Estoy en una plaza. Un pequeño castillo cubierto de enredadera, delante de mí. Estoy sentada en un banco de piedra que cierra la plaza justo por encima del mar. El rumor suave de las olas me hace de alguna manera sentir como si me meciera en un pequeño barco, en una especie de mecedora acuática virtual. El viento, que se va haciendo más frío según desciende el sol en este horizonte europeo, me acaricia con delicadeza. Todo esto, unido a esa sensación de bienestar que sólo conocen los que saben lo que es una buena ducha después de una mañana y parte de la tarde caminando (que no le envidia nada a la de sacar los pies de las botas y ponerse unas sandalias) hacen de este momento uno de esos que mi querida Maruxa denominaría "como los ricos"; que, lejos de significar un derroche monetario, simboliza ni más ni menos que esos placeres sencillos que te hacen sentir que en este momento no necesitas nada más, un momento de conciencia plena, un momento de estar en un aquí y ahora en "bastantidad". Añado que un campanario no muy lejano acaba de dar bucólicamente las 7, y un pajarillo se ha empeñado en mejorar cantando el panorama sonoro. Lo dicho, "como los ricos" (ya quisieran muchos ricos...).
Estoy en la plaza del castillo de Vilanova de Milfontes. Llevo ya dos días caminando por la costa alentejana. Caminando sola. Bueno, conmigo misma, que no es poco. Hacía tiempo que no pasaba tanto tiempo en silencio... y no viene nada mal. Me doy cuenta de que viajar sola es de alguna forma darte cuenta de los muchos recuerdos que llevas en la mochila y de las muchas personas que llevas en el corazón, que sin orden ni concierto van apareciendo en el escenario de la mente, haciéndote sonreír, emocionarte o asombrarte al desempolvar algún recuerdo que estaba en lo más escondido de la trastienda. Ya lo decía Benedetti: "Tengo una soledad tan concurrida..."
He cambiado mi plan de viaje: me quedaré un día más en la costa alentejana. Desde que di la vuelta en una curva y descubrí el primer acantilado tuve claro que intentaría cambiar el último día de viaje, reservado para visitar alguna otra ciudad, por un día más sumergida en todos estos kilómetros y kilómetros de mar hasta donde abarca tu vista. El plan era haber hecho hoy dos etapas en un día, pero las he fragmentado: no hay necesidad de correr. Se trata de saborear estas raciones de lo que se me antoja el mejor caviar del mundo.
Me gusta viajar caminando. Me gusta caminar el paisaje. Es como si lo hiciera más mío, como si lo conociera mejor. "Esto lo he caminado yo", me suena más intenso que "esto lo he visto yo". De alguna forma es fundirse con lo que ves, hacerte parte de ello; un pequeño ejercicio de comunión con la Naturaleza. Y a mí se me expande el alma, como si se hinchara con tanta belleza. Creo que también me atrae esa metáfora de la vida que son las travesías, como la continua búsqueda de un destino. Con sus tramos difíciles, con la esperanza de llegar, con los momentos de duda, perder con angustia el camino por un rato para llegar de nuevo con alivio al mismo camino, la emoción de lo que está por llegar, la experiencia acumulada que ayuda en el camino, el cansancio, los días de sentirse poderoso y capaz de todo, los momentos en los que comer algo nutritivo te hace como revivir. Me gusta también la sensación de llevar conmigo todo lo que necesito para sobrevivir: aun con mi pesada carga a cuestas me hace sentirme libre... qué mejor deseo para la vida...
Ésta es, sin duda, una de las travesías más bonitas que he hecho nunca.
"¿Le pongo algo más?" "No gracias, estoy servida".
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ResponderEliminarAndar es la mejor manera de viajar. Ya se lo dijo Bilbo a Frodo: "Es peligroso, Frodo, cruzar tu puerta, pones un pie
ResponderEliminaren el camino y si no cuidas tus pasos, nunca sabes a dónde te pueden llevar"
¡Qué guay Vir! me encanta y comparto todo lo que dices. Un besazo y a seguir disfrutando momentos como los ricos!
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