Así ocurría en "La bella y la bestia", y así ocurre en este país.
El interior es el lugar al que te acercas cuando sales de la capital, ciudad costera, y te adentras en la región continental. La tierra es roja, y la vegetación, la selva (el bosque, como dicen aquí), muy verde. Es el mismo contraste de colores que encontré en Paraguay... aunque la realidad que sustenta la tierra es muy distinta.
He estado toda la semana viajando por el interior. Cuando sales de Bata, dejas detrás los atascos caóticos. Tras pasar la barrera del kilómetro diez, la carretera, de moderna fabricación y más que discutible trazado y señalización, empieza a atravesar la selva, bordeada de pequeñas casas de madera. De vez en cuando alguna de cemento. Tras cada tramo diáfano de viviendas, en la carretera aparece una señal trinagular con una casita y un árbol: te avisa de que vas a atravesar un poblado. Al pasar por los poblados ves los niños del preescolar cantando en la puerta de su escuelita, o una mujer que chapea la puerta de su casa. "Chapear" es lo que en el norte entenderíamos por "cortar el césped", sólo que en este caso el césped es la selva, la Madre Naturaleza que lucha por crecer allá donde la dejan, o por recuperar el terreno que los esbozos de la civilización le va tomando. No se chapea por estética, sino para evitar que los bichos o las serpientes encuentren lugar donde habitar a sus anchas. Delante de alguna casa hay una estructura de madera donde ofrecen unos cuantos plátanosd, o alguna piña, o incluso una rata de campo, para que el viajero que pase en coche se detenga y compre si quiere.
También vemos en muchos de los poblados una pequeña casita de madera con un letrero escrito a mano sin ninguna pretensión de caligrafía inglesa que dice "Puesto de Salud". Dentro encontraremos una mesa, una silla, con suerte una camilla, algún libro de registros... El agente de salud es la autoridad sanitaria en el poblado en lo que respecta a la medicina "occidental" (porque no podemos olvidarnos de esas otras grandes autoridades sanitarias que son los curanderos, y a los que la población sigue acudiendo, con todas sus consecuencias...). En el puesto de salud es donde el agente desempeña su labor voluntaria: atender a la población en sus necesidades sanitarias básicas. Es lo que yo llamo la medicina "de juguete"...
Si es un poblado afortunado, quizás al pasar con el coche veremos a un niño sonriente, balanceándose casi literalmente colgado de la bomba holandesa que le proporciona agua del pozo que la cooperación perforó hace mucho o poco tiempo. Ves chorrear el agua y te mueres de gusto al saber que esa población tiene ese gran tesoro que después de un par de semanas aquí se ha convertido para mí en uno de los más preciados: EL AGUA.
Son bonitos los poblados. Son bonitos al verlos desde la carretera, pasando deprisa. Cuando te detienes, ves otras cosas: la basura que no hay lugar donde depositar, las casas sin letrina, los animales en las cocinas... Tanto por mejorar, por desarrollar...Se van viendo esbozos, según dicen los que llevan muchos años aquí. "Esto está mucho mejor que antes", escucho con alivio cuando la desesperación del "cuánto queda por hacer" me asalta.
Pero sí, es bonito. La Naturaleza parece ajena a otras cosas, y donde la dejan tranquila aparece majestuosa en las ceibas, las palmeras, la hierba fuerte, los ríos caudalosos. Salvaje y hermosa, así se percibe.
La otra belleza que he visto en el interior, tiene que ver con otras cosas. He pasado una semana recorriendo algunos centros de salud y equipos de atención primaria (los que trabajan en los poblados) en los que colaboran y que impulsan las monjas, esas misioneras que llegaron hace treinta años, y que han tenido que ir pasando del asistencialismo a la cooperación paulatinamente, en una sano acto de romper una lanza por la eficacia, la eficiencia, el desarrollo, la sostenibilidad y todas esas palabrotas tan necesarias para que el mundo vaya avanzando poco a poco hacia algo mejor. Pero el trabajo de pura asistencia queda ahí, se mantiene, y aunque no quepa en los papelotes de la AECI, y aunque los estudiosos digamos que no es a lo que hay que tender, benditas monjas que se encuentran cara a cara con un anciano abandonado y le dan cobijo mientras llega la estructuración del sistema de Bienestar Social, que forman profesionalmente a discapacitados mientras llega una estrategia de Integración, que dan la medicación día a día a unos cuantos epilépticos y esquizofrénicos (los que se han cruzado en su camino) mientras llega un plan de Salud Mental a nivel estatal. Benditas monjas que cuando hablas diez minutos con ellas te das cuenta de que están cansadas, desengañadas de muchas cosas, frustradas en algunas, agotadas de dar y dar en este trabajo lento de siembra en el que tanto cuesta ver frutos; pero que pese a ello cada día se levantan con la mejor actitud que saben para darlo todo, para poner una sonrisa, una palabra amable, una nueva iniciativa, una nueva dosis de paciencia y de confianza para con el día y con las personas con las que se cruzarán. Benditas ellas que entienden poco (aunque cada vez más) de tecnicismos, pero tienen claro la razón última por la que están aquí: las personas.
He encontrado mucha belleza en el interior. Belleza de contrastes, pero belleza a su modo.
El interior es el lugar al que te acercas cuando sales de la capital, ciudad costera, y te adentras en la región continental. La tierra es roja, y la vegetación, la selva (el bosque, como dicen aquí), muy verde. Es el mismo contraste de colores que encontré en Paraguay... aunque la realidad que sustenta la tierra es muy distinta.
