jueves, 21 de enero de 2010

De Ncolombong al mar

Vivimos en el barrio de Ncolombong. Es un barrio grande, y alto. A la parte "céntrica" de la ciudad se llega bajando, bajando... Y la parte céntrica termina en el gigantesto, ostentoso y recién construidito Paseo Marítimo. Y más allá, el mar.
Esta ciudad no es muy grande, sino más bien todo lo contrario. Y los sitios habituales por los que la gente se mueve, o al menos nosotros, son sota, caballo y rey; y nosotros, lógicamente, sólo podemos acceder a ellos bajando.
Para gente andarina como nosotros, y hasta el momento sin carnet de conducir guineano, el recurso al vehículo motorizado sólo se utiliza en los siguientes casos:
-que alguien se ofrezca a acercarnos a donde sea en coche
-que salgamos con alguien que lleva el coche incorporado (mayormente Dani y Laura)
-que la prisa apremie, en cuyo caso se coge un taxi
-que el peso pese (valga la redundancia), razón suficiente para coger un taxi también.

La experiencia de coger un taxi merece un post aparte . La experiencia de caminar de casa hasta el mar es en cierto modo un paseo no sólo por sus calles, sino por lo que esta ciudad es o al menos por las sensaciones que produce en mí:

Salgo de casa y cierro la puerta de hierro tras de mí. A la izquierda, el montón de basura de la zona va creciendo día tras día, hasta que mágicamente un día desaparece para volver a comenzar a nacer y a crecer, en una infinita sucesión de ordenadamente insalubres acumulaciones de residuos. Cruzo la calle y llego andando un poquito al primer cruce, donde en la casa de la esquina se vende desde que llegamos ( y presumiblemente desde hace mucho más) una especie de depósito gigante, lo cual se hace saber en un cartel de fabricación casera. Si es de noche, no hay luz. El alumbrado termina (y empieza) en la zona del hospital. Más allá, más vale ir provisto de una buena linterna para alumbrar bien la acera, ya que las alcantarillas están en una eterna fase de finalización en la que los agujeros están ahí, pero no así sus tapas correspondientes. Esto las convierte en un híbrido entre alcantarilla y papelera en un involuntario intento de suplir la falta de éstas últimas. También los coches que pasan por la carretera son una buena ayuda para alumbrar la acera, pero sólo los que no tienen la maldita manía de viajar con las luces largas encendidas, como ignorando que de esa forma el peatón queda cegado y malhumorado.
Pero es que aquí las calles se conciben para los coches, y no para los peatones. Las aceras son sitemáticamente invadidas por coches "aparcados" que se creen en pleno derecho de ocupar lo que todo el mundo da por supuesto que es suyo. Los pasos de cebra son meros dibujos blancos en la calzada, porque nadie espera que por plantarse delante de unas rayitas blancas ningún coche vaya a tener la deferencia de hacer ni amago de pararse. Sólo se respetan los semáforos, y no siempre, y sólo si funcionan.
Sigo mi camino hacia el mar, y enfilo una calle llena de bares: "Bar Atasco Las Hermanas" es uno de ellos, pero hay muchos más, de madera, pequeñitos, siempre con clientes que charlan animados, en mayor o menor estado de embriaguez según la hora.
-¡China!- me gritan unos niños desde la acera de enfrente.
Les es difícil distinguir a los blancos de los chinos, y por probabilidad tienen casi más posibilidades de acertar diciendo "China".
Otros te gritan "¡Hermana!", lo cual da una idea rápida de quién ha hecho la cooperación aquí tradicionalmente, o incluso "¡Cubana!" (los médicos que hay en los hospitales de este país son mayoritariamente de la brigada de cooperación cubana) o simplemente "¡Hola!". A los niños y las mujeres les saludo siempre, porque me hace gracia que les llame la atención mi presencia y decidan decir "Hola". Es como si te dijeran "Bienvenida, me caes bien, me gusta que estés aquí". A los hombres no siempre, porque enseguida te das cuenta que su "Hola" es como si te dijeran "¿Puedo ligar contigo?", y si les das media pizca de confianza te lo preguntarán directamente y sin escrúpulos.
Llego al cruce donde está el Supermercado Hermanos Martínez del barrio. Aquí el caos de tráfico es casi una constante. No hay paso de cebra, y hay que cruzar lo equivalente a unos cuatro carriles apretados. Miro a un lado, miro a otro y me lanzo a cruzar. El polvo del último taxi que ha pasado a toda velocidad sobre la carretera de tierra me envuelve por un momento.
Giro a la izquierda y empiezo a bajar la calle, la primera cuesta pronunciada. Los taxis pitan continuamente a los peatones que consideran potenciales clientes para ofrecerles sus servicios. A ambos lados de la calle hay varias pequeñas abacerías, pequeñas tiendas de estructura de madera en las que uno puede encontrar desde zumo en brick hasta unas sandalias en la mínima expresión del espacio.
_¡Buenas tardes, blancos!-nos grita el sastre animosamente cuando pasamos por delante de su diminuta sastrería de ventana amplia desde la que se puede ver perfectamente cómo trabaja.
Un poco más adelante, la calle sube un poco, y en la cúspide de la subida, a mano derecha, nos espera la carpintería parcialmente al aire libre donde los tablones se acumulan y varios hombres trabajan la madera. Tienen de muestra unas camas, o unas sillas, o el producto que esa semana se les haya ocurrido trabajar. Son ellos los que trabajaron nuestras palas playeras, las que les harán ricos tarde o temprano cuando se pongan de moda ;)
Desde la carpintería se ve en la acera contraria la tapia del Hospital Regional de Bata. Un gran montón de basura va creciendo apoyado en ella según pasan los días de la semana, hasta que alguien decida quemarlo, quizás harto del olor que desprende, o hasta que el servicio irregular (o de incomprensible regularidad) de recogida de basuras decida que ya es demasiada basura. Si a esta altura aún no cruzaste la calle, te ves obligado a cruzar.
Esta zona se llama coloquialmente "Zona Sanitaria" o simplemente "Zona", porque allí confluyen el Hospital Regional, el Centro de Salud María Gay (apoyado por FRS y uno de los más importantes de Bata) y la Delegación de Sanidad, representación del Ministerio de Sanidad en la zona continental.
El cruce de Zona es uno de los más caóticos de la ciudad, porque es una importante zona de paso. Dos o tres semáforos hacen por regular el tráfico a duras penas. Si tomáramos el cruce hacia la izquierda, entraríamos en Monte Bata, la zona que a mí más me llena de sensación de caos. Es una zona comercial por excelencia, donde se juntan decenas de tiendas de chinos con vendedores ambulantes o que exponen sus mercancías en el suelo. Los altavoces hacen una peculiar publicidad demasiado rica en decibelios de las tiendas de discos.
La música llega hasta el cruce de Zona, y nos acompaña unos metros más hasta que dejamos Monte Bata bien a la espalda.
Siguiendo la calle encontramos un edificio verde con una inscripción pequeña en la fachada que dice "Use condón": es la sede Instituto Carlos III, parte de la Cooperación Española. Es el Centro Nacional de Referencia para el Control de Endemias. La inscripción deja claro que el HIV les quita el sueño ahí dentro.

