lunes, 16 de agosto de 2010

¡Aquí huele a "ratÓnnnn"!

Con esa frase y el ceño fruncido recibía un día a Dani hace tiempo la responsable continental del programa de Tuberculosis. En su despacho olía a "ratÓnn", con una fuerte y acentuada "O" y unas nasales enes; y es que eso aquí pasa hasta en las mejores familias.
Aquí la fauna se sucede la una a la otra, casi como por ciclos, porque en realidad esta casa no es más que un pequeño ecosistema, con su cadena alimentaria y todos sus demás complementos. Si exterminas a unos, aparecen los otros. Es así, y así hay que aceptarlo.
Están las salamanquesas, que aunque te den algún que otros sustillo cuando vas de noche por la cocina y de repente se mueven por la pared, pues oye, se comen a los mosquitos. Si quitas las salmanquesas, aumentan los mosquitos. Están los ratones, que dejan todo requetecagado y roído; pero, oye, mantienen a raya a las cucarachas; si quitas los ratones, aumentan las cucharachas. Podrían estar los gatos como en casa de Ana, pero exigen demasiada responsabilidad y atención y su orina huele muy mal; pero oye, se comerían a los ratones. Están las cucarachas, que también lo dejan todo lleno de cagadas y esparcen la mierda por la que circulan con sus gigantescas patas y alas; pero, oye... vaya, lo siento, no consigo encontrar ninguna utilidad, ni tan siquiera en la cadena trófica, para las cucarachas. Supongo que algún sentido tendrá su existencia...

Bueno pues, como decía, no nos animamos a tener gato. Como consecuencia, los ratones se han ido haciendo fuertes. Al principio era sólo Gutemberg, el que compartió las campanadas de año nuevo con nosotros desde su escondrijo en la encuadernadora. Pero a él se le fueron sumando Saimaza, el que vivía en la cafetera; Zanussi, el que se montaba los festines bajo el frigorífico y hasta Chueca, el que no se atrevía a salir de nuestro armario, aunque rascaba la puerta por dentro cada noche (resultaba muy tétrico despertarse y oírlo a las cuatro de la mañana, como en una película de terror en la que algún fantasma se esconde en el ropero y rasca por las noches :S ).
Llegó un momento en el que la multiplicación llegó a un ritmo tal que ya no éramos capaces de distinguir quién era quién. Si la familia ratona era tan grande que ya ni los conocíamos, había que tomar una decisión. Como dice Miguel para justificar el cruel veredicto que dictamos entre todos los seres humanos que habitamos esta casa, "no había opción: eran ya más que nosotros". Así que la batalla comenzó: la rapidez de reproducción ratonil contra la aguda inteligencia humana. Y la aguda inteligencia humana llegó desde la sabiduría de una adorable monjita en la década de sus setenta, farmaceútica en uno de nuestros centros de salud, y que tras muchas otras décadas en Guinea decía conocer el mejor remedio contra los roedores: Indometacina. Para los legos en la materia explicaré que la Indometacina es un antiinflamatorio potente que se usa sobre todo para enfermedades reumáticas. La salvación contra el dolor de muchos humanos resultaba ser un poderoso veneno contra los ratones: se había declarado la guerra química en la casa-sede de Mbá Nguema.
Catalina, que así se llama la religiosa experta exterminadora de ratones, buscó en los almacenes perdidos de María Gay el tesoro que nos liberaría de nuestros incómodos okupas: un envase clínico de mil pastillas de indometacina "gran reserva", véase caducadas desde el 2005. La noticia se difundió, y en la antigua casa de Dani y Laura, donde ahora viven un tropel de consultores y otros cooperantes-FRS, se probaron los nuevos artefactos a modo de minúsculo Iroshima. Llevados por la urgencia, y aún sin tan siquiera haber comprobado en profundidad la efectividad del arma, comenzó la instrucción militar a gran escala: el bote de indometacina pasó de casa en casa, y los "soldados" más adiestrados enseñaban a los novatos el proceso de preparación de los cebos. Se trataba de machacar cuidadosamente en mortero las pastillas antiinflamatorias, elegir un cebo suculento (galletas Gullón Tropical, raspas de queso, y hasta pan con aceite pensado para perdición de los ratones_señorito_andaluz). Una vez elegido el cebo, se coloca sobre un papelito y se espolvorea generosamente con los polvos de indometacina, se coloca en lugar accesible pero íntimo (los ratones son tímidos, y prefieren comer a escondidas) y a esperar.
Así lo hicimos en nuestro "hogar", y cuál fue nuestra sorpresa cuando al día siguiente los cebos habían desaparecido de sus lugares. Reímos con risa malévola al intuir lo que pasaría en breve. Pero no: los días pasaban y los ratones seguían paseando a placer por nuestra cocina, nuestros pasillos, nuestra oficina y nuestros dormitorios. Y hasta parecía que nos hacían una mueca jocosa al "esprintar" patinando ante nuestras narices sobre las baldosas. Más tarde aparecieron los cebos, movidos de sitio, pero sin comer. Los ratones se habían reído de nosotros y nos habían hecho creer que habían picado el anzuelo, cuando simplemente se habían dedicar a juguetear con nuestros cebos. Desmoralizados, empezaba a fallarnos la confianza en nuestra arma química.
Pero cinco días depués del lanzamiento del arma de destrucción masiva, mientras subía las escaleras pensando en que por el olor que salía por el pasillo se debían de haber atascado de nuevo las tuberías, se me abrieron mucho los ojos como cuando intuyes algo claramente y me sorprendí a mi misma exclamando "¡Aquí huele a ratÓnnn!". Y entonces comprendí en toda su profundidad el significado de la frase que aquella mujer sabia había dicho aquel día a Dani. Decir "¡Aquí huele a ratÓnnn!" quiere decir " Aquí huele a putrefacto, a cuerpo en descomposición, a cadáver, a anaerobio". Y supe que muy probablemente habíamos triunfado. Entonces, después de haber sido asesinos a sueldo, pasamos en un momento, cual Mortadelo, a cambiar de disfraz y ponernos el de forense. Por algo soy la nariz más aguda a este lado del Misisippi; así que, uno por uno fui buscando los cadáveres usando mi pituitaria como radar. Y allí fueron saliendo, algunos ya cubiertos de gusanos: uno en la bombona de butano, otro entre las cajas en la oficina, otro junto a los armarios de la cocina...
El problema es que mi pituitaria dice, y la de Carmen me apoya, que el cuarto individuo se encuentra metido en la caja del aire acondicionado, así que en estos casos no sabemos cómo se procede al levantamiento del cadáver. Suponemos que habrá que llamar a un técnico.

Moralejas: la insuficiencia hepática por indometacina en ratón casero común tiene un período de latencia de entre tres y cinco días; y nunca subestimes la capacidad de una monja septuagenaria como planificadora de muertes en masa.

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