He estado toda la semana viajando por el interior. Cuando sales de Bata, dejas detrás los atascos caóticos. Tras pasar la barrera del kilómetro diez, la carretera, de moderna fabricación y más que discutible trazado y señalización, empieza a atravesar la selva, bordeada de pequeñas casas de madera. De vez en cuando alguna de cemento. Tras cada tramo diáfano de viviendas, en la carretera aparece una señal trinagular con una casita y un árbol: te avisa de que vas a atravesar un poblado. Al pasar por los poblados ves los niños del preescolar cantando en la puerta de su escuelita, o una mujer que chapea la puerta de su casa. "Chapear" es lo que en el norte entenderíamos por "cortar el césped", sólo que en este caso el césped es la selva, la Madre Naturaleza que lucha por crecer allá donde la dejan, o por recuperar el terreno que los esbozos de la civilización le va tomando. No se chapea por estética, sino para evitar que los bichos o las serpientes encuentren lugar donde habitar a sus anchas. Delante de alguna casa hay una estructura de madera donde ofrecen unos cuantos plátanosd, o alguna piña, o incluso una rata de campo, para que el viajero que pase en coche se detenga y compre si quiere.
También vemos en muchos de los poblados una pequeña casita de madera con un letrero escrito a mano sin ninguna pretensión de caligrafía inglesa que dice "Puesto de Salud". Dentro encontraremos una mesa, una silla, con suerte una camilla, algún libro de registros... El agente de salud es la autoridad sanitaria en el poblado en lo que respecta a la medicina "occidental" (porque no podemos olvidarnos de esas otras grandes autoridades sanitarias que son los curanderos, y a los que la población sigue acudiendo, con todas sus consecuencias...). En el puesto de salud es donde el agente desempeña su labor voluntaria: atender a la población en sus necesidades sanitarias básicas. Es lo que yo llamo la medicina "de juguete"...
Si es un poblado afortunado, quizás al pasar con el coche veremos a un niño sonriente, balanceándose casi literalmente colgado de la bomba holandesa que le proporciona agua del pozo que la cooperación perforó hace mucho o poco tiempo. Ves chorrear el agua y te mueres de gusto al saber que esa población tiene ese gran tesoro que después de un par de semanas aquí se ha convertido para mí en uno de los más preciados: EL AGUA.
Son bonitos los poblados. Son bonitos al verlos desde la carretera, pasando deprisa. Cuando te detienes, ves otras cosas: la basura que no hay lugar donde depositar, las casas sin letrina, los animales en las cocinas... Tanto por mejorar, por desarrollar...Se van viendo esbozos, según dicen los que llevan muchos años aquí. "Esto está mucho mejor que antes", escucho con alivio cuando la desesperación del "cuánto queda por hacer" me asalta.
Pero sí, es bonito. La Naturaleza parece ajena a otras cosas, y donde la dejan tranquila aparece majestuosa en las ceibas, las palmeras, la hierba fuerte, los ríos caudalosos. Salvaje y hermosa, así se percibe.
La otra belleza que he visto en el interior, tiene que ver con otras cosas. He pasado una semana recorriendo algunos centros de salud y equipos de atención primaria (los que trabajan en los poblados) en los que colaboran y que impulsan las monjas, esas misioneras que llegaron hace treinta años, y que han tenido que ir pasando del asistencialismo a la cooperación paulatinamente, en una sano acto de romper una lanza por la eficacia, la eficiencia, el desarrollo, la sostenibilidad y todas esas palabrotas tan necesarias para que el mundo vaya avanzando poco a poco hacia algo mejor. Pero el trabajo de pura asistencia queda ahí, se mantiene, y aunque no quepa en los papelotes de la AECI, y aunque los estudiosos digamos que no es a lo que hay que tender, benditas monjas que se encuentran cara a cara con un anciano abandonado y le dan cobijo mientras llega la estructuración del sistema de Bienestar Social, que forman profesionalmente a discapacitados mientras llega una estrategia de Integración, que dan la medicación día a día a unos cuantos epilépticos y esquizofrénicos (los que se han cruzado en su camino) mientras llega un plan de Salud Mental a nivel estatal. Benditas monjas que cuando hablas diez minutos con ellas te das cuenta de que están cansadas, desengañadas de muchas cosas, frustradas en algunas, agotadas de dar y dar en este trabajo lento de siembra en el que tanto cuesta ver frutos; pero que pese a ello cada día se levantan con la mejor actitud que saben para darlo todo, para poner una sonrisa, una palabra amable, una nueva iniciativa, una nueva dosis de paciencia y de confianza para con el día y con las personas con las que se cruzarán. Benditas ellas que entienden poco (aunque cada vez más) de tecnicismos, pero tienen claro la razón última por la que están aquí: las personas.
He encontrado mucha belleza en el interior. Belleza de contrastes, pero belleza a su modo.
Gracias Vir.
ResponderEliminarYo he de confesar que les estoy cogiendo muchísimo cariño a las monjas. Se les podrá echar cien mil cosas en cara, pero lo cierto es que son unas currantes salvajes. Y, encima, será el voto de obediencia o será una modestia silenciosa, pero las tías obedecen al que saben que está más preparado, incluso aunque no estén de acuerdo. Cada día estoy más con Vir: benditas monjas.
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