marcapáginas, comprando quesos, trayendo neveras, recogiendo y fregando platos, abandonándose a la locura y el caos del Protoloco ("¡Larga vida al protoloco!"); el estar y compartir, el abrazo y el beso sincero, la alegría, el venir de lejos, el aportar lo que uno es, tiene y sabe para hacer de este día algo bonito. Infinito agradecimiento. Infinitos matices que quedan en mi recuerdo, que dejan impronta en mi alma aunque no pueda recogerlos en unas líneas.
Palpar el Amor el día que se celebraba el Amor. Sentir que el traje (no me refiero al físico) era exactamente el adecuado, el que sentaba bien a lo que somos, hemos sido y queremos ser. Una brisa suave que acaricia, reconforta, revitaliza y refresca. Una sonrisa grande. El Amor rebosando, dándose y recibiéndose y haciéndose obvias su circularidad y su falta de límites. La certeza de que, desde el Amor, no hay duda de que la Vida merece la pena ser vivida.
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