Si sigo bajando, pronto me acerco al cuartel general de la policía. Desde las rejas se puede ver el amplio parque móvil que posee. El domingo pasado unas gotitas rojas en el suelo, presumiblemente procedentes de alguna nariz aporreada en el transcurso de un altercado de borrachera de la noche anterior, permitían doblar la esquina siguiéndolas hasta la puerta del lugar donde las autoridades tratarían de poner remedio a las quejas del agredido. Hay que decir que no es común ver violencia en las calles. Guinea es un país "tranquilo".

Dejando la comisaría atrás, en la acera de enfrente se levantan los muros del cuartel del ejército. Delante podemos ver las torres de GETESA, la empresa de telefonía móvil, que se elevan infinitamente sobre los tejados de Bata, hasta el punto de servir de referencia por ser visibles prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.

Aquí se abre un rotonda. La cruzamos tomando la salida de la izquierda. Aquí el tráfico es mucho menor, y nos permite cruzarla sin mucho miedo y a las bravas, atravesándola por enmedio. Bajamos de nuevo una cuesta pronunciada y llegamos a la Plaza del Reloj, lugar emblemático de la ciudad, y donde se levanta un monumento a los caídos en lo que aquí llaman "el golpe de libertad". A las espaldas del monumento, un mausoleo en construcción, suponemos que para los héroes de aquella gesta.
En la misma plaza está el supermercado EGTC, regentado por libaneses, un esbozo más de occidente en la zona de la ciudad donde las empresas y los extranjeros tienen su residencia y hacen su vida.

Giramos a la izquierda pasando por delante del monumento y tomamos una calle que desemboca en la plaza del Ayuntamiento, donde encontramos otra rotonda. Ahora sí, si cogemos la primera o la segunda salida, llegaremos indefectiblemente a nuestro objetivo: el mar.
El Paseo Marítimo se abre ante nosotros, majestuoso y solitario. Nadie pasea por el Paseo, paradójicamente. Es como si nadie lo hubiera descubierto, o sólo unos pocos. Esos pocos son algunos estudiantes adolescentes que se ven de vez en cuando haciendo sus deberes en grupo, frente al mar. Me gusta pensar que esos pocos estudiantes que buscan el mar, que eligen ese escenario para estudiar juntos, que suelen ser los mismos que se acercan con frecuencia al Centro Cultural Español, que está unos pocos metros más allá, están despertando una sensibilidad nueva, están aprendiendo a soñar mirando al gigante azul con una Bata más habitable, con el eslogan que los políticos usan pero que en realidad sólo ellos, futuro de este país, podrán hacer realidad de verdad de la buena: "Por una Guinea Mejor".




1 comentario:

  1. A Vir se le ha olvidado comentar que muchos de esos chavales no están ahí haciendo los deberes simplemente por hacerlos mirando al mar, sino, sobre todo, porque en el paseo marítimo hay luz. Siempre. Y me parece que tiene mucho mérito irte al paseo marítimo a hacer los deberes porque es el único sitio donde tienes luz.

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